Posts Categorized: Cosas de la vida

Devocionales agrupados por temática. Accesibles también desde la categoría «Devocionales».
Notal del autor: Gracias a la aceptación que han tenido nuestros artículos recopilados bajo el nombre genérico de «Gotas de rocío» , iniciamos esta segunda serie esperando que las «Cosas de la vida» sean útiles al Señor y a su pueblo.

9.1 EL SUEÑO

Nueve de enero

1 Rey. 3:5-15

Cuando leemos el pasaje sugerido tenemos la sensación de estar viviendo en otra galaxia a causa de la diferencia entre la reacción de Salomón y la nuestra. Diferencia que, sin embargo, es un reto para nuestra vida espiritual.

¿Cómo son en realidad nuestros sueños…? Sabemos que en la antigüedad los sueños eran importantes y desde la perspectiva bíblica un vehículo de la revelación que Dios usaba con personas a quienes había dado ese don (hoy tenemos la Biblia, su Palabra, para lo mismo). También, que su interpretación era una gracia del Señor y no una técnica humana que podía adquirirse a voluntad, tanto es así, que en Deut. 13:1-3 hasta se nos prohíbe hacerlo ya que tiende a la idolatría. Mas, ¿cómo son nuestros sueños? Dios le dice al hijo de David recién ascendido al trono que le pida un deseo… Si nosotros hubiésemos estado en su piel, ¿qué habríamos pedido? Sabemos que él pidió capacidad para cumplir muy bien con su trabajo y responsabilidad para gobernar; pero, ¿y todos nosotros? ¿Sabemos siquiera qué trabajo pendiente tenemos en la obra del Señor y cuál es nuestra misión en la predicación del Evangelio en nuestro ecosistema? Bien, tenemos de ser capaces de identificar las dos cosas. Salomón, dijo: Tú me has puesto aquí, dame fuerzas para no decepcionarte. Esta y no otra debiera ser nuestra oración cotidiana.

¿Mas que soñamos…? Es necesario que aprendamos a soñar despiertos y a creer en los sueños del Señor, en las promesas de Dios, en las órdenes del Padre… Muchas veces no oramos porque tenemos miedo de que el Señor conteste a nuestras peticiones… y que nos las quite si no sabemos aprovecharlas. El sueño con Dios, el estar en contacto con Dios, debe ser una realidad en nuestras vidas. Debemos orar y pedir por aquello que creamos de verdad. Pedir para saber su voluntad (porque, ¿cómo vamos a obedecer si no sabemos lo que quiere?), pedir para que seamos capaces de llevar a cabo la responsabilidad del trabajo que aquellos hermanos de la comisión Pro Cargos nos han adjudicado guiados por el Señor. Pedir las fuerzas necesarias para ser las lumbreras que se espera de nosotros. Pedir para servir a los demás; pedir, en fin, para predicar el evangelio por palabra y obra hasta que la muerte nos lo impida.

Y es que todos tenemos un trabajo real, un reino en el que gobernar justamente, una responsabilidad puesta por Dios que debemos desarrollar lo mejor posible. Por eso hemos de estar atentos para identificar su voz y recabar su ayuda si fuese preciso, teniendo en cuenta que si la pedimos para serle testigos no sólo nos la dará, sino que nos agregará el resto de todas las cosas.

Terminamos: El Señor se presenta muchas veces y de muchas maneras, ¡hasta en sueños! Sueños identificables, despiertos, reales… Para detectarlos sólo nos hace falta ser receptivos, estar en contacto permanente. Cosas que no podemos hacer si no vivimos con él. De manera que hemos de buscarle y El responderá, Stg. 4:8. Es cierto que está en cualquier sitio del mundo, pero sólo se deja ver (o enseñar su gloria) por aquél o aquéllos que le buscan de buena fe. En esta sintonía, pues, se puede oír su voz, su deseo de que le pidamos la ayuda que queramos y su aprobación o reparos a nuestra gestión.

8.1 LA UNIDAD

Ocho de enero

Juan 17:20-26

Una de las facetas más sorprendentes de nuestro Cristo es aquella que comprende preocupaciones presentes que desembocan en actuaciones o situaciones futuras. En efecto, en el pasaje sugerido se observa con cierta claridad que ya oraba por nosotros antes de conocernos, v. 20; lo cual, aparte de señalar con antelación nuestra salvación, indica la fuente de nuestra seguridad que, apoyada en Dios, nos garantiza la individualidad dentro de la pluralidad del reino.

También se indica la existencia de una cadena de testimonios de más de dos mil años (aún hoy está vigente) cuya característica principal es llevar las personas a los pies de Jesús para que, una vez salvos, constituyan la unidad más grande de este mundo. Unidad que, formada por cientos y cientos de almas de todas las eras y épocas, aumenta día a día con la protección divina, v. 21, y que, a su vez, es la prueba que se necesita para creer que Cristo es el enviado del Dios Padre.

Por eso, mientras en este mundo lo más normal es la segregación, la separación, formación de tribus, capillas, grupos, (Yugoslavia, Checoslovaquia, etc.), Jesús quiere la unión. Y la quiere porque El como cabeza entiende que sólo tenemos posibilidad de futuro perteneciendo a su cuerpo, Efe. 5:23.

Entonces, en relación a los creyentes, hemos de apreciar más lo que nos une que lo que nos separa y potenciar lo que tenemos en común que no es otra cosa que el amor de Dios. Apoyándonos en ese común denominador feliz, ya podemos y debemos avanzar en la unidad hasta llegar a la perfección, v. 23. Claro que, a veces, nos sentimos tan poca cosa que nos vemos incapaces de alcanzarla y así, hasta dejamos de luchar pensando que ya no vale la pena intentarlo si al final no vamos a conseguirlo. Estamos equivocados y hacemos mal. En esas condiciones debemos pensar que tenemos la gloria de Cristo a nuestra disposición, v. 22, que, con mucho, es suficiente para lograrla.

Con todo, hemos de tener en cuenta que no tendremos nunca una unión perfecta del pueblo de Dios si no estamos previamente unidos nosotros al Señor a la manera de la vid y los pámpanos, Juan 15:5, ejemplo suyo en el que la gloria hacía las veces de real savia vivificadora. De manera que debemos potenciar nuestra relación con Dios si queremos conseguir ser uno con él y con los demás ciudadanos de su reino.

Por otra parte, hemos de reconocer la importancia que tiene el hecho de que Jesús orase para que seamos uno con El, uno con Dios. No podemos defraudar su confianza ni hacer fracasar el futuro. Eso es lo que estamos haciendo cuando nos peleamos en todas las reuniones ordinarias de negocios de la iglesia, cuando resaltamos sin piedad los defectos ajenos, cuando huimos de los hermanos de la comisión “Pro Cargos” como si tuvieran la peste, cuando no colaboramos en ningún programa misionero, cuando, en fin, regateamos el diezmo al Señor con argumentos pasados de moda. Sólo imitando el desprendimiento total de Jesús tendremos alguna opción a ser como Él es y compartir su gloria; lo otro, lo contrario, ser creyentes solitarios, sólo nos da derecho a ser salvos por los pelos y a pasar la eternidad perdidos en las últimas filas del coro celestial.

7.1 LOS CARGOS DE SERVICIO

Siete de enero

Rom. 12:3-8

Siempre que se acercan reuniones de iglesia para la elección de cargos de servicio, vemos una falta de interés que nos entristece. Ni siquiera la posibilidad de acceder a un cargo para figurar es un acicate suficiente para lograr una competencia leal que sería beneficiosa para todos los servidos. Todos tenemos ya muy desarrollado el sentido del deber y sabemos que si aceptamos un trabajo tendremos que cumplir y dar lo mejor de nosotros mismos y eso no nos gusta. Claro, siempre hay personas que disfrutan del poder, que no del servicio, y aceptan cualquier cargo para conseguirlo, pero ese es otro tema. En general pasamos de cargos y huimos de los hermanos de la comisión que llevan el bolígrafo en ristre como si tuvieran la peste y de la reunión administrativa como si la pobre iglesia estuviera en cuarentena.

Sin embargo, todos estamos llamados a hacer algo en servicio a los demás y no sólo porque es una orden divina, Juan 13:15, sino porque es un bien escaso y su aplicación nos beneficia. Pablo, en el texto sugerido, dice que todos los miembros de un cuerpo trabajan para el crecimiento y mejora del mismo es una clara y neta referencia a la Iglesia y a las personas que la componen. En efecto, el símil del cuerpo humano y el fino comportamiento de sus diferentes organismos es tan axiomático que no necesita ninguna demostración. Nadie ignora lo que pasaría con un cuerpo que sólo fuese ojo p ej., o con una iglesia en la que todos fuésemos pastores… Así que, nos necesitamos los unos a los otros, todos somos necesarios, y si no colaboramos en todo tipo de servicio, algo del conjunto se resquebraja y lesiona con el consiguiente perjuicio general.

Entonces, para poder servir lo mejor posible prescindiendo de la importancia del servicio, debemos conocernos bien a nosotros mismos, a los demás y al trabajo a realizar. Es un error lanzarse a desempeñar un cargo sólo con una alforja de buena voluntad. Así, hemos de aceptarnos con humildad y prepararnos para no defraudar la confianza de quienes nos han elegido; por eso, es muy conveniente conocer nuestras limitaciones y lo que se espera de nuestras personas, no despreciando unos trabajos aparentemente humildes y llevarlos a cabo con alegría, agradeciendo la buena voluntad ajena.

Resumiendo, debemos usar los dones recibidos, aquellos que nos hacen diferentes a la mayoría de los hermanos (y ellos de nosotros), y no porque conviene seguir creciendo por medio de la renovación de nuestro entendimiento, Rom. 12:2, sino porque, en el fondo, no son nuestros. Todos los dones, habilidades y aptitudes son de Dios y es importante notar que de no usarlos en el servicio del único Reino de los Cielos, se oxidan y hasta desaparecen perdiéndose la oportunidad de hacer historia.

Así, la próxima vez que se nos acerque un hermano de la comisión Pro Cargos, bolígrafo en ristre, debe encontrarnos a la espera (con una sonrisa en los labios, como premiando su propio servicio), aceptar de buen grado lo que nos ofrece después de haberlo decidido en oración y quedarnos a la espera de la fiel e inmediata decisión de la Asamblea soberana pensando que una iglesia fuerte es aquella que después de tener a Cristo en la cabeza, tiene bien cubiertos todos los servicios.

6.1 LOS LAMENTOS

Seis de enero

Sal. 48

No hay día en que no nos lamentemos por alguna cosa. Los hacemos por todo: por las noticias que oímos, leemos o vemos, por el trabajo o por la falta de él, por la suerte, por la familia… ¡por todo! Sin embargo, cuando uno tiene la oportunidad de respirar hondo, cuando uno se para oír, se mira hacia sí mismo, puede pensar y descansar en Dios; mejor, cuando uno se para y respira, piensa en Dios.

De manera que sabiendo donde está el descanso, el oasis, no tenemos excusa si no vamos en su busca, si no nos desconectamos de la servidumbre del mundo. Es un hecho real que muchos de nosotros vamos a nuestra iglesia a descansar, a respirar hondo, a oxigenarnos, a cargar las pilas… Eso está bien. Pero mientras participamos en el culto debemos pasar de los trabajos, olvidarnos de nuestros problemas, superar todos los tragos amargos y hasta ignorar nuestros más recientes fracasos. Estamos en la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo, en la ciudad del gran Rey, y debemos dedicar nuestro tiempo real a alabarlo y a ponernos a sus pies para que su voluntad sea manifiesta, entendida y practicada en nuestras vidas.

Cuando uno repara en las bendiciones del Señor llega a pensar que tiene un buen aliado. Sí, en efecto, sin tener derecho a nada, Dios Padre guarda memoria de nosotros y nos bendice, prospera y protege. Cuando pensamos en Él, vemos su justicia, v. 10, que es todo lo contrario de lo que vemos cada día en esta tierra; cuando reparamos en sus obras y en lo que ha sido capaz de realizar en nosotros, ningún lamento puede desanimarnos hasta el punto de creer que estamos solos y abandonados. Sabemos que el Señor nos guiará hasta más allá de la muerte física, v. 14; entonces, ¿tenemos derecho a lamentarnos? Si sabemos también que nadie ni nada nos puede separar de su amor, Rom. 8:35-39, ¿aún tenemos derecho a lamentarnos?

Otra razón de peso que debiera bastar para no lamentarnos es el hecho de saber que el Señor quiere que vivamos, Eze. 18:32, y que lo hagamos sin lamentos. No podemos decir que ya estamos a salvo de cualquier mal irreparable y caminar como si fuésemos vulnerables a las desgracias, a las zancadillas de los demás y a los vaivenes de la fortuna. Es verdad que mientras estemos en este valle de lágrimas nos puede alcanzar el desánimo, la apatía o la inseguridad, pero no al precio de lamentar nuestra suerte o un posible abandono divino. Dios nos cuida, nos quiere bien y si andamos en su voluntad nos bendecirá, por lo que no tenemos ningún derecho a lamentar nuestro estado.

Debiéramos revisar, pues, nuestro enfoque de las cosas de cada día y no sólo para dar ejemplo. Somos los primer beneficiarios del plan del Señor para el mundo y debemos dar testimonio de que vivir como El quiere es una buena manera de hacerlo y que, además, es la única que acepta. Las rosas las da el rosal y aunque existen de plástico o de cualquier otro material, sólo las auténticas son naturales. No nos engañemos. El mundo, al que intentamos traer a los pies de Jesucristo gracias a nuestro testimonio, no se merece ser testigo de nuestros lamentos, no puede cogernos en un renuncio sin sufrir un desengaño. Somos cristianos alegres que sabemos bien quiénes éramos sin Dios y a dónde nos dirigimos con Él y no podemos lamentarnos por el roce de las piedras del camino de la vida eterna.

5.1 EL AMOR A JESÚS

Cinco de enero

Juan 12:1-8

¿Cómo es nuestro amor a Jesús? ¿Miramos el coste de las cosas que damos a Jesús…? En la cena de amigos que describe el pasaje sugerido ocurrió una cosa insólita o, cuando menos, algo que no era corriente y que, de alguna forma, nos puede ayudar a encontrar el ideal de nuestras propias respuestas.

Veamos:

Un poco antes de Pascua (la última para Jesús) se reunieron en Betania para cenar los hermanos Marta, María, Lázaro, todos los apóstoles y el mismo Jesús. Era una cena extraña en la que cada comensal podría estar ensimismado en sus propios pensamientos:

Lázaro, el dueño de la casa, un resucitado, celebraría su suerte sin creérsela del todo y agradeciendo a Jesucristo su gesto sin grandes aspavientos. ¿Estaba amando, no? Pues cada vez que el Maestro pasase por el pueblo de Betania podría descansar allí y reponer fuerzas… ¿qué más podía hacer?

Marta, su hermana, bastante trabajo tenía con preparar la cena para tanta gente y servirla dignamente haciendo todo lo posible para que su invitado y sus amigos se encontrasen relajados y cómodos. ¿Se le podía pedir más?

Judas, el calculador, intentaría cuadrar las cuentas ignorando que el amor se mide por otros parámetros…

Para Jesús, seguro que la cosa sería distinta. Sabía que eran sus últimos momentos de paz y debía aprovecharlos no sólo amando a los demás como siempre (y más a sus amigos, Luc. 12:4), sino permitiendo que le amasen como nunca.

¿Y qué podemos decir de María que sólo recibe alabanzas de su Maestro? Luc. 10:42. Pues que, enamorada, dio todo lo que tenía e hizo más de lo que se esperaba de ella.

Y es que el amor no tiene en cuenta el valor de las cosas. Y es que el que ama y se da a sí mismo no tiene en cuenta si pierde enteros ante los demás si los gana a los ojos del Señor (María enjugó los pies de Jesús con sus cabellos a pesar de que sabía que una mujer judía no podía hacerlo por llevarlo recogido. Sólo las mujeres públicas se permitían aquella licencia. Al hacer lo que hizo estaba diciendo que no le importaba que los demás pensasen lo que quisiesen). Esto nos lleva a otra lección muy concreta: ¡A veces no amamos a Jesús porque no queremos quedar mal ante los demás!

Otra cosa a tener en cuenta en la meditación de hoy es que cuando amamos a los demás, el amor sincero se hace evidente. Mas cuando uno se da, cuando uno se entrega, todo se llena de perfume. No lo podemos evitar. Eso no debe impedirnos que amemos al prójimo a discreción o, cuando menos, que siempre estemos listos para hacerlo a la manera de Dios, Ose. 11:4, de quién somos hijos por Cristo, 1 Jn. 4:7-10, y, por lo tanto, capaces de semejantes empresas.

Además, hemos de tener en cuenta que la actitud del hombre no determina la cantidad del amor de Dios, que siempre es directo, completo y suficiente y que, a su vez, se deja amar y adorar ya sea en su persona o en la de su Hijo. Y, desde luego, permite que amemos al ser humano que lo necesite sin pararse a meditar si se lo merece o no. De esa forma se cierra el círculo amoroso del que salimos beneficiados todos, Dios, el prójimo y nosotros. El amor del Señor Jesús obra para salvar, Rom. 5:8-11, y el nuestro para confirmar.

Un gran filósofo decía para luchar contra la prisa del momento: Cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho. En efecto, hay un tiempo para todo, Ecl. 3:1-8, y, claro, también para amar. Es más, amar a Jesús y a sus pequeñitos, Mat. 25:34-40, es una forma de vivir, por lo que debemos estar dispuestos a hacerlo siempre. Así, más que amarlo en ocasiones únicas, especiales, en cenas más o menos ocasionales, debemos hacerlo cada día y sin valorar el coste de los posibles esfuerzos. Cuando uno ama a Jesús se da de forma total, sin esperar nada a cambio, aun a riesgo de que los demás no sepan interpretar ni a nosotros ni a nuestras acciones.

4.1 LO NUEVO Y LO VIEJO

Cuatro de enero

1 Jn. 2:7-17

Desde el inicio de todos los tiempos, el ser humano ha sentido atracción por lo nuevo. Es natural, parece como si en lo nuevo tuviésemos la oportunidad de dejar impresa nuestra huella sin demasiadas influencias ni vicios anteriores. Así, desde pequeños elegimos el juguete nuevo, el más vistoso, el que hace más ruido… Luego, hacemos lo mismo en el trabajo, con el coche, la casa, los amigos…

Por eso no nos gusta demasiado el mandamiento antiguo que hemos tenido desde el principio. Sin embargo, el mandamiento al que Juan hace referencia es el que regula el sincero amor mutuo, 2 Jn. 5, que debe manifestarse en los corazones que han sido ya renovados por el E Santo, Rom. 5:5; Heb. 10:16, fluyendo, libre y espontáneo, hacia los objetos del amor de Dios, 2 Cor. 5:14-20; 1 Tes. 2:7, 8. Esta ley, que nos fue dada por Jesucristo, Mar 12:31, es nueva en muchos sentidos. Es una ley de libertad, Stg1:25; 2:12, que, en cierto modo, está en contraste con la ley de Moisés (ésta pedía amor, Lev 19:18; Deut 6:5; Luc 10:27; aquélla es amor, Rom. 5:5 otra vez; 1 Jn. 4:7, 19, 20, y no sólo por estar escrita en nuestro interior, 2 Cor. 3:3.

Pero, además, este mandamiento, que el propio apóstol Juan adjetiva como nuevo, v 8, y que dirige a los hijos, a los jóvenes, hasta los padres, es la clave para alumbrar en un mundo que avanza en tinieblas y, por consiguiente, para cumplir con una de las demandas del Maestro, Mat. 28:19. Sólo se nos indica que tiene una limitación: ¡No amar las cosas que están en el mundo! vs. 15-17. No sólo porque se pasan, sino porque nos alejan de la fuente que origina la luz y podemos apagarnos sin remisión. No en vano domina las antiguas fuerzas del orgullo, el egoísmo, ambición y placer que están al servicio del príncipe de las tinieblas, Mat. 4:8.

Claro, con esta práctica, amando a los imposibles, dando la espalda al mundo y a sus afanes, el creyente está solo… mas aparentemente y si no decimos por qué lloramos cada día es a causa de los desprecios que nos hacen los demás que siguen apegados a sus cosas viejas. Además, a causa de que somos pocos en los trabajos y en todo, tenemos la sensación de estar librando una batalla que no podemos ganar, lo cual es falso. El Señor está con todos nosotros y debiéramos estar contentos siempre por gozar de su santa compañía. Por otra parte, el amar a los demás tal y como se espera de nosotros nos puede ayudar mucho a evitar esa sensación de soledad.

Volviendo al tema y superando el aparente y grave escollo intelectual que representa el hecho de que el amor a los demás en un mandamiento de siempre, 1 Jn 3:11, y nuevo según el propio Jesús, Juan 13:34, según sea la teoría de la Ley o la práctica con el Hijo de Dios, debemos andar por el mundo haciendo gala de nuestro vestido nuevo, Efe. 4:24, y predicando que somos nómadas que van en busca el oasis nuevo, 2 Ped. 3:13, en el que habita y reina la justicia, para encontrar la piedrecita personificada, Apoc. 2:17, y al Rey de las naciones y de todos los que las habitan, Apoc. 19:16.

3.1 LAS VACACIONES

Tres de enero

Heb. 4:9-13

Cuando el calendario nos anuncia que se acercan las vacaciones nos preparamos a fondo para aprovecharlas al máximo. Ya se sabe, el hombre es un animal que tiene muy en cuenta el qué dirán y todo nos parece girar en torno a un intento de mejorar su imagen. Pero, aunque este tipo de preparación abarca todos los campos (desde la elección del ideal lugar de descanso hasta la financiación necesaria y las actividades a realizar), es en el aspecto personal donde empleamos más tiempo. Así, semanas antes de que se inicie el descanso (¿el cambio de actividad?) se hace lo imposible para borrar o reducir las feas redondeces que el sedentarismo ha creado en nuestro cuerpo. Queremos lucir una figura lo más cercana posible a la que la moda indica que es ideal y no regateamos los medios para conseguirla.

Entonces, si nos preparamos tan bien para las vacaciones físicas, ¿por qué no hacemos igual para las espirituales? Ah, pero lo malo es que aquí, ahora, aparece un elemento muy nuevo: ¡Dios nos ve desnudos y sin que podamos tapar o disimular los defectos! Por lo tanto, todos los medios de preparación que debemos usar para ir al reposo vacacional con cierta dignidad son unos otros que, además, están bien identificados en el pasaje sugerido.

Veamos: En primer lugar está la creencia de que existe un reposo espiritual para nosotros que basándose en la obra de Cristo (tan perfecta como lo fue la creación de todas las cosas), nos da un cierto derecho a disfrutarlo, pero a la vez introduce una veraz obligación. Desde el texto básico que estamos comentando se nos invita a que procuremos entrar en el reposo del Señor aprendiendo bien del fracaso de la generación israelita que salió felizmente de Egipto y que, a causa de su incredulidad, no entró en la tierra prometida. Segundo, como quiera que ese descanso, ese reposo, es estar ya en la real presencia de Dios, conviene que lo empecemos a disfrutar aquí, a la espera de los definitivos cielo y tierra nuevos, Apoc. 21:1. Para ello, nada mejor que sumergirnos cada día en la Santa Biblia que es viva y eficaz y más cortante que una espada de dos filos…. Sí, a través de ella, o más bien, gracias a ella, podremos limar, rebajar, eliminar, ese exceso de quilos del alma que tanto parecen afearnos, pues como ya discierne las intenciones del corazón nos puede servir de régimen perfecto. Tercero, una vez inmersos en el conocimiento que da la Palabra del Señor, que nos penetra hasta partirnos el alma y el espíritu, podemos llegar a saber cuál es su voluntad para nosotros y ponerla en práctica aunque para hacerlo, tengamos que pasar por una terapia muy rigurosa y molesta.

Con todo, los resultados de tanto esfuerzo no sólo serán visibles para Dios, sino que podrán ser observados también por nuestros semejantes que es un fin concreto para el que no debemos regatear medios.

Hay un reposo eterno, sí, para nosotros los creyentes y tendremos vacaciones; vale la pena, pues, prepararse bien, a conciencia haciendo la voluntad de Dios sabiendo que si bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos del Aquel a quien tenemos que dar cuenta…, también, que si en algo fallamos, nos va a defender el mejor abogado de todos los tiempos, 1 Jn. 2:1.

2.1 LOS ATREVIDOS

Dos de enero

Rom. 4:18-25

Lo más sobresaliente de Abraham es que tuvo la osadía de tomar la Palabra del Señor, valorarla de cabo a rabo, creer en toda ella y actuar en consecuencia (siendo de 100 años y teniendo una mujer estéril, creyó que tendría un hijo pues estaba convencido de que Dios era poderoso para hacer todo lo que le había prometido).

Desde luego, era un atrevido.

Nosotros, algo más avanzados en el tiempo y en el conocimiento bíblico, aunque tal vez con menos fe, seguro, tenemos delante nuestro un montón de promesas divinas que, aparentemente, son para otros pues no solamente no hacemos caso de ellas, sino que las ignoramos. Y sin embargo, sabemos que la Palabra de Dios no puede volver vacía, Isa. 55:11, y que, al final, se hará lo que Él quiera que se haga en nosotros… o en nuestros vecinos.

Este es el gran mal de nuestro tiempo: No hacemos caso de Dios ni de sus promesas, pasamos de todos sus cuidados, ignoramos sus bendiciones… Por eso pedimos pocas cosas en oración o, cuando menos, no le pedimos lo que El quiere que le pidamos. En efecto, no tomamos en serio las promesas del Señor y así nos va. Por el contrario, Abraham creyó que Dios haría posible lo imposible y así le fue. Esta diferencia debería hacernos pensar. Y entender, sobretodo, que Él quiere estar en permanente contacto con todos nosotros para hacernos saber sus planes, valorarlos y participar en todas y cada una de sus bendiciones… ¡Quiere diálogo!, dicen algunos. Cierto, por eso hacemos mal cuando nos cansamos de insistir en las peticiones en contra del ejemplo dejado por aquel patriarca (recordemos aquella conversación que tuvo con el Señor intercediendo por Sodoma, Gén. 18:23-33) y de las elementales normas de la convivencia espiritual.

Hemos de ser atrevidos y ver las cosas que no se ven, 2 Cor. 4:18, pues al decir del mismo Pablo las que se ven son temporales y las que no, eternas. Así que, hemos de tener confianza en los hechos del Señor a pesar de que muchas veces creamos que nosotros lo haríamos incluso mejor. El Salmista, otro atrevido de las épocas pasadas, dijo en cierta ocasión: Grande es el Señor nuestro y de mucho poder, y su entendimiento es infinito, Sal. 147:5. Él sabía por propia experiencia los resultados de sus obras y las de Dios y no tuvo ninguna duda en elegir el camino mejor reconociendo la grandeza y el poder del Creador del universo, sabia y excelsa característica que envuelve en esa pincelada de humanidad que parece representar el entendimiento y la enorme comprensión de Dios que están ahí por si algo sale mal y no llegamos a la altura que se espera de nosotros.

Hemos de ser fieros azotes de la injusticia, paladines de las viudas, huérfanos y desesperados, firmen defensores de la verdad, trabajadores de primera, familiares muy ejemplares, unos ciudadanos responsables y, sobre todo, buenos y atrevidos hacedores de la voluntad de Dios.

Hemos de confiar en los métodos divinos y olvidarnos de que nosotros y nuestros recursos harían mejor las cosas. Es que un atrevido vivo es capaz de hacer cosas más extraordinarias si toma la Palabra de Dios, si acepta su reto, si vive con reverencia, entrega y dependencia a sus designios y si llama a las cosas por su nombre en un intento de concienciar a los demás para que, a su vez, lleven una ida más justa y más acorde con el fiel Reino de Dios.

A veces el mundo nos da lecciones y nos va por delante. Mirar, la falta de información masiva que sufren las mujeres acerca del cáncer de mama, debió ser lo que decidió a aquella gran escultora norteamericana Matushka a ofrecer, como firme portada del semanario The New York Times, una fotografía suya en la que nos enseñaba su seno derecho extirpado… Desde luego, desde este punto de vista, Matushka es una mujer valiente, una atrevida, que llama a las cosas por su nombre en un intento de advertir a las mujeres modernas de lo que les puede pasar a menos que no se hagan una revisión médica anual para detectar la enfermedad.

Esta es la clase de atrevidos que estamos echando a faltar: Unas gentes que como Abraham, se apropian de las promesas de Dios y viven como si éstas ya fuesen reales, siendo consuelo a todos los demás denunciando el mal, aplaudiendo el bien y, sobre todo, practicando la verdad que es el símbolo de la moderna libertad, Juan 8:32.

1.1 LA GENTE QUE DEJA HUELLA

Uno de enero

Luc. 19:1-10

Todos conocemos a esa gente que no ha sobresalido en nada, pero que nos ha ayudado mucho, que siempre ha estado a nuestro alcance, a nuestra disposición. Sí, todos recordamos muy bien y con una cierta melancolía no exenta de fiel agradecimiento aquel apretón de manos oportuno, aquel golpe de ánimo en un hombro, aquella palabra sencilla, aquel saber oír y hasta aquella mirada comprensiva…

Y es que gente así no hay mucha y sus actos escasean. Por contra, la hay importante, real o no, cuya presencia es limitada, fugaz, sin interés alguno. Son personas que están porque tiene que haber de todo el la viña del Señor, pero pasan desapercibidas o sirven de contrapunto a la gente, normal o no, esa es la verdad, que deja huella en el campo de las relaciones humanas.

El cristiano pequeño como Zaqueo (no nos referimos a la altura física, sino a la juventud, frescura y ganas de hacer del que se siente y actúa impulsado por aquella fuerza del llamado primer amor), es el que más ayuda. El publicano, después de tener una entrevista personal con el Maestro Jesús, manifiesta su deseo de ayudar renunciando como mínimo a la mitad de sus bienes y devolviendo cuatro veces el valor defraudado de lo que llegase a tener conocimiento. Este es el Camino. Salvando las distancias, este cristiano pequeño, el de a pie, como Zaqueo, es el que más ayuda y el que deja una huella más profunda en nuestro corazón.

Por eso nosotros, los cristianos viejos, los que tenemos la piel de la conciencia agarbanzada por todos los años y por las coces de cientos de batallas, hemos de volver a los orígenes y apoyar más a los hermanos y a sus pequeñas cosas pensando que con unas piedrecitas se puede llegar a hacer una gran montaña. Es verdad que muchas veces las personas que tratamos de ayudar no sólo no aceptarán nuestra ayuda, sino que nos marginarán como hicieron con el Zaqueo convertido. Pero es igual, hemos de permanecer con la mano extendida sabiendo que alguien la estrechará agradecido; hemos de interesarnos por aquellos problemas ajenos sabiendo que alguien saldrá reconfortado… Además, los seguidores de Jesucristo hemos de aparentar aquello que decimos ser. Magritte, un pintor surrealista inteligente, pintó un cuadro que representaba una pipa y debajo de ella escribió con enormes letras: ¡Esto no es una pipa! El cristiano que no vive como tal, tampoco es cristiano.

Conviene recordar que Dios está con nosotros siempre y que crea sin cesar las condiciones para que dejemos huella en el entorno a la manera de los más grandes ejemplos, Heb. 11:32-38 o de los pequeños testigos, Mat. 25:21; Luc. 19:17, que todo vale si sirve para engrandecer el Reino de los Cielos. En Enciso (La Rioja) se han cumplido todos los requisitos necesarios para la conservación de las huellas de aquellos dinosaurios que parece que vivieron en la tierra hace tiempo, puesto que se han descubierto, estudiado y catalogado más de tres mil pisadas a través de las cuales, los paleontólogos llegan a conclusiones alucinantes, como el peso del animal, la longitud de la zancada, la velocidad a que caminaba, si era carnívoro o herbívoro, etc., etc. Bien, no pretendemos llegar tan lejos (aunque en algún aspecto nuestra huella resulta eterna), pero si nuestro testimonio, conservado en la fuerza de Cristo, llega a ser ejemplar para uno de nuestros semejantes y le hacemos cambiar de vida, ya estaremos cumpliendo con nuestro ansiado destino porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.