LA PROMESA DE RENOVACIÓN

 

Eze. 36:22-32

 

  Introducción:

  Dejamos el hilo de la lección anterior en el momento en que los caldeos entraban “a saco” en Jerusalén y se llevaban cautivos a cientos de ciudadanos incluido el propio rey Sedequías por no hacer caso de los consejos y predicciones de Jeremías. Pero esto no podía terminar así. Hubiera sido una victoria de Satanás y el Señor no podía permitirlo. No obstante, a nivel humano, después de la caída de Jerusalén muchos judíos pensaban que la vida nacional había terminado para ellos. Ya no les quedaba nada: no tenían templo, no tenían rey y no tenían capital. Pensaban que iban a desaparecer de la historia como tantos otros pueblos que lo fueron barridos por la escoba del tiempo. Pero muy lejos de la ciudad, en Babilonia, cerca del lugar del primitivo llamamiento de Abraham, un profeta de Dios estaba predicando a los cautivos que el Señor tenía un plan para la renovación, no sólo a nivel de la persona, sino como pueblo. Que Jehovah iba a llevarles otra vez a su tierra y a bendecirles mientras reconstruían las ciudades.

  Como siempre, Dios no iba a hacerlo porque lo merecieran sino para demostrar al mundo que Él era el Dios verdadero y que sus planes, por más que pareciera lo contrario, no se frustraban. Sin embargo no podía renovar la vida nacional sobre bases antiguas. No era cuestión de hacer otro pacto sobre piedra y establecer nuevos reyes sobre los mismos principios. El nuevo plan exigía un cambio radical. No sólo debían cambiar de actitud, debían hacerlo de mente, alma y corazón. Además, necesitaban un buen agente externo para conseguirlo. Dios iba a quitarles el corazón duro y desobediente y a darles un nuevo corazón y un nuevo espíritu capaces de obedecerle y seguirle en la vida diaria a nivel particular y nacional.

  Pero aún hay más. Esta lección nos enseña que la renovación no se consigue por medio de un cambio de partidos o por votar a unos gobernantes llenos de promesas. La verdadera renovación comienza dentro de la persona y acaba en un nuevo corazón. Sólo el ser así renovado es capaz de proponer soluciones nuevas a una sociedad vieja.

 

  Desarrollo:

  Eze. 36:22. Notemos en primer lugar dos cosas importantes: (a) Es Dios el que habla, y (b) que la causa de la desgracia del pueblo de Israel se debió a que se equivocó de ministerio. Triado y escogido para ser portavoz, ejemplo y valladar del Dios vivo y aquí se les dice con respecto al pacto: al cual habéis profanado. ¿En qué lugar? Dónde debieran de haberlo bendecido: En las naciones adonde habéis llegado. Así que si Jehovah prometió restaurar a Israel en su tierra, no fue porque éste lo mereciera, sino para demostrar al mundo la grandeza de su Nombre. Iba de nuevo a enseñar a toda la humanidad que Él es el único Dios de verdad y que sus propósitos, una vez iniciados, se cumplen. Los pueblos paganos decían que el Dios de Israel era incapaz de salvar a su pueblo de caer en manos de los babilonios. Por lo tanto, a nivel moral, y en apariencia, no sólo el ejército de Israel había sido derrotado, sino Dios mismo. Por eso en este v el Señor anuncia que su propósito al restaurar a Israel a su tierra es revelarse a las naciones como un Ente capaz de convertir en victoria lo que aparentemente parecía una derrota.

  Eze. 36:23. Por su mala conducta y sobre todo, por su cerril desobediencia, los hebreos habían profanado el nombre de Dios entre las naciones por lo que su influencia que debiera de haber sido positiva, fue todo lo contrario. Habían dado mal testimonio y nadie se sentía atraído hacia ese Ser divino. Mas ¿dónde radica la importancia que parece que se le da al problema del nombre? Para el hebreo el nombre de una persona era una extensión de la misma personalidad por lo que insultar el nombre de alguien era insultar o despreciar a la propia persona. Pero, ¿qué entendemos por persona? Cuando somos niños, nuestros propios yo mismos, nuestros familiares, amigos y maestros hacen todo lo posible para confirmar la ilusión de ser unos verdaderos fraudes, que es justamente lo que significa “ser una persona real.” Recordemos que la persona, del latín persona era en origen esa máscara de boca metafórica que usaban los actores en los teatros al aire libre de la antigua Grecia y Roma, la máscara a través (per) de la cual fluía el sonido (sonus), “personus” o personas. En la muerte nos despojamos de la persona, así como los actores se quitan las máscaras y trajes en los camerinos o entre bastidores. Por eso para Dios, y para nosotros, el nombre significa o debe significar algo más. De ahí que nuestros amigos del mundo debieran estar o reunirse en torno al lecho de nuestra muerte para ayudar a quien va a salir de su papel mortal, para aplaudir y aún más, para celebrar con cánticos de alegría el gran despertar de la muerte y la entrada a la nueva vida con el nombre restaurado.

  El nombre es quien da carácter al yo mismo, a nuestro ego y quien define bien la personalidad y no me refiero al patronímico precisamente. Y Dios, para que podamos entenderlo, por medio de un hecho concreto y extraordinario tenía que redimir su buen nombre pues había sido ensuciado, repito, por la actuación del pueblo de Israel. Por eso el regreso de este pueblo a su tierra sería una demostración palpable para el mundo de que el Nombre de Dios es poderoso, santo y digno de adoración.

  Eze. 36:24. El cautiverio de los hebreos que resultó a causa de la caía de Jerusalén, no era la primera deportación de judíos a su tierra. Ciento veinte años antes, cuando Samaria cayó en poder de los asirios, muchos hebreos fueron llevados a distintas partes del medio oriente. De este cautiverio comenzó la leyenda de las diez tribus perdidas de los judíos. En realidad, estas tribus no se quedaron juntas sino, como el v indica, fueron esparcidas por muchas tierras en grupos pequeños. Además, debido a los cuatro diferentes cautiverios y deportaciones que sufrieron los hebreos a partir del 722 aC, había descendientes suyos por todos los países gobernados por Babilonia.

  Eze. 36:25. Este esparcir agua, ¿se refiere a nuestro bautismo? No. Debemos recordar que Ezequiel era un sacerdote judíos y sabía muy bien las ceremonias de limpieza ritual que se llevaban a cabo en el templo. A veces, el sacerdote esparcía sangre sobre el pueblo, Éxo. 24:6-8, o sobre el altar, Lev. 17:6. En otras casos esparcía agua sobre el pueblo, Lev. 14:1-7, o sobre una casa, Lev 14:52, o sobre una persona que había quedado inmunda por haberse contaminado por algo, Núm. 19:17-19. Este último caso, era el de los judíos. Estaban inmundos por sus muchos contactos con la maldad. Por eso, el v resalta el hecho por el cual Dios iba a limpiarlos de sus ídolos. Muchos de los cautivos habían dejado o abandonado la fe en Dios para adorar a ídolos de los odiosos conquistadores y así les iba. Por el contrario, Dios siempre ha deseado eliminar la mala costumbre de adorar ídolos o imágenes. Dios es Espíritu y desea que, en primer lugar, los hombres suyos le adoren en Espíritu y en verdad y en segundo, le obedezcan.

  Eze. 36:26. Este v. y el que sigue son con mucho los más vivos e importantes de nuestra lección. Una vez que los judíos se hayan arrepentido y hayan dejado sus inmundicias, pueden recibir, están en condiciones de recibir, un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Pero, ¿y levantamos la pregunta de los siglos: ¿Es que el que tenían antes no era de carne? Nos explicaremos: Poca gente parece usar esta palabra para significar el conjunto de su total organismo anímico. No se refiere tan solo al cuerpo o a cualquier órgano del mismo pues cuando decimos “yo tengo mi cuerpo”, indicamos algo más. Cuando perdemos una pierna, un brazo o cualquier otra cosa aún decimos: “Yo tengo un cuerpo, soy yo mismo.” Parece que usamos pues, ese vocablo yo, corazón, para algo que está en el cuerpo, pero que no es realmente todo él; aún así, mucho de lo que le sucede al cuerpo parece ocurrirle al yo. Yo corazón, pues, significa el centro de la conducta entera y voluntaria y de la atención consciente y no tiene nada que ver con el órgano del cuerpo del mismo nombre. ¿? ¿Dónde se ubica este extraño órgano tan especial? Gentes muy distintas lo sienten o señalan en lugares diferentes. Para todos los chinos, el corazón mente o alma se encuentra en el centro del pecho, para los duros africanos, en el propio corazón víscera y así se lo comían cuando mataban a un enemigo intentando de esta forma, adquirir todas aquellas cualidades que tenía su dueño, para nosotros los sabios de occidente parece que localizamos el ego en la cabeza, desde cuyo centro dirige el resto de nosotros. La filosofía cristiana es bien distinta. El corazón es el asiento de las afecciones, deseos, esperanzas, motivos y voluntades, Hech. 16:14. También de las percepciones intelectuales, como influenciadas por el carácter moral, Sal. 14:1; Juan 12:40; 1 Cor. 2:9, incluyendo así “toda” la naturaleza espiritual del hombre, Rom. 1:21; 2 Cor. 4:6.

  Hecho este paréntesis, debemos dar énfasis al hecho de que el Señor no puede dar este corazón nuevo con todas las acepciones que implica hasta que el propio hombre no haya sido limpio de su maldad, de donde se desprende la idea de que el perdón viene primero y después, sólo cuando aquél se ha consolidado, la vida nueva. Además, este corazón nuevo, a diferencia del primero que era de piedra, es decir, duro e insensible, será de carne, es decir, tierno y dúctil, sensible y maleable a la voluntad de Dios, atento al más pequeño sonido que venga de su voz. En tres ocasiones el profeta predicó que Dios iba a dar un corazón nuevo al pueblo, 11:17-21; 18:30-32; 36:26, 27. Y otra vez debemos fijarnos que este corazón no viene como resultado del esfuerzo del hombre, sino que es creado por la gracia de Dios. De ahí que este nuevo corazón, este nuevo nombre sin profanar, esta personalidad bien restaurada, este semejante al “yo”, halla su satisfacción en hacer la voluntad divina. Pero no acaba aquí esta promesa. También habrá un espíritu nuevo. Sabemos que este espíritu representa o cuando menos condiciona la actitud humana hacia la vida. Ya no será más egoísta ni cruel y a causa de su nuevo estado el hombre así recreado tendrá una actitud distinta hacia las otras personas y hacia los problemas de la vida, del que aun no es del todo ajeno.

  Eze. 36:27. Aquí vemos que además del corazón y el espíritu nuevos, Dios promete que su propio Espíritu va a residir en la vida de todo el que quiera. Este v es el anticipo de la promesa del E Santo en el NT, Juan 14:26; 16:13, por lo que la misma es muy hermosa. Y lo es porque el Espíritu de Dios no es algo que viene en ocasiones determinadas sobre la persona, sino que es la presencia de Dios que mora constantemente en el creyente para guiarle y ayudarle a tomas las decisiones de su vida.

  Eze. 36:28. ¡Qué deliciosa promesa! Como Dios dio la tierra de Canaán a los ancestros de los cautivos, les promete restaurarles ahora en su tierra para comenzar su vida nacional, sentimiento que tenían extraordinariamente desarrollado y que por fin iban a poder convertirlo en realidad. Esta profecía se cumplió cuarenta años más tarde, cuando Ciro el Grande de Persia autorizó a los judíos a regresar a Israel y a que construyesen de nuevo templo y ciudades.

  Eze. 36:29. Así la mano protectora de Dios estaría sobre su fiel pueblo en todo momento. No iban a caer en las viejas prácticas de idolatría e inmoralidad. No tendrían ya ocasión de pedir a los ídolos cananeos una bendición especial para sus cosechas como sus padres habían hecho, Dios mismo, el Dios vivo, iban a verlos y bendecirlos para que no pasasen hambre. De nuevo tenemos otra promesa muy importante. La tierra había sido abandonada durante años y seguramente muchos pensaban que no tendrían cosechas al volver y que acaso padecerían hambre, mientras que, en Babilonia, al menos tenían comida. Lo de siempre. Otra vez aparece el sentimiento universal de la fe. Aquellos que quisieran volver tendrían que hacerlo confiando en el dicho de Ezequiel y Dios acerca de las cosechas.

  Eze. 36:30. Continúa el mismo pensamiento. Era una vergüenza tener que comprar comida a las naciones vecinas, porque por este hecho confesaban que su país y su Dios eran incapaces de sostenerlos.

  Eze. 36:31. Es bueno recordar de vez en cuando lo que hemos hecho y lo que éramos antes de seguir a Jesús para que podamos darle gracias por su gran misericordia en salvarnos y también para que nos sirva de advertencia, porque el Tentador siempre está cerca, por lo que tenemos que fijar nuestra atención y meta en seguir a Dios para no caer en los lazos del diablo, siguiendo el principio de los “vasos comunicantes.” Por otra parte, este sentimiento que genera vergüenza a causa de nuestras malas obras, nos predispone a no caer más en los mismos hoyos, en los mismos pecados. Además recordar públicamente las debilidades antiguas, siempre es un testimonio que enseña por la sencilla razón que una imagen vale más que mil palabras, es decir, la viva comparación de lo que éramos antes y lo que ahora somos por la voluntad del Señor, valen más que mil palabras huecas. Pero, eso sí, nunca debemos vanagloriarnos del cambio experimentado y sí agradecer lo que hemos recibido:

  Eze. 36:32. No es a causa de vosotros que hago esto; sabedlo bien, dice el Señor. El profeta vuelve al tema del v. 22 para decir e insistir que Dios no va a hacer todo esto porque ellos se lo merecen, sino porque es una obra de su gracia y para que el país sepa de su poder. Ninguno de nosotros merecemos la salvación de Dios, la salvación que nos da a través de su Cristo. A nosotros nos toca recibirla por la fe únicamente.

 

  Conclusión:

  ¿Cómo podemos hoy recibir un corazón y un espíritu nuevos? Arrepintiéndonos y confiando en Cristo: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarlos y limpiarnos de toda maldad, 1 Jn. 1:9.

  Así sea.