EL PUEBLO DE DIOS PIDE UN REY

 

1 Sam. 12:13-18, 22-24

 

  Introducción:

  Sabemos que existen cientos de formas de gobierno en los países de la tierra y que unos son más conocidos que otros por haberlos experimentado, pero casi todos ellos se podrían en cuatro nombres genéricos por ser estos raíz y asiento de cuantas ramificaciones e interpretaciones se desdoblan en los pueblos del mundo: (a) Democracia, o la forma de gobierno que permite la intervención del pueblo; (b) autocracia, la voluntad de un solo hombre es la ley suprema, pudiendo degenerar en dictadura por no haber ninguna oposición; (c) aristocracia, sólo ejercen el poder las personas más notables del Estado, como pudieran ser las de la realeza, formando la monarquía, y (d) la Teocracia: el gobierno ejercido por Dios de forma directa.

  En la lección de hoy vamos a estudiar un cambio de gobierno en el pueblo de Israel que tiene enseñanzas para nosotros. En primer lugar debemos indicar que los hebreos fueron gobernados teocráticamente desde Josué hasta Saúl a través y por medio de jueces. Éstos, del he shophetim, eran principalmente jefes o caudillos de Israel. Su autoridad era muy parecida a la de los dictadores romanos si bien era, a menudo, más militar que judicial con la sana excepción de Elí y Samuel que fueron sólo gobernadores civiles. La dignidad del juez era vitalicia, pero la sucesión no era constante. Había periodos de anarquía sucesoria en los que la república de Israel padecía las anomalías de una falta de gobierno central. Había también unos largos intervalos de despotismo y opresión extranjera y entonces los hebreos gemían sin tener quién los liberase.

  Aunque Dios llamó a varios jueces, con todo, el pueblo escogía por lo general, pero siempre bajo la única dirección divina, al individuo que le parecía más apropiado para que le librase de la opresión y servidumbre. Por otra parte, no había gobierno central: Era demasiado común el hecho de que cada uno hacía lo que mejor le parecía, y como a menudo sucedía que la dura opresión que motivaba la elección de un juez, no se hacía sentir en todo el país, el poder del que salía electo se extendía sólo sobre la provincia a libertar. Así, p ej, la tierra que quedaba al este del Jordán fue la que Aod, Jefté, Elón y Jaír, liberaron y gobernaron; Barac y Tola ejercieron en el norte, Abdón, la parte central del país e Ibzán y Sansón las del sur.

  La autoridad de los jueces era inferior en muy poco a las de los reyes: Eran jefes supremos en la paz y en la guerra decidían causas con absoluta autoridad, eran guardianes de las leyes, defensores de la religión y castigadores de los crímenes, en particular los de la idolatría. Por otra parte decir que no gozaban de salario alguno, ni pompa ni esplendor, ni tenían más guardias, comitiva o convoy que los que podían proporcionarles sus recursos propios.

  La orden de Dios de expulsar o destruir a todos los cananeos, no fue sino ejecutada imperfectamente y los que fueron dejados a salvo, inyectaron a los hebreos su idolatría y sus vicios. El asunto de Micas y el levita, y el crimen de Gabaa que condujo a una guerra de exterminio contra los benjaminitas, aunque se registra al final del libro de Jueces, caps. 17 al 21, tuvo lugar poco tiempo después de la muerte de Josué y manifiesta cuán pronto comenzó el pueblo a apartarse del verdadero Dios. Para castigar esta desviación, el Señor permitió que el pueblo de Mesopotamia y de Moab, junto a todos los cananeos, amonitas, madianitas y filisteos, oprimiesen de forma alterna a una parte de las doce tribus y hasta a toda la nación. Pero al poco tiempo, compadecido por sus sufrimientos, le deparaba uno de los dictadores civiles y militares que antes hemos citado.

  Quince jueces se nombran en la Biblia, empezando por Otoniel, 20 años después de la muerte de Josué, hasta Samuel. El orden cronológico es como sigue: Otoniel, Ehud, Samgar, Débora y Barac, Gedeón, Abimelec, Tola, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Elí y Samuel. El tiempo que gobernaron, parcial o totalmente, fue de 450 años, Hech. 13:20.

  De pronto, el pueblo de Israel se encuentra cansado de tanto mando indefinido y pide un rey, 1 Sam. 8. Pero una de las preguntas más difíciles de contestar para el hebreo del AT, era: ¿Cómo puede una nación tener un rey si Dios ya lo es? Nunca se dio una respuesta satisfactoria y precisamente porque el origen de la monarquía en Israel representó un evidente peligro a la soberanía de Dios en el pueblo. ¿A quién se debía tener una lealtad absoluta y una obediencia completa, a Dios o al rey? No, no seamos ligeros al juzgar al pueblo israelita. Nosotros, como seres adultos que somos, sabemos que hay muchos problemas en la vida que necesitan solucionarse. Los hay en las comunidades, en las iglesias, en las familias amén de los personales y muchos están tan ansiosos en resolverlos que pasan mucha parte del tiempo buscando la solución humana, olvidándose de buscar la divina. Por otra parte hay otros que aún creen que para estos problemas no hay solución y también se abstienen de elevarlos al Altísimo limitando el poder del propio Dios. Pero la verdad es que debemos saber que el Dios Padre se interesa por nuestros problemas y siempre tiene una solución que proponernos.

  Así, los motivos para el establecimiento de la monarquía en Israel eran en parte justificables. Necesitaban un rey para dirigir su ejército, necesitaban un rey para combatir con los reinos vecinos, necesitaban un rey para organizar y unificar las tribus de una nación que, aisladas, eran pasto fácil de los apetitos de los pueblos de los aledaños y alrededores. Sin embargo, no está en nuestro ánimo justificarlos desde aquí por cuanto los libros de 1 y 2 Sam. indican con claridad los peligros de esa monarquía. Dios era su rey y deberían haber contado con él a la hora de pedir uno humano en la seguridad de que recibirían alguna solución viable incluyendo, desde luego, la posible emergencia de un sabio representante capaz de amalgamar a la perfección los factores del problema que motivaron tal insólita petición.

  Por otra parte, tener un rey humano, con las consiguientes ventajas que el hecho aporta, significa la creación de una serie de deberes y perjuicios no previstos como podrían ser: impuestos, servicio militar, obligaciones, etc. Esto perjudicó enseguida a los mismos peticionarios hasta el punto de dividir el país en dos naciones al conjuro de las desgraciadas palabras de Roboam.

  La lección de hoy nos enseña que muchas veces la solución que otros han elegido para resolver sus asuntos y problemas no es la solución ideal que debe escoger el pueblo de Dios, pero sí, desde luego, aprender de las frías experiencias ajenas. Cuando aquellos ancianos de Israel pidieron un rey a Samuel, porque los hijos de éste no andaban por los caminos del padre, se indignó por sentir y considerar que rechazaban a Dios puesto que Él era el supremo y verdadero rey de Israel. En un enérgico y claro discurso les avisó de los peligros de aquella petición, pero ellos insistieron en pedir un rey que los librara de una vez por todas del yugo filisteo, olvidándose de las veces que el propio Dios lo había hecho milagrosamente. Esto, junto al hecho de negar al Señor su realeza, era lo que había sublevado al anciano Samuel.

 

  Desarrollo:

  1 Sam. 12:13. Respondiendo a la reiterada petición del pueblo, Samuel ungió a Saúl, un hombre alto y valiente de la tribu de Benjamín. La primera proeza que debemos anotar en su haber fue que, ante la inminente amenaza de los amonitas, convocó a los varones hebreos y atacó al enemigo al amanecer y por tres frentes divinos. La victoria fue completa y los enemigos, otrora pesadilla de Israel, quedaron dispersos por las montañas.

  En su entusiasmo, el pueblo llevó a Saúl a Gilgal y allí le proclamaron rey de Israel, 1 Sam. 11. Pero lo curioso del caso es que Dios también accede y trata, una vez que está hecho el mal, de hacer lo mejor para su pueblo, por eso Samuel añade: Ya veis que Jehovah ha puesto rey sobre vosotros. Y es que al mismo tiempo que accedía a la petición del pueblo, Dios mandó a Samuel urgir a Saúl como rey. Y el último juez aprovecha la feliz coyuntura de la victoria y su proclamación para recordarles que Dios también ha dado su visto bueno y que, por lo tanto, está jurídicamente encima de él. De ahí que no debemos olvidar que Saúl gozaba de una doble aprobación como rey: el pueblo le aclamó y el Señor lo escogió como el primer rey de Israel. Esta doble aureola siempre protegió a Saúl pues, a pesar de que en su madurez fue un enemigo declarado del joven David, éste nunca se quiso aprovecharse de él y nunca osó tocarle un cabello. En varias ocasiones el padre de Salomón dijo que no podía levantar la mano contra el “ungido de Jehovah”, 1 Sam. 24:6.

  1 Sam. 12:14. Es curioso. Samuel puso las mismas condiciones al pueblo que Moisés y Josué habían puesto años atrás. ¿Por qué? Porque, como ya hemos estudiado varias veces, por ser un pueblo escogido por Dios para una misión especial, tenían la obligación de obedecer sus mandamientos. Pero esta obligación incluía también al rey. Aunque ocupaba una posición especial en Israel, era un hombre frente a Dios, como los demás, argumento sutil anotado por Samuel indicando la fragilidad de la solución decidida por el pueblo que fiaba en las acciones finitas de un hombre limitado por su propia humanidad. Así el rey y su pueblo debían obedecer a Dios.

  1 Sam. 12:15. Tanto como los hebreos del AT hemos de estar atentos a la voz de Dios. No debemos hacernos sordos a la voz de Dios, a la voz del Señor. Samuel con seguridad quiso indicar que Dios hablaba por medio de sus siervos, los profetas. Por lo que el pueblo no podía tener ninguna excusa argumentando que no se portaban mejor porque no sabían cómo. De forma sabia y constante, Dios mandaba y manda a los voceros para indicar su voluntad y refrescar su memoria.

  Y si fuerais rebeldes a las palabras de Jehovah… La palabra, o palabras, de Dios indica la instrucción que ha dado de forma específica. Es importante notar que ellos no tenían necesidad de preguntar a cada momento cuál era la voluntad del Señor porque tenían su palabra ya escrita para orientarles e inspirarles. En la actualidad, con mucha más cantidad de palabra escrita, tenemos mucha más información que todos ellos pero, a la vez, más responsabilidad, porque ya no nos queda ni la excusa de decir que no sabemos leer por cuanto la palabra “entra también por el oír.” Sabemos lo que Jehovah Dios espera de todos nosotros a la perfección y si muchas veces nos decimos o manifestamos como si lo ignorásemos no es por falta de información precisamente. Mientras tanto, las palabras de Samuel flotan en el ambiente: Y si fuereis rebeldes a las palabras de Jehovah, la mano de Jehovah estará contra vosotros como estuvo contra vuestros padres. Samuel les advierte con el recuerdo de lo que había pasado a la generación rebelde en el desierto. Ya hemos dicho antes que la historia debería enseñarnos que la desobediencia trae sus consecuencias. Nuestro rico refranero popular ya nos advierte: “Cuando la barba del vecino veas pelar, pon la tuya a remojar.” Es una lástima que la gente aprenda tan poco de la historia. Todos sabían que a causa de la desobediencia, la gente de la generación anterior había sufrido la opresión de sus enemigos, pero dentro de poco todos, el rey incluso, volverían a desobedecer al Señor. Así que el ciclo se repite una y otra vez…

  1 Sam. 12:16. Para convencer a la gente del poder y la autoridad de Dios que habían desafiado con la petición de un rey Samuel les invitó a presenciar un milagro siguiendo el ejemplo de tantos profetas y hombres de Dios que para demostrar que hablaban en su nombre, acudían al procedimiento del milagro y la señal. Era una manera de convencer a sus oyentes que sus palabras no procedían únicamente de sí mismos, de su propia experiencia local y espiritual, sino de la inspiración de Dios, Éxo. 7-9; 1 Rey. 18. Por otra parte, el hecho de reclamar su atención sobre lo que va a venir, indica el profundo deseo del juez, de Samuel, de conseguir del pueblo el reconocimiento de que sólo Dios era Rey y que Saúl, a pesar de haber sido ungido, sólo era su único representante aunque eso sí de hecho y derecho.

  Esta gran cosa que Jehovah hará delante de vuestros ojos… La clave de esta parte del v la encontramos en las palabras: “Jehovah hará.” Sí, Dios iba a hacer algo grande ante los ojos del pueblo para demostrar que Él aprobaba las palabras de su siervo Samuel y daba el visto bueno a su mensaje. Por eso es tan importante notar en el texto que no es Samuel quien hace el milagro, sino Dios. Deberíamos comprender el estado de ánimo de Samuel. Dios le llamó en su día para gobernar al pueblo y lo había hecho lo mejor que había sabido. De pronto, el rey lo va a desplazar definitivamente y él, sabiendo la voluntad del que lo llamó, acepta este cambio no sólo de buen grado, sino que lo usa para conseguir una mayor bendición para Israel al intentar que no abandonen al que de verdad importa.

  1 Sam. 12:17. Veamos: ¿Creemos que esta lluvia venía como una bendición? No, desde luego. Era más bien una especie de castigo puesto que era la época de la cosecha del trigo como puntualmente se indica en el v. La gente del campo, los sufridos agricultores saben, y la mayoría de aquel pueblo era agricultor, que no era buena la lluvia en aquella circunstancia, puesto que puede agostar el trigo y pudrirlo en su totalidad. Así que no eran lluvias de bendición, como pueden ser las que caen en época de siembra, sino una señal para que el pueblo pueda reconocer su error al pedir un rey y romper con la armonía de la teocracia.

  Ahora bien. Parece como si hubiese una incongruencia en el v. ¿No hemos dicho antes que Dios había aceptado la demanda del pueblo y que el mismo Samuel lo había reconocido y ungido? Cierto. Pero también hemos dicho que, una vez hecho el mal, Dios y el juez electo no podían abandonar al pueblo y que además lo sabemos por propia experiencia, el mal no podía quedar sin castigo por ser éste una consecuencia lógica de aquél. Además, el propio Samuel les recuerda que se miren en el espejo de sus antepasados, que por desobedecer a Dios si vieron en la dificultad de no poder salir del desierto durante 40 años.

  1 Sam. 12:18. Seguramente fue una oración pidiendo a Dios que manifestara su poder para convencer al pueblo de su autoridad. Y Jehovah dio truenos y lluvias en aquel día. Samuel no hizo nada a excepción de la petición, pero Dios se manifestó de forma milagrosa. Sabemos que la fe del AT era una fe en el poder actuante de Dios. Ya dijimos el domingo anterior que la gente se convencía, no de la existencia de Dios que lo daban por hecho, sino porque ellos mismos habían visto sus hechos en la historia.

  Y la lluvia produjo efecto. A causa del milagro “todo el pueblo tuvo gran temor de Jehovah y de Samuel.” Ellos ya sabían una vez más, que debían escuchar y obedecer porque quedaron convencidos de que si obedecían a Dios tendrían bendiciones y que si le desobedecían sin duda sufrirían el consiguiente castigo. Castigo cien veces más eficaz que todas las palabras del mundo juntas porque el humano no escarmienta con los males ajenos, sino con los propios. En el caso que nos ocupa, podemos decir aún que el milagro les infundió respeto por Samuel y por Dios, pero por desgracia la memoria humana es corta y pronto se olvidaron de sus buenas intenciones.

  1 Sam. 12:22. En su corto discurso de despedida Samuel quiso asegurar al pueblo que Dios no iba a abandonarles en aquellos momentos críticos de cambios de poderes; es más, que quedaban bajo el amparo directo del Señor aquellos que lo quisieran.

  Dios no iba a abandonar al pueblo por dos poderosos motivos: (a) Por su “gran nombre.” Había comenzado una gran obra con los hebreos y su reputación frente al mundo estaba en juego ya que para mostrar a las naciones de la tierra que Él y sólo Él era el Rey tenía que cumplir su obra, Eze. 36:21-23, y (b) porque “Dios había querido hacerlos pueblo suyo”, a pesar de su rancia desobediencia, y con el fin de traer una bendición especial para el mundo.

  1 Sam. 12:23. A pesar del hecho de que el pueblo no lo quería, que le había rechazado, Samuel prometió continuar orando por ellos. Dijo otra verdad importante: ¡Todo pecado es contra Dios!

 Antes os instruiré en el camino bueno y recto. Y así fue. Aunque Samuel se retiró de juez y gobernante, se quedó en el pueblo como maestro e instructor.

  1 Sam. 12:24. No reclama para él ni reconocimientos ni oro ni estatuas. Termina su lección con un broche precioso. Debían respetar y servir a Dios porque el hombre pasa a la historia por muy grande que sea y Dios no. Ahora bien, ¿qué significa este temed a Jehovah? Por el vivo contexto sabemos que no es tener miedo, sino que se debe honrar y respetar porque lo merece. ¿Y esto por qué? Pues considerar cuán grandes cosas ha hecho por vosotros.

 

  Conclusión:

  Es curioso. El motivo principal de servir al Señor es siempre el de la gratitud. Sabemos que Él había hecho grandes cosas para con Israel: ¡Los sacó de Egipto dónde vivían como esclavos y les dio una tierra y una nación dónde vivir! Nosotros, que hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado y conducidos con mano suave a una vida eterna, tenemos más motivos aún para servir al Salvador; así, ¿por qué no lo elegimos por unanimidad Rey de nuestros corazones?

  Oración proclamándole Rey.