LA EXPERIENCIA DE LA RECONCILIACIÓN

Efe 2:4-10; Rom. 10:8-10; 5:1-10

 

  Introducción:

  Comentábamos hace dos domingos exactos la profundidad de nuestra condición perdida y el pasado lo hacíamos acerca del Dios conciliador; pues bien, ambos temas quedarían inconclusos sino aplicásemos esta experiencia de la reconciliación a nivel personal.

  Debemos reconocer que cada uno de nosotros comparte la perdición y, por lo tanto, la posibilidad de salvación, no como meros espectadores, sino como activos sujetos participantes. La lección que vamos a estudiar en el día de hoy demuestra que cada uno, cada persona, puede participar por experiencia única y personal en el capítulo de la reconciliación con Dios. Llegamos a esta conclusión tan pronto como pensamos que si Él es amor, me ama a mí:

 

  1er Punto: El gran amor de Dios, Efe. 2:4-10.

  El Apóstol Pablo, que siempre tenía en su boca palabras de gozo por la gracia y el amor de Dios, nos recuerda aquí la condición del hombre sin Cristo. Las palabras, pero Dios… del inicio del v 4, nos recuerda la condición que definen a una vida sin Cristo: (1) Es una vida marcada por los patrones del mundo, como pudieran serlo el egoísmo, la falta de amor, el odio y tantos otros. (2). Está bajo el dictado personal de Satanás. (3) Se caracteriza principalmente por la clara desobediencia. (4) Está, pues, a merced del deseo, y (5), es una vida, en consecuencia, que merece el olvido y hasta el castigo de Dios.

  Pero el todo hombre, pecador por naturaleza, recibe por gracia y misericordia de Dios amor en vez de ira. Hemos leído en estos vs. lo que Él hace por el hombre. De su condición perdida, lo levanta y le da un lugar en su gloria.

  En otro orden de cosas vemos tres palabras nuevas: ¡Gracia, fe y salvo! Y lo que es más curioso, las tres están unidas en la misma frase de un solo v: Por gracia sois salvos, por medio de la fe, Efe. 2:8. Ahora veamos su aplicación: La primera palabra nos da el carácter de la relación del Señor hacia nosotros. La segunda describe lo que Dios hace en nosotros, a nosotros y para nosotros y la tercera, describe la respuesta del hombre a la gracia divina que es la que hace posible esta salvación propiamente dicha.

  La palabra gracia, usada en la Biblia en varios pasajes, tiene un trasfondo que contribuye a un único significado final: (1) Existe la idea de que la gracia se muestra en sentido descendente, es decir, va de un ser superior a uno inferior con la circunstancia de que no existe una obligación real para mostrar esa bondad. (2) El significado real de la palabra en el NT es como una buena descripción total del amor de Dios en su acepción de Redentor. Además, aquí hay una salvedad notable: Esta gracia se mantiene activa en todo momento derramando sus beneficios y dones a los pecadores, y (3), el énfasis, tanto en el AT como en el N, es el de que el hombre no merece este perdón, sino que es un don gratuito de Dios, Rom. 3:24. Así que por gracia entendemos que el Señor nos ofrece la salvación que necesitamos, pero que no la merecemos ni la podemos comprar. Además, está bien claro que ni siquiera las buenas obras pueden conseguirlo: No por obras, para que nadie se gloríe, Efe. 2:8. De donde se desprende que la enseñanza bíblica de la gracia deberá tener dos claros beneficios inmediatos a medida que pensemos en la clara experiencia de la reconciliación: (4) Los que ya somos salvos, deberíamos saber hasta donde podemos llegar en cuando al tema de la gracia. Cuando se nos dice o pregunta si lo somos, solemos responder: ¡Bueno, estoy tratando de serlo! Casi reconocemos una falta de humildad, pues la respuesta correcta debería ser: ¡Sí, lo soy mas lo soy por la gracia de Dios y no por que me lo merezca! (5) La doctrina de la gracia debe hacernos humildes. Es muy fácil caer en el error de que somos cristianos por algo que hemos hecho o por algo que nos merecemos. Nada más lejos de la realidad: ¡Los hombres somos hijos de Dios por su gracia! Así que debemos ser sinceros y humildes.

  La segunda palabra: salvo, es usada dos veces en este mismo pasaje. El mismo Jesús nos da el primer toque acerca de la cuestión en su charla con Zaqueo: El Hijo de Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, Luc. 19:10. Pablo en Rom. 1:16, abunda algo más en el tema: El Evangelio es poder para salvación. Así que la salvación es una de las grandes palabras de la Biblia para describir lo que el Señor hace por el hombre. En la salvación propiamente dicha podemos apreciar tres etapas bien definidas: (1) La salvación es un hecho definido. Efe. 2:8, dice: Por gracias sois salvos, por medio de la fe. El tiempo en que está escrito el verbo demuestra fácilmente que la acción de salvar ha sido completa. En casa de Zaqueo, Jesucristo dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, Luc. 19:9. Así que el hombre arrepentido puede ser salvo en el acto y todo esto sin citar las famosas palabras del Maestro en la cruz cuando dialoga con el ladrón arrepentido. (2) La salvación es un proceso. No podríamos entender que la actividad creadora de Dios finalizase en su relación inicial. Sabemos del poder sustentador del Señor y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones que nos hace madurar. En el mismo texto que ya hemos leído, Efe. 2:8, y estrujando más la idea del tiempo en que está escrito el verbo, podríamos leerlo de forma clara y literal: Fuiste salvo en el pasado y continuarás siendo salvo en el momento presente. Sí, hemos sido salvos por gracia y nos mantenemos salvos por la misma. La cita de 1 Cor. 1:18, ilustra este sentido de continuidad: Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden, pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Así que el hecho del proceso de la salvación no es otro que la vida cristiana misma. Este es nuestro crecimiento hasta llegar a la madurez, pero sin olvidarnos que en este proceso continuo de salvación existe la certeza de una relación plena con Dios ya, ahora. El crecimiento cristiano supone una etapa en el nuevo nacimiento, pero no lo puede reemplazar. Si cambiásemos el tema de la salvación por el del matrimonio, diríamos: La boda es al matrimonio lo que la conversión es a la vida cristiana: ¡El principio! (3) La salvación es una consumación. Que toda vida cristiana se dirige hacia una gloriosa consumación es un aspecto bien cimentado en el NT. Hay más de 150 casos en que esta palabra de la salvación es aplicada en tiempo futuro y hecha, consumada en el último día. Un caso concreto lo constituye sin duda Rom. 13:11: Porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. Aunque no debemos olvidar que el destino futuro del hombre está determinado por su estado presente con Dios, de manera que una persona que ha sido salva está segura de que no verá la condenación en el juicio final. Así que, resumiendo, digamos lo que hace el Señor cuando salva a un hombre, a una persona: (a) Perdona los pecados de tal manera o forma que nunca más serán una barrera que le separe del hombre. (b) Da el E Santo a cada creyente. (c) Da la vida eterna a cada uno de nosotros. (d) Da a cada creyente una nueva vida, y (e), da significado real a la vida del cristiano porque la salvación hacia el hombre es parte vital en la naturaleza divina. Pablo nos lo recuerda en Efe. 2:10: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales preparó el Señor Dios de antemano para que anduviéramos en el ellas.

  La tercera palabra en fe. Es la única que domina toda discusión del hombre hacia Dios. Y aún hay más; es la única, a través de la cual, es posible aplicar la salvación de Dios. Así que es la que mayormente empleamos en nuestras relaciones cristianas y con el Señor. Nuestros himnarios están llenos de esa palabra. El autor de los Heb. la consideró tan importante que dedicó un cap entero a su interpretación. Por otra parte, junto con la palabra fe, en la Biblia aparece emparentada al arrepentimiento. Pero así como ésta describe la actitud de una persona hacia el pecado, aquélla señala la respuesta de una persona a Dios. En otras palabras, esto es volverse a Cristo. Tener fe en Dios indica el hecho de volverse del pecado (arrepentirse) y mirar a Dios a través de Cristo. Sin embargo, los dos términos son usados en nuestras iglesias, aunque tendemos a no hacerlo en su sentido bíblico completo. Para muchos creyentes fe es creer lo que no es y para otras tantas, arrepentirse es decir a Dios con cara de pena: ¡Lo siento! Fe, en la Escritura, es la palabra que denota la base para una relación completa con el Señor. Y, por lo tanto, no es una palabra que trata de la entrada a la vida cristiana sólo, sino que, además, describe la postura continua que se sigue. Veamos varios aspectos de la fe: (1) El objeto de la fe salvadora es Cristo. (2) La fe involucra a la persona en su totalidad. Con toda su alma, lo que quiere decir que no podemos dejar fuera del juego al cuerpo, a la mente, a las emociones y menos a la voluntad. (3) Fe, en consecuencia, es una entrega total a Cristo como Señor y Salvador, y (4), fe, por último, es la fuerza que nos hace volver el cuello hacia esa cruz con la seguridad de encontrar allí el médico capaz de solucionar el mal a pesar las circunstancias.

  Por otra parte, y profundizando aún más en la idea, la palabra arrepentimiento en las Escrituras dice mucho más que un cambio de pensamiento, es un cambio de dirección. El Hijo Pródigo no sólo piensa en volver en busca del perdón, sino que vuelve. Del Sal 51 podemos sacar un breve y fino resumen de lo que es el arrepentimiento: (1) Involucra el hecho de estar conscientes de nuestro pecado. (2) Involucra el ver nuestros pecados como una afrenta contra Dios. (3) Así, arrepentirse significa asumir las responsabilidades que pudieran haber por nuestros pecados, y (4), implica un levantarse del lodo y volver hacia el Señor en busca de su justicia.

 

  2do. Punto: La respuesta salvadora del hombre, Rom. 10:8-10.

  Decíamos en el domingo anterior que el tema de la Biblia es lo que Dios ha hecho en Jesucristo para salvar al hombre y ahora añadimos que el principal punto es la respuesta que Dios pide al hombre. Debemos hacer constar que si bien Dios creó al hombre con libertad propia y capacidad para obedecerle, también es cierto que su pecado nunca puede impedir su capacidad para responder al amor del Señor. En el pasaje que hemos leído está bien claro cual debe ser la respuesta del pecador hacia Él. Y así llegamos a la conclusión de que el Evangelio es una materia accesible para todo aquel que quiera. El evangelio está latente, está al alcance de quien lo necesite y, por lo tanto, el Cristo viviente está siempre cerca de aquellos que le buscan.

  Bien es cierto que, a veces, la semilla esparcida por todos los sembradores cae en terreno improductivo como el descrito por Jesús en Mat. 13:4, pero es inevitable. Hay personas que han estado tanto tiempo expuestas al santo evangelio que se han endurecido, se han inmunizado como si de una vacuna se tratase. El ablandar a los corazones toca al E Santo. Y así como toda excepción confirma cada regla, digamos que el evangelio está presente en nuestra vida cotidiana y más aún, repetiremos como Pablo: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado, pero se levantó otra vez, vive y da vida a los que creen en Él.

  Esto es lo que nos da seguridad en la salvación.

  En los tres vs. que hemos leído, vemos que Pablo no separa en ningún momento la creencia de la confesión. Ver si no como une boca y corazón. Está tratándolos como dos aspectos de una misma respuesta. Confesar es tan indispensable como creer. Uno que afirma que Dios le levantó de los muertos, también creerá que Jesús es el Señor. Así que lo que uno cree y confiesa es una cosa, no dos. La creencia consiste principalmente en la cierta resurrección del Señor sin la cual nuestra salvación hubiese sido vana. Pablo habla mucho acerca del tema como podemos ver en el v 10. Pero toda esta creencia involucra mucho más que un convencimiento intelectual. La resurrección de Cristo y el envío de su Espíritu están unidos en el significado real y práctico de las iglesias. Y aun hay más. El apóstol Pablo sugiere que el creer en la resurrección de todo corazón es la base de la presencia viva de Cristo en la vida de una persona.

  En cuanto a la confesión del señorío de Jesús, podemos decir que es una de las primeras frases que aprendemos al entender la vida cristiana. Pero como en tantas otras cosas, al discutir la frase Jesús es el Señor, han habido dos ideas o interpretaciones: (1) Muchos han rechazado del todo la idea. Han dado tanta importancia a Jesús en su aspecto Salvador que han dejado de pensar en Él como Señor, y (2), otros han creído que por el hecho de reconocerlo lo han levantado a esa dignidad, pero nosotros sabemos a la perfección que nuestra declaración no lo hace Señor. ¡Jesús era y es Señor!

  Nosotros no quitamos ni añadimos nada. Con la frase decimos, anunciamos que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, ha de ser el Señor de nuestra vida. Así que la frase en tu corazón califica tanto a la creencia como a la confesión: Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo, 1 Cor. 12:3.

 

  3er. Punto: La vida que vale la pena vivir, Rom. 5:1-10.

  Todos queremos una nueva vida, sí, esto es una ley cierta e inexorable. Pero la vida que vale la pena vivir sólo existe en una relación vital con Dios por medio, y a través, de Cristo Jesús. En el pasaje que nos ocupa, Pablo hace un resumen del carácter y cualidades de la nueva vida en Cristo. Es curioso, ¿sabéis por qué el apóstol tiene tanta fuerza expositora? Porque refleja su propia vida. Sabemos que no fue fácil. Que conoció privaciones y dificultades, que tuvo tentaciones y desengaños. Supo lo que eran la persecución y el rechazo del pueblo, de su pueblo… Y aún así, su vida estuvo tan empapada y marcada por la presencia del Maestro que ha venido en llamarse el Apóstol del Evangelio o de los Gentiles.

  Pero, ¿qué tipo de vida se encuentra el hombre en Cristo? Si repasamos los primeros cinco vs. de este nuestro tercer tema, veremos que algunas frases sobresalen por derecho propio, tales como: Paz para con Dios, entrada a la gracia, nos gloriamos en la experiencia, nos edificamos en la esperanza… amor de Dios, etc. Siguiendo esta tónica, vemos en los restantes vs., que: (1) Dios nos ayudó cuando la necesidad era mayor (v. 6). (2) Nos ayudó cuando no había otra esperanza (v. 7). (3) El amor de Dios se manifestó a través de un sacrificio (v. 8), y (4), nuestra nueva vida crece derecha porque hay una nueva perspectiva, porque nos alimentados de una savia eterna (vs. 9, 10). Sin embargo, la frase que sobresale del pasaje está en el v. 1, que dice: Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. La paz que alude aquí Pablo no es una alusión a un cese de posibles hostilidades. Esta paz significa más que la ausencia de la guerra directa o la guerra abierta. Hay un aspecto más positivo en ella. Paz con Dios es más que un perdón de los pecados: La paz con Dios restaura una relación perdida. La paz con Dios, basada en la muerte de Cristo, nos trae paz hasta la parte más escondida de nuestro ser y hace posible que exista paz en nuestras relaciones con los demás hombres.

 

  Conclusión:

  Cuando nos damos cuenta de que hemos sido amados hasta lo sumo, hasta motivar la muerte del Hijo de Dios por cada uno de nosotros, encontramos la base de la paz. Esta paz experimentada por medio del arrepentimiento y la fe, que se expresa en nuestra creencia de Cristo como Salvador y Señor, nos hace encontrar en cierta medida la propia experiencia del amor reconciliador de Dios.

  Así que nuestra fe en Cristo trae como resultado paz con Dios porque nuestros pecados han sido perdonados y ya no hay nada que se interponga entre Él y nosotros.