5.1 EL AMOR A JESÚS

Cinco de enero

Juan 12:1-8

¿Cómo es nuestro amor a Jesús? ¿Miramos el coste de las cosas que damos a Jesús…? En la cena de amigos que describe el pasaje sugerido ocurrió una cosa insólita o, cuando menos, algo que no era corriente y que, de alguna forma, nos puede ayudar a encontrar el ideal de nuestras propias respuestas.

Veamos:

Un poco antes de Pascua (la última para Jesús) se reunieron en Betania para cenar los hermanos Marta, María, Lázaro, todos los apóstoles y el mismo Jesús. Era una cena extraña en la que cada comensal podría estar ensimismado en sus propios pensamientos:

Lázaro, el dueño de la casa, un resucitado, celebraría su suerte sin creérsela del todo y agradeciendo a Jesucristo su gesto sin grandes aspavientos. ¿Estaba amando, no? Pues cada vez que el Maestro pasase por el pueblo de Betania podría descansar allí y reponer fuerzas… ¿qué más podía hacer?

Marta, su hermana, bastante trabajo tenía con preparar la cena para tanta gente y servirla dignamente haciendo todo lo posible para que su invitado y sus amigos se encontrasen relajados y cómodos. ¿Se le podía pedir más?

Judas, el calculador, intentaría cuadrar las cuentas ignorando que el amor se mide por otros parámetros…

Para Jesús, seguro que la cosa sería distinta. Sabía que eran sus últimos momentos de paz y debía aprovecharlos no sólo amando a los demás como siempre (y más a sus amigos, Luc. 12:4), sino permitiendo que le amasen como nunca.

¿Y qué podemos decir de María que sólo recibe alabanzas de su Maestro? Luc. 10:42. Pues que, enamorada, dio todo lo que tenía e hizo más de lo que se esperaba de ella.

Y es que el amor no tiene en cuenta el valor de las cosas. Y es que el que ama y se da a sí mismo no tiene en cuenta si pierde enteros ante los demás si los gana a los ojos del Señor (María enjugó los pies de Jesús con sus cabellos a pesar de que sabía que una mujer judía no podía hacerlo por llevarlo recogido. Sólo las mujeres públicas se permitían aquella licencia. Al hacer lo que hizo estaba diciendo que no le importaba que los demás pensasen lo que quisiesen). Esto nos lleva a otra lección muy concreta: ¡A veces no amamos a Jesús porque no queremos quedar mal ante los demás!

Otra cosa a tener en cuenta en la meditación de hoy es que cuando amamos a los demás, el amor sincero se hace evidente. Mas cuando uno se da, cuando uno se entrega, todo se llena de perfume. No lo podemos evitar. Eso no debe impedirnos que amemos al prójimo a discreción o, cuando menos, que siempre estemos listos para hacerlo a la manera de Dios, Ose. 11:4, de quién somos hijos por Cristo, 1 Jn. 4:7-10, y, por lo tanto, capaces de semejantes empresas.

Además, hemos de tener en cuenta que la actitud del hombre no determina la cantidad del amor de Dios, que siempre es directo, completo y suficiente y que, a su vez, se deja amar y adorar ya sea en su persona o en la de su Hijo. Y, desde luego, permite que amemos al ser humano que lo necesite sin pararse a meditar si se lo merece o no. De esa forma se cierra el círculo amoroso del que salimos beneficiados todos, Dios, el prójimo y nosotros. El amor del Señor Jesús obra para salvar, Rom. 5:8-11, y el nuestro para confirmar.

Un gran filósofo decía para luchar contra la prisa del momento: Cuando Dios hizo el tiempo, hizo mucho. En efecto, hay un tiempo para todo, Ecl. 3:1-8, y, claro, también para amar. Es más, amar a Jesús y a sus pequeñitos, Mat. 25:34-40, es una forma de vivir, por lo que debemos estar dispuestos a hacerlo siempre. Así, más que amarlo en ocasiones únicas, especiales, en cenas más o menos ocasionales, debemos hacerlo cada día y sin valorar el coste de los posibles esfuerzos. Cuando uno ama a Jesús se da de forma total, sin esperar nada a cambio, aun a riesgo de que los demás no sepan interpretar ni a nosotros ni a nuestras acciones.