2.1 LOS ATREVIDOS

Dos de enero

Rom. 4:18-25

Lo más sobresaliente de Abraham es que tuvo la osadía de tomar la Palabra del Señor, valorarla de cabo a rabo, creer en toda ella y actuar en consecuencia (siendo de 100 años y teniendo una mujer estéril, creyó que tendría un hijo pues estaba convencido de que Dios era poderoso para hacer todo lo que le había prometido).

Desde luego, era un atrevido.

Nosotros, algo más avanzados en el tiempo y en el conocimiento bíblico, aunque tal vez con menos fe, seguro, tenemos delante nuestro un montón de promesas divinas que, aparentemente, son para otros pues no solamente no hacemos caso de ellas, sino que las ignoramos. Y sin embargo, sabemos que la Palabra de Dios no puede volver vacía, Isa. 55:11, y que, al final, se hará lo que Él quiera que se haga en nosotros… o en nuestros vecinos.

Este es el gran mal de nuestro tiempo: No hacemos caso de Dios ni de sus promesas, pasamos de todos sus cuidados, ignoramos sus bendiciones… Por eso pedimos pocas cosas en oración o, cuando menos, no le pedimos lo que El quiere que le pidamos. En efecto, no tomamos en serio las promesas del Señor y así nos va. Por el contrario, Abraham creyó que Dios haría posible lo imposible y así le fue. Esta diferencia debería hacernos pensar. Y entender, sobretodo, que Él quiere estar en permanente contacto con todos nosotros para hacernos saber sus planes, valorarlos y participar en todas y cada una de sus bendiciones… ¡Quiere diálogo!, dicen algunos. Cierto, por eso hacemos mal cuando nos cansamos de insistir en las peticiones en contra del ejemplo dejado por aquel patriarca (recordemos aquella conversación que tuvo con el Señor intercediendo por Sodoma, Gén. 18:23-33) y de las elementales normas de la convivencia espiritual.

Hemos de ser atrevidos y ver las cosas que no se ven, 2 Cor. 4:18, pues al decir del mismo Pablo las que se ven son temporales y las que no, eternas. Así que, hemos de tener confianza en los hechos del Señor a pesar de que muchas veces creamos que nosotros lo haríamos incluso mejor. El Salmista, otro atrevido de las épocas pasadas, dijo en cierta ocasión: Grande es el Señor nuestro y de mucho poder, y su entendimiento es infinito, Sal. 147:5. Él sabía por propia experiencia los resultados de sus obras y las de Dios y no tuvo ninguna duda en elegir el camino mejor reconociendo la grandeza y el poder del Creador del universo, sabia y excelsa característica que envuelve en esa pincelada de humanidad que parece representar el entendimiento y la enorme comprensión de Dios que están ahí por si algo sale mal y no llegamos a la altura que se espera de nosotros.

Hemos de ser fieros azotes de la injusticia, paladines de las viudas, huérfanos y desesperados, firmen defensores de la verdad, trabajadores de primera, familiares muy ejemplares, unos ciudadanos responsables y, sobre todo, buenos y atrevidos hacedores de la voluntad de Dios.

Hemos de confiar en los métodos divinos y olvidarnos de que nosotros y nuestros recursos harían mejor las cosas. Es que un atrevido vivo es capaz de hacer cosas más extraordinarias si toma la Palabra de Dios, si acepta su reto, si vive con reverencia, entrega y dependencia a sus designios y si llama a las cosas por su nombre en un intento de concienciar a los demás para que, a su vez, lleven una ida más justa y más acorde con el fiel Reino de Dios.

A veces el mundo nos da lecciones y nos va por delante. Mirar, la falta de información masiva que sufren las mujeres acerca del cáncer de mama, debió ser lo que decidió a aquella gran escultora norteamericana Matushka a ofrecer, como firme portada del semanario The New York Times, una fotografía suya en la que nos enseñaba su seno derecho extirpado… Desde luego, desde este punto de vista, Matushka es una mujer valiente, una atrevida, que llama a las cosas por su nombre en un intento de advertir a las mujeres modernas de lo que les puede pasar a menos que no se hagan una revisión médica anual para detectar la enfermedad.

Esta es la clase de atrevidos que estamos echando a faltar: Unas gentes que como Abraham, se apropian de las promesas de Dios y viven como si éstas ya fuesen reales, siendo consuelo a todos los demás denunciando el mal, aplaudiendo el bien y, sobre todo, practicando la verdad que es el símbolo de la moderna libertad, Juan 8:32.