7.1 LOS CARGOS DE SERVICIO

Siete de enero

Rom. 12:3-8

Siempre que se acercan reuniones de iglesia para la elección de cargos de servicio, vemos una falta de interés que nos entristece. Ni siquiera la posibilidad de acceder a un cargo para figurar es un acicate suficiente para lograr una competencia leal que sería beneficiosa para todos los servidos. Todos tenemos ya muy desarrollado el sentido del deber y sabemos que si aceptamos un trabajo tendremos que cumplir y dar lo mejor de nosotros mismos y eso no nos gusta. Claro, siempre hay personas que disfrutan del poder, que no del servicio, y aceptan cualquier cargo para conseguirlo, pero ese es otro tema. En general pasamos de cargos y huimos de los hermanos de la comisión que llevan el bolígrafo en ristre como si tuvieran la peste y de la reunión administrativa como si la pobre iglesia estuviera en cuarentena.

Sin embargo, todos estamos llamados a hacer algo en servicio a los demás y no sólo porque es una orden divina, Juan 13:15, sino porque es un bien escaso y su aplicación nos beneficia. Pablo, en el texto sugerido, dice que todos los miembros de un cuerpo trabajan para el crecimiento y mejora del mismo es una clara y neta referencia a la Iglesia y a las personas que la componen. En efecto, el símil del cuerpo humano y el fino comportamiento de sus diferentes organismos es tan axiomático que no necesita ninguna demostración. Nadie ignora lo que pasaría con un cuerpo que sólo fuese ojo p ej., o con una iglesia en la que todos fuésemos pastores… Así que, nos necesitamos los unos a los otros, todos somos necesarios, y si no colaboramos en todo tipo de servicio, algo del conjunto se resquebraja y lesiona con el consiguiente perjuicio general.

Entonces, para poder servir lo mejor posible prescindiendo de la importancia del servicio, debemos conocernos bien a nosotros mismos, a los demás y al trabajo a realizar. Es un error lanzarse a desempeñar un cargo sólo con una alforja de buena voluntad. Así, hemos de aceptarnos con humildad y prepararnos para no defraudar la confianza de quienes nos han elegido; por eso, es muy conveniente conocer nuestras limitaciones y lo que se espera de nuestras personas, no despreciando unos trabajos aparentemente humildes y llevarlos a cabo con alegría, agradeciendo la buena voluntad ajena.

Resumiendo, debemos usar los dones recibidos, aquellos que nos hacen diferentes a la mayoría de los hermanos (y ellos de nosotros), y no porque conviene seguir creciendo por medio de la renovación de nuestro entendimiento, Rom. 12:2, sino porque, en el fondo, no son nuestros. Todos los dones, habilidades y aptitudes son de Dios y es importante notar que de no usarlos en el servicio del único Reino de los Cielos, se oxidan y hasta desaparecen perdiéndose la oportunidad de hacer historia.

Así, la próxima vez que se nos acerque un hermano de la comisión Pro Cargos, bolígrafo en ristre, debe encontrarnos a la espera (con una sonrisa en los labios, como premiando su propio servicio), aceptar de buen grado lo que nos ofrece después de haberlo decidido en oración y quedarnos a la espera de la fiel e inmediata decisión de la Asamblea soberana pensando que una iglesia fuerte es aquella que después de tener a Cristo en la cabeza, tiene bien cubiertos todos los servicios.