LA ESPERANZA DE UN NUEVO COMIENZO

 

Isa. 40:1, 2, 27-31; Gál. 4:1-6

 

  Introducción:

  Con la ayuda del diccionario podemos decir que esperanza es el “estado de ánimo en el que se nos presenta como posible lo que deseamos.” Indiscutiblemente la vida humana es expectación constante. Se dice también que lo que el oxígeno es para los pulmones es la esperanza para la vida humana. Cualquier labor o actividad que emprendemos lo hacemos sin duda esperando algo y puede ser la esperanza mezquina de una ganancia material, puede ser la esperanza de llevar consuelo y ayuda a tantos seres necesitados o la esperanza natural de asegurarse días mejores. Así tenemos que lo curioso del caso es que la esperanza, que es intangible, sea el motor indispensable de algo tangible como pueden ser los bienes, deseos, necesidades, planes y “castillos en el aire.” Pero además, por pertenecer al reino de lo anímico, de la mente, de lo no físico, es una medicina indispensable para todo el mundo, tanto es así que un gran cardiólogo escribió en su autobiografía: La esperanza es la medicina que más uso en mis consultas.

  Parece ser ayer, pero un año más llega a su fin y otro se acerca por delante, se adivina en lontananza. Así tenemos un nuevo comienzo, con nuevas oportunidades y nuevas ideas. Aquellos de los proyectos que no hemos podido realizar, quizá ahora sea el momento oportuno de llevarlos a cabo, aquel viaje que tanto soñamos, quizá podamos realizarlo ahora. Nadie sabe a ciencia cierta los acontecimientos, las frustraciones o los desenlaces que sucederán, pero los creyentes en Cristo sabemos que lo que ocurra será para bien de uno mismo y del Evangelio. Sí, estamos seguros, tenemos esperanza, que no estamos solos, que hay un alguien que se asocia con nosotros haciéndose partícipe de todas las aspiraciones, luchas, realizaciones y hasta… de nuestros fracasos: ¡Cristo!

 

  Desarrollo:

  Isa. 40:1. Debemos encuadrar muy bien la escena para entender el alcance de estas palabras. El telón de fondo de la misma es aquel periodo doloroso del destierro de Israel en Babilonia. Así, cuando el desaliento y la desesperanza hacía presa del pueblo, entonces en medio de la oscuridad casi desesperada de aquellos días, se oye esta voz de consuelo y, desde luego, de esperanza, porque es el mensaje del mismo Dios por boca de sus profetas: ¡Consolad, consolad a mi pueblo!, dice vuestro Dios. Para el pueblo que había empezado a dudar de Dios, precisamente por su aparente escaso interés en bendecirlos, aquellas palabras iban a ser como un bálsamo a una piel quemada. Además, debemos notar que las palabras “vuestro Dios” tienen un valor y hasta un significado impresionantes, guardan similitud con las de Jesús cuando nos enseñó a orar: Padre nuestro, palabras que en sí mismas, llevan seguridad, amparo y confianza al pueblo sumido en temores e incertidumbres. Vuestro Dios, está ahí. Sí, no ha muerto, no ha desaparecido, no os ha dejado, consolad…

  Isa. 40:2. Hablad al corazón, es decir, con ternura, apelando a sus más hondos e íntimos sentimientos. Así habla Dios, sin dejar de lado el raciocinio, apela a los sentimientos del hombre, allí donde aún queda un resquicio de obediencia y amor hacia él, para que éste abra los ojos y se dé cuenta de su amor, de su fiel providencia y cuidados que nunca cesan. Hablad al corazón de Jerusalén. Así el mensaje va dirigido a la ciudad de Jerusalén, centro de la vida de su pueblo, tanto espiritual o religiosa como políticamente. Pero en Babilonia, estas palabras, ¿qué quieren decir exactamente? ¡Qué su mensaje debe ser presentado a todo el pueblo! Pero aquí flota un pensamiento mucho más profundo del que pudiera generar la idea de una comunicación oral a los judíos de aquel entonces arrancados de su país. Esto implica, ni más ni menos, que ha habido y hay un pueblo de Dios. Antes fue el Israel físico, la nación judía aunque estuviese diseminada por todo el orbe por entonces conocido. Hoy es el Israel espiritual, el pueblo cristiano. En ambos casos es evidente que necesitamos el mensaje consolador de Dios. Además, nada de esconderse al dar el mensaje: Decirle a voces, aquí se hace referencia al grito y clamor enfático de un heraldo que proclama públicamente una nueva con todas sus fuerzas (entenderemos mejor la idea al leer el v. 9, y gritar tras redoblar los tambores: ¡Se hace saber…!).

  Su condena ha terminado y su iniquidad ha sido perdonada. “Que su tiempo se ha cumplido.” Este es un término militar que indica que su tiempo de reclutamiento ha llegado a su fin, en otras palabras, que su destierro ha terminado. Que han llegado a su fin los sufrimientos y tormentos, consecuencia directa a sus pecados, demostrándonos una vez más que el Señor castiga la rebeldía e iniquidad de sus hijos, pero no los abandona para siempre, eternamente. Así tan pronto aparece el verdadero y real arrepentimiento a flor de piel y labios, abre de nuevo de par en par las ventanas del corazón y esparce bendiciones por doquier. Dios se da ya por satisfecho, ha cobrado su cuenta pendiente al romper el pagaré eterno y… se olvida para siempre de la deuda. Así, a nivel de justificación, va a comenzar una nueva relación entre el hombre y su Dios. Que de la mano del Señor ya ha recibido el doble por todos sus pecados. ¿Qué quiere decir esta frase? ¿Significa que ha recibido el doble del castigo que se merecían sus pecados? No. Para el corazón tierno y amoroso de Dios todo lo que sufrió su pueblo en el destierro, ya era bastante

No debemos olvidar que Él no se deleita en el castigo, en el vivo sufrimiento. Si castiga lo hace para restaurar, vindicar, enderezar o forjar lo torcido, precursor de males mayores, como pudieran ser el abandono eterno, la indiferencia y la desesperanza.

  Isa. 40:27. ¿Por qué, dices, oh Jacob y hablas tú, oh Israel? Vimos en otra ocasión, que estos dos nombres son usados para referirse a la nación de Israel como pueblo de Dios. Aquél tenía la necesidad de saber que Dios podría librarlo y de que lo amaba de verdad, pero en aquellos aciagos momentos lo que hacía era quejarse arguyendo abandono por parte del Señor. Mi camino le es oculto a Dios, es decir, fuera del alcance de Jehovah y de sus bendiciones. Me tiene abandonado y no me concede lo que quiero, no cura mi cuerpo, no me da riquezas, no me da poder, no lleva a cabo mis planes… Dios me tiene abandonado. Por desgracia esta queja no es antigua, al contrario, el actual y llena de vigor entre el pueblo cristiano. Nos olvidamos con frecuencia que su poder y grandeza lo pueden y lo cubren todo, que nada queda fuera de su alcance y de su conocimiento… ¡así que la queja persiste! ¿Y mi causa para inadvertida a mi Dios? No, Él toma en cuenta mi caso no importa cómo sea. Pero aquí hay una situación curiosa. No es el hombre sino Dios quien expresa estas quejas de su pueblo para replicar que no tiene ninguna razón para quejarse. ¿Por qué? Porque su situación se debe a su propio pecado, no a causas externas a él. El pueblo es quien ha dejado, abandonado, a Dios y no Éste al pueblo.

  Isa. 40:28. ¿No has sabido? Por la observación y el estudio de las Escrituras. ¿No has oído?, mediante la repetición de la firme tradición oral de los padres, ¿que Jehovah es el Dios eterno que creó los confines de la tierra? Dios no tiene principio ni fin, existe por sí mismo y ha existido siempre, que es causa y origen de todo lo que existe en la tierra y fuera de ella. No se cansa ni se fatiga, es decir, Dios no está sujeto a las leyes limitadas del envejecimiento humano ni a cualquiera de sus otras conocidas debilidades. Él es un Espíritu libre de cualquier barrera y su fiel presencia llena el universo entero. ¿Cómo pensaban que iba a abandonarles? Él siempre es el mismo, siempre está activo y así cualquier tiempo es su tiempo. Además, su entendimiento es insondable. Su grado de comprensión es ilimitado. Y lo conoce todo, no hay nada oculto a sus ojos, nada escapa a su saber, por lo tanto nunca debemos sentirlos solos. Dice el himno: ¿Cómo podré estar triste, cómo entre sombras ir, cómo sentirse solo y en el dolor vivir, si Cristo es mi consuelo, mi amigo siempre fiel, si aún las aves tienen seguro asilo en Él? Así, es nuestra esperanza y lo es, porque no está sujeto a las variaciones humanas del sano carácter tan conocidos por nosotros. Él sólo tiene una palabra y nos… basta: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17:15, 16).

  Así entendemos perfectamente que:

  Isa. 40:29. Da fuerzas al cansado, ánimo y nuevas fuerzas al que se ha agotado en el servicio, al que está en medio de la pista o la carrera. Y le aumenta el poder al que no tiene vigor. Esto es, a los débiles. Pero esta segunda idea es de mucha más fuerza y más rica si cabe que la primera. Allí se decía que reponer las fuerzas al que antes tenía y que ha gastado en un momento dado de su carrera, aquí se indica de forma taxativa que el Señor da fuerzas a quien nunca las tubo. Hay una mayor dependencia paternal, hay una mayor entrega, hay una transmisión de dureza y fortaleza, por eso, quien anda con Dios, cada día se maravilla al descubrir que hay alguien que le sostiene en la dura batalla de la vida y el servicio.

  Pero en el mensaje hay una razón evidente, una lógica natural:

  Isa. 40:30. Aun todos los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes tropiezan y caen. Cierto. El ser humano, aun en la mejor etapa de su vida está sujeto al cansancio y al agotamiento físicos anunciadores evidentes de la limitación de su carne. Así, sabemos que los niños se caracterizan por su constante accionar y moverse, por estar quietos. Los jóvenes, por su parte, tienen un vigor y fortaleza fuertes, pero tanto unos como otros pronto se agotan y desmayan frente a las faenas, trabajos e inclemencias de la vida diaria.

  Isa. 40:31. Pero los que esperan en Jehovah, los que confían en Dios, los que dependen real e íntimamente de Él en su diario batallar, renovarán sus fuerzas, recibirán sus energías perdidas. No, no estamos hablando de superhombres. Como humanos se agotan igualmente, pero no desfallecen ni caen, porque el poder y la potencia de Dios que obra dentro de ellos les sostiene. Así que entonces, formando un binomio extraordinario, levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán. ¡Qué figura tan extraordinaria! Ahora veamos como se conjugan la agilidad, la destreza y la potencia de los que viven en y con Dios. Siempre listos y capacitados para el servicio. Así que no importan nuestros problemas personales que actúan casi siempre como lastres impidiéndonos levantar el vuelo, ni importan nuestra carencia de medios para excusar la negligencia y nos hace corren siempre con la cabeza vuelta atrás, ni nuestra falta de preparación que nos impide seguir avanzando. No, nada importa para los que creemos en Dios. Todo se desvanece con su ayuda, todo se reduce a su conjuro, todo se diluye a su vivo grito de pregonero: ¡Levantarán las alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán!

  Gál. 4:1. Digo además, Pablo conecta así lo que precede, 3:23-29, con el desarrollo que va a seguir por medio de una figura, la de un niño cuyo padre rico murió dejándole una fortuna. Entre tanto que el heredero es niño, es decir, incapacitado para tomar posesión de su fortuna a causa de si inexperiencia y su falta de madurez. En esta condición clara y concreta, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo. Por derecho de nacimiento es dueño de toda la hacienda, pero a causa de su edad, es como si no tuviera nada. Así su condición es igual a la de otro esclavo de la casa, depende y está sujeto a la autoridad y voluntad de otros.

  Gál. 4:2. Mas bien está bajo guardianes y mayordomos hasta el tiempo señalado por su padre. He aquí las personas que ven y cuidan al heredero, responsables por lo tanto de su integridad física, de su fortuna y de su educación. En gr. esta idea se aplica a los ministros cristianos cuando son llamados administradores de los misterios de Dios, 1 Cor. 4:1. Ahora bien, esta tutela dura toda la vida? No. ¡Hasta el tiempo señalado por su padre! Al no haber una ley estatal que legislara al efecto, era costumbre paterna determinar el tiempo de la mayoría de edad del hijo.

  Gál. 4:3. Ahora en cuando Padre entra en la realidad que quería ilustrar con el ejemplo del niño heredero. Ahora lo aplica al decir que todos éramos menores de edad antes de la venida de Cristo, incapacitados por lo tanto, de tomar cierta posesión de las grandes riquezas de su Evangelio por gracia, porque éramos esclavos sujetos a los principios elementales del mundo. Es decir, bajo simples tutores como pudieran ser la ley mosaica de los judíos y la ley de la conciencia entre los gentiles, pero que sin embargo sirvieron para cuidar y disciplinar a los hombres hasta que éstos alcanzaron su mayoría de edad con la venida del Señor. Pero, ojo, cuidado. Los “principios” no eran la ley en sí misma, sino las cosas terrenas con las que la ley tenía que hacer, convirtiéndose en meros preceptos rituales humanos, Col. 2:20. La tendencia humana siempre ha sido la de sujetarse al sentido material y formal de las prescripciones legales, haciendo del medio un fin inamovible.

  Gál. 4:4. Pero cuando vino la plenitud del tiempo, ¿cuál puede ser esta fecha? El momento predeterminado y señalado por Dios (el padre de la figura del v. 2), de acuerdo a su propósito y a su sapiencia. Dios envió a su Hijo, a Jesucristo. Así que Cristo no vino obedeciendo a un accidente casual, su bendita encarnación obedeció a un plan eterno de Dios trazado antes de la fundación del propio mundo: ¡La redención de los hombres! Nacido de mujer, esto es, la encarnación de Cristo. No tuvo padre humano pues nació de la virgen María por concepción milagrosa del E Santo. Y nacido bajo la ley, ¡importante!. Se nos dice que Dios no sólo se hizo hombre, sino que nació judío, sometido a la ley mosaica y en consecuencia, a todas sus ordenanzas como la justa circuncisión, igual que el resto de los niños del país. Esto fue del todo necesario para cumplir la ley.

  Gál. 4:5. Para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a los judíos primero y también a nosotros. Pablo presenta aquí el propósito de la venida del Maestro: Redimir al hombre, pagando un alto precio, su propia vida, indispensable a los ojos del Padre. Esta fue la forma usada para libertar a todos los que habiendo vivido sometidos y esclavizados por los fríos preceptos y vacíos formalismos legales, ahora arrepentidos se entregan por fe al fiel dominio y señorío de su Señor y de su Cristo. Pero, ¿qué parte de la herencia tenemos nosotros? Total, ya que también estamos incluidos en el Plan misericordioso de Dios. Ver si no: A fin de que recibiésemos la adopción de hijos. La obra de Cristo no es una mera transacción legal, es una firme liberación que lleva al creyente a la filiación glorioso de hijo de Dios. De esta manera alcanza su mayoría de edad, es el espaldarazo que en el futuro le evita de tutelaje alguno, es ya completamente libre para disfrutar las incontables riquezas de la gracia de Dios en su Hijo. A través de esa adopción, Dios nos recibe de forma plena en todas las relaciones de hijos y entramos formalmente en la familia de Dios por medio y a través de la fe.

  Gál. 4:6. Y por cuanto sois hijos, en base a ese renacer en Cristo, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, en otras palabras, nos dio su propia presencia, 2 Cor. 3:17. Que clama: Abba, Padre. Padre, papaíto. Es la exclamación del E Santo en el corazón y en los labios del creyente, dominado por la emoción: ¡Abba, Padre!

 

  Conclusión:

  Si Dios con nosotros, ¿quién contra nosotros? Comenzamos un nuevo año, ¡qué sea el de nuestra mayoría de edad!