PREPARANDO EL CAMINO

 

Mat. 3:1-12

 

  Introducción:

  Sin duda que en Juan el Bautista se cumple perfectamente la profecía de Isa. 40:3. Él es quien vino a preparar el camino, esto es, a preparar el ambiente para la llegada del Mesías. Por otra parte, su ministerio fue un dechado de obediencia y fidelidad, ya que su mensaje preparador urgía una vida de la más alta calidad y, desde luego, predicó con el ejemplo durante muchos años para irrumpir poderosamente en el momento oportuno, en la hora justa, con una voz que atravesaba las conciencias.

 

  Desarrollo:

  Mat. 3:1. En aquellos días, esta expresión no tiene a menudo ninguna precisión cronológica y parece significar el afincamiento de Jesús y su familia en Nazaret, 2:23. No es extraño que esto ocurra en las Escrituras por cuanto se dan casos similares en el AT, Éxo. 2:11, lagunas en el tiempo que sólo demuestran muy bien la sorprendente sobriedad de la Biblia, que sólo nos dice o comunica lo esencial a nuestra salvación y prescinde de todo lo demás. Aquí ha habido un salto, un gran salto. El evangelista guarda un silencio sobre los treinta años transcurridos desde los primeros acontecimientos de la vida del Salvador hasta el momento en que iba a entrar en su ministerio público, momento que, precisamente, continúa la acción  con la oportuna aparición del vocero. Apareció Juan el Bautista, es decir, hizo su salida o aparición pública a fin de llevar a cabo su misión precursora. Se sabe que Juan en he significa “Don gratuito de Jehovah” y Bautista, su sobrenombre dado a causa de su énfasis en el acto bautismal.

  Pero seríamos injustos con él si al llamarle sólo “Bautista” incluyéramos su vocación entera. Para apreciar ésta en todo su conjunto y en su significación profunda, es necesario considerar a Juan el Bautista como: (a) En su posición entre el Antiguo Pacto y el Nuevo, de los cuales es el lazo viviente de unión, es decir, viene a ser como un puente entre la Ley que predica con potencia y el Evangelio que anuncia. (b) En su acción, que era la de preparar a su pueblo para la venida del Salvador por y a través del arrepentimiento, en el cual se concentran su saber y predicación y el bautismo propiamente dicho que administra de forma personal a todos aquellos que confiesan sus pecados, y (c) en su relación con Jesús, que es la de la más profunda humildad de un siervo en presencia de su Señor, cuyo origen divino ya conoce lo mismo que su misión.

  Así, el ministerio global de Juan el Bautista está cumplido al señalar a Cristo como el Cordero de Dios. Pero si en un sentido este ministerio es pasajero, en otro es permanente, bajo el triple aspecto que acabamos de señalar. Y como Él fue el punto de partida de la vida religiosa de su época, en los apóstoles y los primeros discípulos, es también el punto de partida de la vida cristiana que sólo nace por el arrepentimiento y por la fe en el Hijo de Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo.

  Para los que gustan barajar fechas y datos diremos que en Luc. 3:1, 2, se señala que Juan apareció cuando Poncio Pilato fue nombrado procurador de Judea, esto es, en el año 26 dC. Y lo curioso del caso es que aparece, no en una ciudad populosa como parecería normal, sino que se dio a conocer predicando en el desierto de Judea. Esta región era una comarca poco habitada cubierta de pastos, que comprendía la parte inferior del valle del Jordán y al oeste del mar Muerto, Jue. 1:16; Luc. 3:3. Y es que la predicación del arrepentimiento aún no estaba madura para ir a sonar en los santuarios oficiales o en los núcleos de los fariseos o saduceos. Sin embargo, gentes ávidas de salvación acudían a su conjuro tratando de participar en la gran renovación religiosa que se adivinaba. Él los recibía con un mensaje concreto y la mayoría de las veces, nada agradable:

  Mat. 3:2. ¡Arrepentíos! El término gr. (ve. o n.) que no tiene un equivalente en nuestro idioma y que se traduce por arrepentirse, convertirse, enmendarse, es una palabra compuesta que designa el cambio o la transformación moral del hombre interior. El real arrepentimiento, que es sólo el principio de la idea, y la santa conversión, que es la vuelta del hombre a Dios con un cambio de dirección total de 180º, no agota la idea del vocablo escrito. Al arrepentimiento, sufrimiento moral que aparta a todo hombre del pecado en primer lugar, debe agregarse la acción poderosa del E. de Dios que crea la vida nueva y realiza, ahora sí, la aludida y sana transformación moral, mental y anímica. De donde tenemos que el sentimiento doloroso del pecado por el despertar de la conciencia es la única preparación verdadera para recibir al sano Salvador y a continuación su Gracia Redentora. Porque el reino de Dios se ha acercado. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿A través de quién? Del Cristo que iba a aparecer de un momento a otro. Juan el Bautista ve en este gran acontecimiento un motivo ideal para el llamado arrepentimiento: Convertíos, Cristo se ha acercado. Él sin duda sabía por el espíritu profético, lo que Jesús enseñaría más tarde, a saber: que si un hombre no es nacido de nuevo, no puede ver el reino de Dios, Juan 3:3.

  Aún hay aquí un detalle que nos parece interesante y que no podemos desaprovechar. Notemos que no dice: Arrepentíos pues el reino de los cielos se acerca, sino porque se ha acercado. Todo, aun en la transformación moral y espiritual del hombre, tiene su principio en la eterna misericordia de Dios y en su gracia que siempre nos atiende.

  El reino de los cielos, que sólo Mateo llama así mientras que el resto de evangelistas lo designan “reino de Dios”, “reino de Cristo” o simplemente “el Reino”, indica el dominio soberano de Dios sobre sus inteligentes criaturas, dominio conforme en todo a sus perfecciones: Su santidad, justicia, misericordia y amor. La palabra “reino”, figura tomada de los de la tierra, se halla ya en el AT, donde la forma exterior del reinado de Jehovah Dios, era la teocracia, Éxo. 19;6; Dan. 4:3. Pero aún no era más que la figura, la preparación del reinado del cual Cristo es el Rey y que Dios establece sobre las almas por su Espíritu. Este reinado es, desde luego, interno, espiritual, Luc 17:21; Juan18:36, pero se extiende también por el mundo, por sus diversas manifestaciones y debe crecer intensa y extensivamente, hasta que Cristo vuelva a establecerlo en su perfección y gloria, Apoc. 19:6, y Dios sea en todo y en todos, 1 Cor. 15:28. Son precisamente estos diversos caracteres del reinado de Dios los que Mateo indica a través de su expresión “reino de los cielos”, pues todos los elementos de este reinado vienen del cielo y conducen allí. Este es el nexo de unión que perfila el evangelista entre el nuevo reinado que se acercaba y la teocracia israelita. Queda por indicar algo acerca de la forma gramatical en que está escrita la palabra “cielos”. Como podemos observar está en plural, en la que muchos han querido reconocer la idea rabínica de cielos diversos, 2 Cor. 12:2-4. Sin embargo, es mejor ver esta pluralidad como en la oración del Señor, Mat. 6:9, la idea de un dominio de Dios que se extiende a las diversas esferas del mundo.

  Mat. 3:3. Pues éste es aquel de quien fue dicho por medio del profeta Isaías: Esta es una explicación personal de Mateo para señalar al profeta Juan el Bautista y su mensaje como parte del cumplimiento de la profecía de Isa. 40.3: Voz del que proclama en el desierto: ¡Preparar el camino del Señor, enderezar sus sendas! Esta es una profecía indirecta y típica del nuevo reino: En su sentido primero e histórico, las palabras de Isaías son un llamado a Israel, exhortándole a preparar los caminos de Dios que vuelve a traer su pueblo de la cautividad. La aplicación que hacen de ella todos los evangelistas, Mar. 1:3; Luc. 3:4, y el mismo Juan el Bautista, Juan 1:23, a la aparición de Cristo y al ministerio de su precursor, prueban: (a) Que ven a Jehovah mismo en lo que ellos llaman el Señor (en la versión de los 70, de que se sirve en su cita, el nombre de Jehovah siempre es sustituido por Señor). (b) Que consideran su aparición como la verdadera liberación del pueblo, es decir, viene a sacarlo de la servidumbre para ponerlo en libertad. Por lo demás, el ministerio del precursor había sido también objeto de una profecía directa, Mal. 3:1; 4:5, que era recibida e interpretada de diversos modos entre el pueblo al principio de los tiempos evangélicos, Mat. 16:14; Juan 1:21.

  Mat. 3:4. Juan mismo estaba vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero a la cintura. Se trata de una tela ordinaria fabricada con pelo de camello en vez de lana o lino, incluso su cinturón era de cuero barato y corriente. En conjunto este era el vestido de los pobres, que convertía al sucesor de Elías, 2 Rey. 1:8, al predicador del arrepentimiento. Su comida era langostas y miel silvestre. Esta era una especie de langostas grandes, que aún sirven de alimento a las clases pobres de Oriente, Lev. 11:21. En cuanto a la miel silvestre era una miel que abundaba en los montes de Judea donde las abejas la depositaban en las rendijas o hendiduras de las rocas y en los pocos árboles semi secos de la zona.

  Mat. 3:5. Entonces salían a él Jerusalén y toda Judea y toda la región del Jordán. El evangelista nombra los lugares para indicar la gran cantidad de personas atraídas por la predicación del profeta. Por eso el término “toda Judea” es usado de forma hiperbólica. Mucha gente. La impresión fue viva y universal, fue como el despertar del pueblo, como un avivamiento, pero cuyos frutos no mostraron ser permanentes sino en aquellos que, bien impelidos por el sentimiento de sus pecados, se entregaron a Jesús como a su único Salvador.

  Mat. 3:6. Y confesando sus pecados eran bautizados por él en el río Jordán. Bautizar significa en gr. “sumergir” y tenía lugar en el río Jordán donde habría agua suficiente. El bautismo de Juan no era tomado ni de las abluciones en uno entre los judíos de la época, Juan2:6; 3:25, ni del bautismo de los prosélitos, que no aparece hasta mucho después de destruido el templo. Era una institución nueva, preludio del bautismo cristiano por inmersión y cuya primera idea era la indicada por las promesas de Dios relativas a la nueva alianza, tales como Eze. 36:25-27. Pero sin embargo, constituía una declaración simbólica del abandono del pecado y de la corrupción de todo el pueblo, así como la exacta necesidad de la purificación y regeneración del hombre nuevo, Rom. 6:3-6. Este último punto era simbolizado por el acto de sumergir en el agua a los que declaraban su arrepentimiento real confesando sus pecados. Esta es la única forma de bautismo que Cristo avaló y la única que practicaron los apóstoles. Para Pablo no había bautismo sino por inmersión, para que tuviese la exacta y suficiente concordancia son su significado simbólico de muerte y resurrección con Cristo.

  Mat. 3:7. Pero cuando Juan vio que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía: Las dos clases de personas formaban dos grupos, escuelas filosóficas, religiosas y políticas que dividían a la mayor parte de la nación judía. El nombre de los primeros significaba “separados”, no que fuesen o formasen una secta dentro de la teocracia sino que, hasta donde indica el término, su carácter, se refiere más bien a su orgullosa aversión hacia los paganos, los samaritanos, los publicanos y los pecadores. Se distinguían por su celo servil hacia las más rancias y minuciosas prescripciones de la Ley, a las que agregaban las de la tradición oral. Eran también la expresión viviente de la dura ortodoxia judaica, lo que, unido a su poder en el sanedrín donde formaban mayoría, les daba gran influencia sobre el pueblo. Los “saduceos”, cuyo nombre deriva de la palabra “justo”, formaban el partido opuesto a los fariseos. Rechazaban toda tradición y aun el desarrollo de la revelación divina después de la Ley, es decir, no creían más que en el Pentateuco. Negaban al mismo tiempo la realidad del mundo invisible, la existencia de los ángeles y la inmortalidad del alma. A causa de esto y en razón a su escaso número, ejercían poca influencia en el pueblo, pero mucha en las clases privilegiadas donde, para muchos, cierta de esas negaciones tienen un aire de buen tono. Así los fariseos representaban la justicia ortodoxa y los saduceos el racionalismo en todos sus matices. Estos, eran los que “venían al bautismo de Juan”, entre otros, gracia a Dios. Muchos se ha preguntado cómo y por qué venían miembros de estos dos partidos al bautismo de Juan y por qué éste les dirige palabras tan severas. Todavía hay quien ve una contradicción a este respecto entre Mateo y Lucas, quien en su relato del ministerio del Bautista, cap. 3, no habla de ellos y en otro punto, en 7:30, dice taxativamente que no lo habían recibido. La respuesta a estas preguntas se nos antoja como mínimo difícil. Es casi natural que hombres ávidos de fácil popularidad fueran al profeta a cuyo alrededor se amontonaba una multitud, los unos irían para no aparentar indiferencia, los otros por simple curiosidad. Pero el profeta, de una ojeada, mira y descubre sus indignos móviles y de ahí sus severas palabras. Se retiraron heridos en su orgullo, sino todos, la mayor parte y sin someterse al bautismo que habían ido a buscar. Esto último no está dicho con claridad, pero se sobreentiende del discurso del profeta. Hay más: Lucas, sin hablar de los fariseos y saduceos, transmite las terribles palabras de Juan, que sólo podían dirigirse a ellos y no a los pecadores arrepentidos. Así, él confirma su presencia. En resumen, esta posición equívoca tomada por los hombres de los dos partidos respecto a Juan el Bautista, está de acuerdo con el apuro que iban a pasar delante de la pregunta que les iba a hacer el Salvador, 21:25-27.

  ¡Generación de víboras! “Hijos de serpientes.” Es un reproche que los describe a la vez como unos elementos astutos, nocivos, odiosos y hasta insidiosos. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Juan desconfía de su aparente celo y descubre la dura astucia que les hace buscar en el cumplimiento de la ceremonia externa una garantía contra el juicio venidero que como judíos, sabrían que vendría después de la aparición del Mesías. Según Juan, los judíos que no se arrepientan de corazón también son enemigos de Dios y, por lo tanto, receptores personales de esa “ira venidera.”

  Mat. 3:8. Producir, pues, frutos dignos de arrepentimiento. Es decir, mostrar una vida cambiada. Además, es curioso notar que el texto original gr habla de un “fruto”, no de “fritos”, porque no se trata de obras aisladas, sino de toda la vida que es afectada por el arrepentimiento genuino.

  Mat. 3:9. Y no penséis decir dentro de vosotros: A Abraham tenemos por padre. Los hombres a quienes Juan se dirige aquí, aún en su impenitencia cerril, se apropiaban el título de “hijos de Abraham”, y se imaginaban que los privilegios religiosos de su pueblo bastaban para asegurarles la salvación, Juan 8:33-39. Hoy día también creen muchos que el hecho de pertenecer a ésta o a aquélla Iglesia es suficiente para salvarles. ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?

  Porque os digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham. Esta es una sentencia grave para los judíos. Dios es libre es la dispensación de su gracia, puede expulsarlos de su reino y de estas piedras (que se adivinan que Juan señalaba al borde del Jordán), es decir, de los hombres más endurecidos, de los más menospreciados, puede suscitar, por su poder creador verdaderos “hijos de Abraham”, herederos de la promesa, cuyo primer caso sería la fe genuina y la obediencia de Dios. Es muy dudoso que Juan haga alusión a la vocación de los paganos. Este pensamiento vino mucho más tarde con la eclosión del apóstol Pablo, principalmente.

  Mat. 3:10. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da fruto es cortado y echado al fuego. Los juicios de Dios van a ser ejecutados contra los malos impenitentes. Fijémonos que todos los verbos están en presente: está puesta, es cortado, es echado, expresando la inminencia y la certidumbre de estos juicios. Por otra parte esta figura es bonita pero terrible a la vez: Los árboles son los judíos y los hombres en general, el hacha. la inminente venida de Cristo, el árbol que no da fruto, que no da evidencias de una vida arrepentida, sea judío o no, “es cortado”, eliminado del lugar que le correspondía en el Reino de Dios “y echado al fuego” clara alusión al infierno del que hablamos tan poco.

  Mat. 3:11. Yo os bautizo en agua para arrepentimiento, pues el énfasis aquí no recae sobre los elementos del bautismo, sino en la calidad y magnitud que representan. Juan, humildemente reconoce que el bautismo que practicaba no era sino preparación un hecho sin mayor transcendencia  aunque era precedido de la acción del arrepentimiento, todo lo cual confirma que cualquier acción o actitud del hombre sin los valores espirituales que sólo concede la presencia de Cristo por el E. Santo, es efímera y hasta ficticia. Por otra parte, sabemos que esto es confirmado por los seguidores de Juan, pues parece que sólo perseveraron los que se unieron a Cristo por la fe, al entrar en su ministerio público. El arrepentimiento y el bautismo de los demás quedó en nada. Pero el que viene después de mí, clara referencia a su Mesías, cuyo calzado no soy digno de llevar, esto se ha malentendido casi siempre. Se decía que él se consideraba indigno de calzarse con las sandalias de Cristo, pero lo que realmente se refiere, en el texto original, es a la tarea de uno de los servidores o esclavos domésticos más humildes. Este trabajo consistía en llevar en un cesto las sandalias de su amo y atarlas y desatarlas cuando éste lo requiriese. Es más poderoso que yo. No sólo superior en su posición, sino en poder de acción. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Una forma figuraba de decir que sólo Cristo da al creyente una vida de permanente fruto de arrepentimiento y de reconciliación con Dios.

  Un pensamiento más: El Bautismo en agua, por sí solo, no es aún garantía de salvación, quien salva el Cristo y su bautismo de E Santo y fuego purificador.

  Mat. 3:12. Su aventador está en su mano, su pala para aventar el trigo contra el viento que se llevará la paja. Y limpiará su era. Recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en el fuego que nunca se apagará. Los justos por la fe en Cristo serán bien destinados al cielo, el granero, y los rebeldes y desobedientes, al infierno. Es necesario observar, pues por último, que la Biblia presenta la misericordia y el juicio sobre dos líneas paralelas, cuya frontera es muy frágil en la tierra, pero inalterable en otra vida.

 

  Conclusión:

  Este es el mensaje de Juan el Bautista y este debe ser también el nuestro. Cristo es el que viene, ahora, ya, en este momento y no podemos perder tiempo. Hemos de sentir la excitación que sentiríamos en un barco que se estuviese hundiendo, no tenemos tiempo, salgamos a la mies, ahora es el tiempo aceptable, así que hagamos de nuestras vidas otros tantos faros que irradien la verdad.

  Amén.