DIOS SE PREOCUPA POR LAS CRISIS NACIONALES

 

Jer. 38:2-6, 17, 18

 

  Introducción:

  El 17 de diciembre de 1972 tuvimos una lección titulada Una Lealtad Costosa. Bien, estaba basada en los mismos vs. que hoy nos disponemos a estudiar, excepto los vs. 17 y18; con lo que venimos a demostrar una vez más que la Biblia es tan rica en material de toda índole que lo mismo podemos sacar enseñanzas de una lealtad hasta la muerte de un hombre que demostrar que Dios se interesa por las naciones que experimentan crisis de alto nivel. Aquel día dijimos que Jeremías, como el viejo patriarca Job, o como miles de años más tarde, el apóstol Pablo, era un creyente que podía decir legalmente: ¡Yo sé que mi Redentor vive! Mas la moderna enseñanza establece que no es suficiente saber, sino que es necesario, además, saber que se sabe. Jeremías demostró saber en quien creía. Demostró su seguridad en Dios a pesar de los dolores y pruebas por las que tuvo que pasar, pues dijo: Uno con Dios es mayoría. No le importó que el rey Joacim rompiera en pedazos el rollo de sus profecías ni que lo quemará en un brasero. Otro rollo, otra vez su secretario o escriba, y la profecía aparecería de nuevo más firme y vigorosa, si cabe, que la presentada en un principio. No le espantó ni la burla de los cortesanos, ni la mazmorra, porque sabía que a la postre, Dios no le abandonaría.

  Hay una frase que afirma: “No, no es fácil predicar al Cristo crucificado con un espíritu crucificado.” Pues Jeremías hizo algo más difícil. Aunque por cuarenta años estuvo de continuo en franco antagonismo con los pecados y vicios de su pueblo, con los roces y dolores que representa salir incólume y sin mancha de todos esos problemas, la fuente de sus lágrimas que mantenía dentro de su alma, nunca se secó. Se ha comentado de él que predicaba los terrores de Sinaí con la ternura del Calvario. Que predicaba la salvación con lágrimas en los ojos… No me es difícil imaginar su impotente rabia al ver como sus ciudadanos, al no hacerle caso, se perdían para siempre. Jeremías no predicaba a un desierto, sino a piedras vivientes, a piedras que amaba mucho.

  Una crisis nacional estalló en Judá en el año 589 aC. El fiel rey Sedequías, aconsejado por sus nobles, decidió rebelarse contra el imperio de Babilonia del que eran deudores. Durante años Judá había sido dominada por aquel poderoso país, hasta el punto que los mismos reyes eran impuestos por él. Al recibir la promesa de ayuda militar de Egipto, algunos pensaron que había llegado el momento de librarse del yugo que representaba vivir en paz bajo el dominio babilonio. El profeta Jeremías, de manera acertada, no lo vio así. Comprendió que los de Babilonia eran los agentes del juicio de Dios sobre la Judá pecaminosa de sus desdichas. De forma valiente anunció al rey que los egipcios no iban a cumplir su promesa y que huirían ante el enemigo común y que, después, el ejército babilónico iba a entrar a Jerusalén “a saco.” Así que su tesis estaba basada en que era mejor rendirse al actual opresor que hacerle frente si querían evitar la pérdida de muchas vidas humanas y la destrucción de su hermosa Jerusalén a causa del fuego. Claro, los que confiaban en los egipcios no lo creyeron y le acusaron de ser un traidor. Quisieron matarlo, ya que decían que con sus palabras estaba desanimando a los ya de por sí cobardes soldados judíos.

  Esta era la difícil posición del profeta que vamos a estudiar en esta lección y que motivó aquella otra citada al principio. En primer lugar debemos decir que él no era un cobarde o menos patriota que los demás, tenía que dar este consejo en contra de la corriente porque era un mensaje de Dios. Pobre Jeremías, a veces quizá pensase retirarse a su cómo refugio de Anatot, su pueblo natal. Pero sabía que si lo hacía nunca más oiría la voz de Dios, nunca más sentiría la satisfacción suprema de haber hecho lo mejor que sabía. Nunca podría haber oído la voz de: Buen siervo fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré.

  De la lección debemos aprender dos principios fundamentales: (a) A veces el cristiano tiene que tomar decisiones a favor de principios justos aun cuando éstos no sean populares porque hay que ser responsables frente a Dios y decidir lo que es correcto, y (b) hacen falta voces responsables en tiempos de crisis. Cuando otros reaccionan con emoción e indecisión, el cristiano debe analizar el problema con calma y advertir las consecuencias de una decisión errónea.

 

  Desarrollo:

  Jer. 38:2. Así ha dicho Jehovah: No se inmuta al saber que los que le escuchan con ansiedad son sus viejos enemigos descritos en el v. 1. El que se quede en esta ciudad morirá por la espada, por el hambre o por la peste. Porque los caldeos arrasarían hasta los campos y ya no habrían cosechas, los heridos, enfermos y moribundos infectarían la ciudad sagrada con la peste. Pero el que se rinda a los caldeos vivirá. La histórica escena que narra este v. es la que vivía entonces la capital bajo el sitio del ejército babilónico. Jeremías intuyó, Dios se lo hizo ver, que la ciudad iba a caer en manos de aquellos enemigos y así se lo dijo a los oficiales del rey Sedequías. Muchos de aquellos nobles y aun algún profeta falso, que los había, pensaban que Dios no iba a permitir nunca que la “ciudad santa” cayera en manos de la cruel y odiada Babilonia, Jer. 28. Nuestro hombre, como verdadero profeta llamado por Dios a predicar juicio sobre el pueblo pecador, sabía que esto no era así. Con su desobediencia, no había cumplido el pacto con el Señor y Él no iba a proteger siempre a aquella ciudad cuando sus mismos ciudadanos lo habían abandonado para ensuciarse en brazos de la idolatría y la inmoralidad.

  Pero los políticos tenían otra esperanza muy distinta. Habían negociado una alianza militar con Egipto y por aquellos días habían sabido que el hipotético ejército salvador había salido de África para ayudar a los sitiados de Jerusalén. En el cap. 37, el profeta les declaró que todo era una ilusión óptica, que aquel ejército representaba una base falsa. Por revelación supo que ellos no podrían hacer nada, que huirían ante el tempestuoso empuje babilónico y que, por fin, aunque quedaran pocos de los antiguos sitiadores, aun estando heridos, serían capaces de entrar en la capital porque no era precisamente su fuerza la motriz de la destrucción, sino que por el contrario, los movía el abandono de Dios por el pueblo y por eso, tenían necesariamente que vencer.

  Por eso las profecías de Jeremías siempre fueron consecuentes. En los caps. 21 y 34 lo había dicho ya, en este 38, lo anuncia de nuevo. Notemos las dos partes principales de que constaba su mensaje: (a) Los que se quedaran en la “aparente” seguridad de la ciudad iban a morir por la espada, el hambre o la enfermedad, y (b) los que se entregaran vivirían. ¡Qué contraste! el 19/11/72 ya estudiamos otra lección paralela surgida del maravilloso cap. 21 del propio Jeremías. ¡El profeta, en su desesperación, aún quería salvar sus vidas! Mas, ¿cómo iba a conseguirlo si decía que debían entregarse a un enemigo cruel y despiadado? Su vida será por botín y vivirá. Y deben creerlo. El sabía que de las cenizas presentes saldría un glorioso retorno arrepentido. Una vez más, presenta la salvación bajo el cáliz de la inseguridad. Pide fe. El pueblo debía aprender de nuevo en el Dios de sus padres.

  Jer. 38:3, Así ha dicho Jehovah: Notemos que siempre indica que el mensaje no es suyo. Ciertamente está ciudad será dada o entregada en mano del ejército del rey de Babilonia, y la tomará. Este fatal desenlace era inevitable. Nabucodonosor iba a destruir Jerusalén. Jeremías lo profetizó una vez más (antes ya lo había hecho en 21:8-10 y 34:2, 22), aunque sabía que el aquel mensaje no gustaba a sus interlocutores. ¿Quizá esperaban de él una mentira piadosa? No. No es agradable decir a la gente que está muerta como no se arrepienta de inmediato. Así, ¿debemos ocultar la verdad por cruel y dura que sea? No. Todo aquello que se aparta de la verdad, es mentira y nosotros no podemos permitirnos ese lujo. Por otra parte debemos ser conscientes de que si declaramos la enfermedad, conocemos al médico que la cura. Sabemos el mensaje de Dios y como el profeta, debemos conocer que no es nuestra opinión particular. El dijo primero: Así ha dicho Jehovah, y luego la profecía sobre la caída de la ciudad. Jeremías era un hombre tan humano como el que más. El no quería vez la destrucción de su capital, no quería morir (leer 37:20), pero su mensaje era una revelación de Dios y tenía que anunciarlo o no hubiera sido fiel a su llamamiento como profeta, 1:1-10.

  Jer. 38:4. Entonces los magistrados dijeron al rey: Todos al unísono fueron al rey, los mencionados en el v. 1: Jucal, hijo de Selemías, que pertenecía a la comisión que mandó el rey para que Jeremías rodase a Dios por la nación, 37:3, Gedalías hijo de Pasjur, el que azotó y puso el cepo al profeta 20:1-3. Otro Pasjur hijo de Malquías, el cual había tomado parte en otra comisión que se formó para preguntar a Jeremías que sabía acerca de la invasión caldea, 21:1. ¡Qué muera este hombre! Esto lo dijeron al rey cuando llegaron a la conclusión de que el mensaje de Dios no les convenía, pues de esta manera, con sus profecías, dichos y consejos de entregarnos a los caldeos, desmoraliza a todos los hombres de guerra que han quedado en la ciudad. Quizás ya se habían marchado sin más enseres ni bienes que su propia vida. Y pensaban que el profeta era traidor al país, aunque no era así. No obstante, aquellos príncipes llegaron a la conclusión: Porque este hombre no busca el bien de este pueblo, sino su mal. Los políticos ateos consideraban que el camino hacia la paz pasaba a través de la alianza con Egipto. Pero Jeremías sabía que la clase de resistencia pasiva sería una lucha inútil y que, a la larga, iba a venir la destrucción total. En realidad Jeremías buscaba la única paz verdadera: ¡La reconciliación con Dios!

  Jer. 38:5. Este v indica que el rey ya no mandaba en su propia país. Se había vendido a los políticos del partido pro egipcio para no tener responsabilidad alguna en el futuro. Este rey nos hace pensar en Pilatos: ¿Qué pues haré con Jesús? Y le entregó para ser crucificado, Mat. 27:22-26. Con todo y debido a esa falta de autoridad, el rey estaba más preso que Jeremías frente a las iras y demandas de sus príncipes y consejeros. Varias veces había ido a consultar a Jeremías creyendo realmente que era un profeta del Señor vivo, pero aquí, prefirió ignorarle ante sus políticos.

  Jer. 38:6. Entonces tomaron a Jeremías, los príncipes. Aquel duro castigo casi equivalía a una pena de muerte. Sabido es que todas o casi todas las casas tenían cisternas para guardar el agua y poder usarla en tiempo de guerra o en tiempo de paz, ya que no llovía, por lo general, desde mayo a octubre. Claro que este pozo no era el que estaba en casa del escriba Jonatán de dónde el propio Sedequías lo había mandado sacar, 37:11-17, sino que pertenecía , a Malquías hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia. En este lugar ya había estado Jeremías. Y lo bajaron con sogas, esto nos da idea de lo profunda que era. No hacían otra cosa que sepultarlo vivo en un lugar desde el cual ya no podría hablar más a la gente. En la cisterna no había agua, sino lodo, y Jeremías se hundió en el lodo. Puesto que no había agua en la cisterna, sino sólo barro, se deduce que el suceso ocurrió en julio o agosto del año 578 aC. Así el profeta, con barro hasta la cintura, no podía acostarse ni sentarse nunca y, por lo tanto, estaba en continua tortura. Cuando el sueño le venciera, sería el fin.

  Si el profeta hubiese quedado en aquella cisterna habría muerto por asfixia o por hambre. Pero no fue así, porque Dios aún tenía que utilizarlo. Así, el Señor mueve a compasión a Ebedmelec y lo rescata. Era quizá el menos indicado, negro, oficial del rey, con riesgo de su propia vida, pero lo consiguió. Fue a ver a su señor y obtuvo permiso de este vacilante personaje para salvar a Jeremías. Este fue el hecho que sin duda salvó la vida del profeta

sentimental.

  Jer. 38:17. Este fue el último esfuerzo para salvar al pueblo. Una vez más, el débil rey consultó en secreto a Jeremías sobre el futuro de la ciudad como queriendo ver si por repetido cambiaba el mensaje de acuerdo con sus intereses y gustos. ¡Pero fue el mismo! La respuesta que obtiene es la misma que en ocasiones anteriores, 37:17, por la sencilla razón que no era una opinión del profeta, que acaso pudiera estar afectada por el sufrimiento que resultaba de estrangular el cerco, sino palabra de Dios, y a Éste nada ni nadie podía afectarle.

  Jer. 38:18. Pero si no te rindes, aquí tenemos la misma lección anterior descrita negativamente para poder realzar el mensaje:

  –Si el rey continúa resistiendo, la gente babilónica no tendrá misericordia y destruirán todo, ¡hasta matarán a la familia real!

  En efecto, esto es lo que ocurrió. El temido ejército abrió una brecha en el aparente inexpugnable muro de Jerusalén y tomó la ciudad a espada y fuego. Cuando el rey intentó escapar hacia el norte fue apresado cerca de Jericó y sus hijos fueron muertos ante sus ojos, después de sacarles los suyos, y fue finalmente llevado cautivo a Babilonia donde murió. Algunos han dicho, dando la razón a los príncipes, que Jeremías no era un patriota leal al aconsejar la rendición de la ciudad, que el verdadero ser y hombre debe luchar “hasta el último cartucho” por lo que es suyo. Nosotros, al contrario, vemos en Jeremías al más noble de los patriotas. Sabía que su nación no había cumplido el pacto con el Señor y que la guerra que estaba padeciendo no era sólo una circunstancia en la historia del mundo, ¡era el juicio de Dios a causa de su pecado y rebeldía! Sabía que, después del juicio, el Señor iba a establecer un nuevo Pacto en los corazones de los que creían en él y obedecían sus mandatos. Por lo tanto, en esta crisis nacional tuvo que obedecer la voz de Dios y aconsejar a sus compatriotas la entrega a los babilónicos como mal menor. Si lo hubieran hecho habrían salvado muchas vida inocentes y a la propia ciudad. Pero no le escucharon, la nación cayó y con ella su orgullosa capital.

 

  Conclusión:

  Winston Churchill lo dijo: “La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a favor.” Es en las crisis, en las dificultades, donde se forja al cristiano. Nosotros, como el que más, debemos reconocer nuestra responsabilidad delante de Dios de ser buenos ciudadanos y de trabajar a fin de que nuestro país sea justo y que obedezca las leyes del cielo.

  Una palabra más: Sabemos que Jeremías no fue un traidor porque precisamente después de la caía de Jerusalén, los crueles babilonios ofrecieron llevarlo a su capital como huésped y el fiel profeta prefirió quedarse con su pueblo en las ruinas y ayudarles en la reconstrucción de la ciudad, 40:1-6. Eso es todo. Nuestra nación, ¿tiene algún problema que requiera nuestra atención? Oremos por él. Nuestra ciudad, ¿tiene alguna crisis que vencer?. Oremos por ella. Nuestra familia, ¿tiene alguna dificultad? Pues oremos por ella. ¿Necesitamos que oren por nosotros? Oraremos y lo haremos sin descanso, con el corazón, cómo llevando el mensaje de Dios, cómo si fuéramos los únicos mensajeros, cómo si nos fuese la vida en ello y eso sin pensar que por hacerlo, es posible que acabemos con el barro hasta la cintura en el fondo de una cisterna cualquiera.

  ¡Qué Dios nos bendiga!