NUESTRO DIOS RECONCILIADOR

2 Cor. 5:18-21; 1 Ped. 1:18-21, 23; Col. 1:15-23

 

  Introducción:

  El ser humano es pecador. Ya estudiamos el domingo anterior la profundidad de nuestra condición perdida. Es más dijimos que el hombre es pecador por elección. Es libre a pesar de su pobre naturaleza pecaminosa y no sólo eso, dijimos que la Iglesia es una comunidad de hombres que han gustado el don de Dios y que, por lo tanto, han cambiado de naturaleza. Pero la Iglesia no se reúne todas las semanas para lamentar su condición perdida, sino para celebrar lo que Dios ha hecho para salvar al hombre, para salvarte a ti… y a mí.

  Y es en la llamada ED que tenemos la oportunidad de estudiar la Biblia al mismo nivel y es curioso, nos damos cuenta de que este libro sagrado no es un volumen humano que describe los esfuerzos del hombre para encontrar a Dios, sino que es un libro divino que describe a Dios tratando de alcanzar al hombre sin dañar su personalidad, Esto queda ampliamente demostrado no sólo por las palabras escritas en la misma, sino por el testimonio que de ella dan los fieles de las iglesias. La Iglesia primitiva, tantas veces comparada, era evangélica en extremo. Y fueron ferozmente perseguidos y aun así muchos hombres se unían o sumaban a la misma. Tenían recursos humanos bien limitados, pero a pesar de ello, lograron que el mundo conociera su vida y existencia. ¿Cuál era el secreto? ¡Tenían un mensaje venido de Dios y cada uno de sus miembros tuvo una experiencia bien personal con el Altísimo!

  Fue su conocimiento de la naturaleza del Señor y su propia experiencia personal con Él, lo que les lanzó al mundo con las buenas nuevas en sus labios y corazones. No eran sabios, eran pescadores, cobradores de impuestos y hasta pastores de ovejas, pero no importaba, ¡poseían un espíritu contagioso! Sabían del amor del Dios Padre para con el hombre. Nosotros que tenemos la oportunidad de la fiel y nueva revelación de Dios, su palabra, las Escrituras, nos apoyaremos en tres pasajes escogidos de la misma para desarrollar la lección de hoy. Sí, somos conscientes de la dificultad que esto entraña puesto que vamos a tratar de la naturaleza del mismo Dios.

  La primera perla, la primera enseñanza florece apenas los leemos: El amor de Dios no es abstracto ni teológico, es vivo y personal. Así que soy importante para él y su amor ha sido tan grande como profundo era el pozo de todos mis pecados. Cristo ha muerto sólo por ti y por mí. Llega a ser tan grande su amor, que prefiere encajonarse en nuestro mismo pozo para que, desde allí, a una sola voz nuestra, nos pueda sacar. A veces no vemos ni entendemos las teorías que nos hablan de la predestinación y aún, de la misma justa expiación, pero ¡qué fácil comprendemos el gesto de amor de Cristo Jesús volviendo la vida a Lázaro o perdonando todos los pecados de la adúltera.

 

  Desarrollo:

  El Plan de Dios: 2 Cor. 5:18, 19, 21. ¡Qué contenido tan fiel y grande! Pero veamos, dediquemos nuestra atención a la famosa frase: Somos embajadores en nombre de Cristo, v. 20. Pensando sólo en ella y sin olvidar el contenido del contexto que hemos leído antes, podemos sacar varias ideas claves:

  (1) Dios tomó la iniciativa de salvar al hombre. En l Jn. 4:10, leemos: En esto consiste el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó a nosotros y envió a su único Hijo en expiación por nuestros pecados. Como ya hemos dicho, nuestro interés y entendimiento del Evangelio dependen de la comprensión correcta de la naturaleza de Dios y su actitud hacia los perdidos. Esto es vital. Los judíos eran el pueblo de Dios, cuya existencia sólo era justificada por el hecho de que Él mismo los eligió para dar testimonio de su nombre y hacer que su Hijo naciera de aquella simiente. Pero el Cristo que Dios reveló no era el que ellos esperaban. Habían encasillado a Jesús con un metro demasiado corto y pobre: Así, Cristo, según ellos, debía amar al justo y odiar al pecador. Cuando vieron que no era lo esperado, le odiaron. Creyeron ver la prueba de que no era el Hijo de Dios, porque: Se asociaba con pecadores. Así, en una ocasión en que la crítica del entorno era dura y en especial desagradable, Jesús les dijo tres palabras para ilustrar el secreto de la naturaleza divina y el por qué vibraba en presencia de los pecadores que lo reconocían como Mesías: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, todas ellas narradas en Luc. 15. Las tres historias son paralelas y todas encierran la misma verdad: Dios nos ama. No comprendemos su naturaleza hasta que no le vemos andando y buscando pescadores. Y en las tres parábolas citadas vemos la idea del Señor amante que toma la iniciativa: El pastor deja el resto de la ovejas en el aprisco y va en busca de la que se le perdió; la mujer volvió a desordenar lo ordenado, poniendo la casa patas arriba para buscar la moneda perdida y el padre corrió al encuentro del hijo arrepentido. Así que la nota de búsqueda es parte de la naturaleza de Dios y debe caracterizar a su iglesia. Así como Él ha tomado la iniciativa para salvar, así su pueblo debe salir al exterior con compasión en busca de toda la gente y contagiarlas con lo mejor de su espíritu. De manera que nuestra ley de actividad evangelística es un reflejo de la naturaleza del Dios que adoramos.

  (2) El motivo de Dios para enviar a Jesucristo fue su amor por el hombre. Dios no es sólo un Dios que busca, también es un Señor que ama. Como la palabra amor ha llegado a ser tan mal usada en nuestros días se impone una nueva y clara definición: Cristo es nuestra definición de como Dios nos ama. No es sólo viendo la naturaleza como hubiésemos sacado la conclusión de que Dios es amor, porque al estudiar el mundo lo máximo que se nos podría ocurrir es que nuestro Dios era un Señor de poder y de fuerza, pero no iríamos jamás a verle con el pobre cuento de nuestros pecados. Esta es la misma teoría en que basábamos una de nuestras lecciones dominicales en la que decíamos que Dios no podría hablar al mundo por medio de la naturaleza sino quería asustar a los hombres, por eso elegía mensajeros humanos como Jeremías y tantos otros. Lo máximo que podríamos sacar de nuestra contemplación de la naturaleza es una posibilidad de la existencia de Dios, pero no la de un Dios perdonador. No podemos ver en la hermosura de una nube cualquiera más que una manifestación de la existencia y poder de Dios, pero eso no basta para poder oír los murmullos del Salvador al oído de cada uno de nosotros que estamos expectantes: Venir a mí todos los que estáis trabajados y cargados… Mat. 11:28. Sólo en la santa revelación de Cristo Jesús comprendemos que Dios es Amor. Precisamente fue porque el Señor nos amó tanto que envió a su Hijo a morir por nosotros. Así que el amor de Dios tiene por los pecadores es producto de su propia naturaleza: En 1 Jn. 4:8, 9, leemos: Dios es Amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros; en que Dios envió a su hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él. Estas son las buenas nuevas. Esto quiere decir que nuestro Dios ama a los hombres tal y como son. Que es capaz de amar a alguien que ha sido rechazado por la sociedad y aún por sus familiares.

  (3). El Plan de Dios se centró en la Persona de Cristo. Hemos leído en 2 Cor. 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros el Señor le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos la justicia de Dios en él. Si nos paramos a pensar un momento en este v veremos que Jesús hizo más que revelarnos la naturaleza de su Padre. Sí, hizo algo más en nuestro favor porque en la Cruz realizó lo que se esperaba de Él y de cuyo cumplimiento depende la salvación de todos nosotros: ¡No fue una víctima! Cuando se trataba de explicar a sus discípulos la necesidad de su muerte, nos dijo: Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo, Juan 10:18. Así es fácil pensar que judíos de entonces no le entendiesen. Habían estado esperando la llegada del Ungido, pero no un Mesías siervo de todos y que iba a sufrir por los pecados de todos.

  (4). El Señor ha dado a sus hijos el mensaje de reconciliación, el Evangelio. Dice el apóstol Pablo: Dios nos dio el ministerio de la reconciliación y nos encargó la palabra de reconciliación. Y en su carta de los Romanos, añade: Porque no me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, Rom1:6. Así se entiende bien el que hubiera como una satisfacción en la Iglesia del primer siglo por predicar todo el evangelio destacando cuatro hechos bien significativos: (a) Predicaban la venida de Cristo anunciada en el Día del Señor, así que esto era una palabra de celebración. (b) Predicaban que la venida de Cristo era el cumplimiento de la profecía. (c) Así que dieron más importancia a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, demostrando que este era el centro del evangelio, y no otro, y (d), hacían un llamamiento urgente hacia el sincero arrepentimiento, única puerta capaz de abrir el corazón humano al Espíritu Santo.

  Este es a grandes rasgos el mensaje que Dios en Cristo les encomendó y tiene vigencia hasta nuestros días. Pero aún hay más: El Evangelio es una contradicción cuando es predicado por una gente asustada. Aquellos discípulos estaban siendo muertos y hasta perseguidos y aún así tenía la esperanza viva, intacta. No basta predicar buenas nuevas, debemos creérnoslas. Pablo nos lo dejó dicho: (1) El Señor nos reconcilió consigo mismo, y (2), nos dio el ministerio de la reconciliación. Primero, pues, viene la fiel experiencia personal y después el ministerio.

  Veamos ahora el Plan de los Siglos: 1 Ped. 1:18-21, 23. Con estos vs. aportamos nuevas ideas para entender lo que el Dios Padre estuvo haciendo a través de su Hijo. Sobre todas ellas sobresale la principal: Él (Jesús), a la verdad, fue destinado desde mucho antes de la fundación del mundo, pero ha sido manifestado en los últimos tiempos por causa de vosotros, 1 Ped. 1:20. La enseñanza es clara: La venida de Jesús ha sido el cumplimiento del Plan de Dios a través de los tiempos. Con lo que entramos de lleno en la rara doctrina de la predestinación. Podríamos preguntarnos como los ateos: El Creador, ¿a quién creó primero, al huevo o a la gallina? O como los calvinistas: Dios, ¿determinó primero, salvar o crear al hombre? El quid de la cuestión no está ni en lo primero ni en lo segundo. Nos basta saber que en el momento de pecar, a Adán le fue prometido un Salvador capaz de transformar su naturaleza y que, por lo tanto, la muerte de Cristo no fue un mero accidente histórico. Fue una parte del plan de Dios de los cielos que existió desde el mismo principio. Y que fue precisamente esa muerte la que hizo posible el nuevo acercamiento del hombre hacia Dios a quien no debía de haber abandonado jamás. Así que en la persona de Jesucristo convergen todos los ángulos tocantes a nuestra propia salvación. Dice Pedro al respecto: Él llevó todos nuestros pecados, 1 Ped. 2:24, pagó el precio por nuestros pecados, 2:19, y cubrió los pecados con su sangre, 1:2.

  La Meta de la reconciliación, Col. 1:15-23: Sí, muchas veces Dios había usado las situaciones difíciles de la Iglesia para dar forma a su Palabra, la Biblia: 1 y 2 Tes. aparecieron porque la Iglesia estaba triste y confundida a causa de la segunda venida del Salvador. 1 y 2 Cor. fueron escritas a una Iglesia que andaba dividida y no sabía cómo comportarse en su relación con todos los inconversos. Así, la mayor parte de Colosenses fue escrita para contrarrestar el gnosticismo, una herejía capaz de matar de raíz al mismo cristianismo. Por eso, Pablo arremete sin vacilar contra esa doctrina en los vs. que estamos leyendo y estudiando y borra su premisa principal: ¡El conocimiento! Una de sus ideas básicas es que la materia es mala. Tal enseñanza planteó grandes dudas en su día en torno a la Creación. Los gnósticos no podían concebir que un Dios bueno pudiese haber creado al mundo marcadamente malo. Así que distinguieron entre el Dios del AT y el N Otra de sus ideas equivocadas era la de la encarnación. Si la materia era mala, Cristo no podía llegar a ser hombre en el sentido físico de tener un cuerpo como el que todos conocemos. Así que, en lógica consecuencia, llegaban a negarle el tremendo valor que tiene en realidad la muerte y resurrección e, incluso, y puestos a decir, y a causa de que el cuerpo era malo, no tenían por qué preocuparse de la moralidad.

  El pasaje completo que ahora estudiamos es una contundente respuesta a la terrible herejía gnóstica: Os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte. La tentación del ser humano moderno no es esta fe, pero si es tan mortal y peligrosa como aquella. El hombre de hoy no duda de la existencia de la materia, ni del bien que existe en ella, ni del bien que se deriva de ella. El hombre de hoy es esencialmente científico y esta ciencia trata, tiene que ver, con la materia. La realidad que nos rodea por doquier la constituyen tubos de ensayo, peces, aves, átomos, computadoras, cápsulas espaciales y reglas de cálculo. Mientras que la tentación de los gnósticos era espiritualizar todo para dañar lo humano, el hombre de hoy humaniza todo de tal forma que ahoga el espíritu. Mientras que el gnóstico se molestó con la creación del hombre, el actual niega la nueva creación.

  Si el hombre moderno pudiera elegir, digerir lo que Pablo dice en Col. 1:19, 20, tendría la clave inicial al problema total de su vida. Porque el Dios que creó todo por medio de Jesús y para Jesús, le ha dado el poder cohesivo para mantener juntas todas las cosas creadas y a la vez hace de puente para la reconciliación entre el Padre y el hombre por lo que, a la vez, es el Único Mediador entre Dios y los hombres.

  Ese es nuestra campo de trabajo. A nosotros nos toca demostrar hasta que punto hemos sido readaptados en la nueva vida y no hay mejor demostración de que somos salvos que salir a la mies. Estamos en medio del campo. ¿Tenemos identificados a todos los amigos que van a ser nuestros inmediatos objetivos? ¿Hemos orado por ellos? ¿Les hemos hablado ya? Debemos pensar que si no lo hacemos nosotros, ¡nadie les va a hablar! ¡Sí, es nuestro trabajo! Nuestra Jerusalén perdida, nuestros diamantes y, muy posiblemente, nuestra gloria.

  ¡Ojalá que al menos uno de ellos conozcan a Cristo a través de nuestra predicación!

  ¡Amén!