8.1 LA UNIDAD

Ocho de enero

Juan 17:20-26

Una de las facetas más sorprendentes de nuestro Cristo es aquella que comprende preocupaciones presentes que desembocan en actuaciones o situaciones futuras. En efecto, en el pasaje sugerido se observa con cierta claridad que ya oraba por nosotros antes de conocernos, v. 20; lo cual, aparte de señalar con antelación nuestra salvación, indica la fuente de nuestra seguridad que, apoyada en Dios, nos garantiza la individualidad dentro de la pluralidad del reino.

También se indica la existencia de una cadena de testimonios de más de dos mil años (aún hoy está vigente) cuya característica principal es llevar las personas a los pies de Jesús para que, una vez salvos, constituyan la unidad más grande de este mundo. Unidad que, formada por cientos y cientos de almas de todas las eras y épocas, aumenta día a día con la protección divina, v. 21, y que, a su vez, es la prueba que se necesita para creer que Cristo es el enviado del Dios Padre.

Por eso, mientras en este mundo lo más normal es la segregación, la separación, formación de tribus, capillas, grupos, (Yugoslavia, Checoslovaquia, etc.), Jesús quiere la unión. Y la quiere porque El como cabeza entiende que sólo tenemos posibilidad de futuro perteneciendo a su cuerpo, Efe. 5:23.

Entonces, en relación a los creyentes, hemos de apreciar más lo que nos une que lo que nos separa y potenciar lo que tenemos en común que no es otra cosa que el amor de Dios. Apoyándonos en ese común denominador feliz, ya podemos y debemos avanzar en la unidad hasta llegar a la perfección, v. 23. Claro que, a veces, nos sentimos tan poca cosa que nos vemos incapaces de alcanzarla y así, hasta dejamos de luchar pensando que ya no vale la pena intentarlo si al final no vamos a conseguirlo. Estamos equivocados y hacemos mal. En esas condiciones debemos pensar que tenemos la gloria de Cristo a nuestra disposición, v. 22, que, con mucho, es suficiente para lograrla.

Con todo, hemos de tener en cuenta que no tendremos nunca una unión perfecta del pueblo de Dios si no estamos previamente unidos nosotros al Señor a la manera de la vid y los pámpanos, Juan 15:5, ejemplo suyo en el que la gloria hacía las veces de real savia vivificadora. De manera que debemos potenciar nuestra relación con Dios si queremos conseguir ser uno con él y con los demás ciudadanos de su reino.

Por otra parte, hemos de reconocer la importancia que tiene el hecho de que Jesús orase para que seamos uno con El, uno con Dios. No podemos defraudar su confianza ni hacer fracasar el futuro. Eso es lo que estamos haciendo cuando nos peleamos en todas las reuniones ordinarias de negocios de la iglesia, cuando resaltamos sin piedad los defectos ajenos, cuando huimos de los hermanos de la comisión “Pro Cargos” como si tuvieran la peste, cuando no colaboramos en ningún programa misionero, cuando, en fin, regateamos el diezmo al Señor con argumentos pasados de moda. Sólo imitando el desprendimiento total de Jesús tendremos alguna opción a ser como Él es y compartir su gloria; lo otro, lo contrario, ser creyentes solitarios, sólo nos da derecho a ser salvos por los pelos y a pasar la eternidad perdidos en las últimas filas del coro celestial.