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NUESTRO DIOS RECONCILIADOR

2 Cor. 5:18-21; 1 Ped. 1:18-21, 23; Col. 1:15-23

 

  Introducción:

  El ser humano es pecador. Ya estudiamos el domingo anterior la profundidad de nuestra condición perdida. Es más dijimos que el hombre es pecador por elección. Es libre a pesar de su pobre naturaleza pecaminosa y no sólo eso, dijimos que la Iglesia es una comunidad de hombres que han gustado el don de Dios y que, por lo tanto, han cambiado de naturaleza. Pero la Iglesia no se reúne todas las semanas para lamentar su condición perdida, sino para celebrar lo que Dios ha hecho para salvar al hombre, para salvarte a ti… y a mí.

  Y es en la llamada ED que tenemos la oportunidad de estudiar la Biblia al mismo nivel y es curioso, nos damos cuenta de que este libro sagrado no es un volumen humano que describe los esfuerzos del hombre para encontrar a Dios, sino que es un libro divino que describe a Dios tratando de alcanzar al hombre sin dañar su personalidad, Esto queda ampliamente demostrado no sólo por las palabras escritas en la misma, sino por el testimonio que de ella dan los fieles de las iglesias. La Iglesia primitiva, tantas veces comparada, era evangélica en extremo. Y fueron ferozmente perseguidos y aun así muchos hombres se unían o sumaban a la misma. Tenían recursos humanos bien limitados, pero a pesar de ello, lograron que el mundo conociera su vida y existencia. ¿Cuál era el secreto? ¡Tenían un mensaje venido de Dios y cada uno de sus miembros tuvo una experiencia bien personal con el Altísimo!

  Fue su conocimiento de la naturaleza del Señor y su propia experiencia personal con Él, lo que les lanzó al mundo con las buenas nuevas en sus labios y corazones. No eran sabios, eran pescadores, cobradores de impuestos y hasta pastores de ovejas, pero no importaba, ¡poseían un espíritu contagioso! Sabían del amor del Dios Padre para con el hombre. Nosotros que tenemos la oportunidad de la fiel y nueva revelación de Dios, su palabra, las Escrituras, nos apoyaremos en tres pasajes escogidos de la misma para desarrollar la lección de hoy. Sí, somos conscientes de la dificultad que esto entraña puesto que vamos a tratar de la naturaleza del mismo Dios.

  La primera perla, la primera enseñanza florece apenas los leemos: El amor de Dios no es abstracto ni teológico, es vivo y personal. Así que soy importante para él y su amor ha sido tan grande como profundo era el pozo de todos mis pecados. Cristo ha muerto sólo por ti y por mí. Llega a ser tan grande su amor, que prefiere encajonarse en nuestro mismo pozo para que, desde allí, a una sola voz nuestra, nos pueda sacar. A veces no vemos ni entendemos las teorías que nos hablan de la predestinación y aún, de la misma justa expiación, pero ¡qué fácil comprendemos el gesto de amor de Cristo Jesús volviendo la vida a Lázaro o perdonando todos los pecados de la adúltera.

 

  Desarrollo:

  El Plan de Dios: 2 Cor. 5:18, 19, 21. ¡Qué contenido tan fiel y grande! Pero veamos, dediquemos nuestra atención a la famosa frase: Somos embajadores en nombre de Cristo, v. 20. Pensando sólo en ella y sin olvidar el contenido del contexto que hemos leído antes, podemos sacar varias ideas claves:

  (1) Dios tomó la iniciativa de salvar al hombre. En l Jn. 4:10, leemos: En esto consiste el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó a nosotros y envió a su único Hijo en expiación por nuestros pecados. Como ya hemos dicho, nuestro interés y entendimiento del Evangelio dependen de la comprensión correcta de la naturaleza de Dios y su actitud hacia los perdidos. Esto es vital. Los judíos eran el pueblo de Dios, cuya existencia sólo era justificada por el hecho de que Él mismo los eligió para dar testimonio de su nombre y hacer que su Hijo naciera de aquella simiente. Pero el Cristo que Dios reveló no era el que ellos esperaban. Habían encasillado a Jesús con un metro demasiado corto y pobre: Así, Cristo, según ellos, debía amar al justo y odiar al pecador. Cuando vieron que no era lo esperado, le odiaron. Creyeron ver la prueba de que no era el Hijo de Dios, porque: Se asociaba con pecadores. Así, en una ocasión en que la crítica del entorno era dura y en especial desagradable, Jesús les dijo tres palabras para ilustrar el secreto de la naturaleza divina y el por qué vibraba en presencia de los pecadores que lo reconocían como Mesías: La oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo, todas ellas narradas en Luc. 15. Las tres historias son paralelas y todas encierran la misma verdad: Dios nos ama. No comprendemos su naturaleza hasta que no le vemos andando y buscando pescadores. Y en las tres parábolas citadas vemos la idea del Señor amante que toma la iniciativa: El pastor deja el resto de la ovejas en el aprisco y va en busca de la que se le perdió; la mujer volvió a desordenar lo ordenado, poniendo la casa patas arriba para buscar la moneda perdida y el padre corrió al encuentro del hijo arrepentido. Así que la nota de búsqueda es parte de la naturaleza de Dios y debe caracterizar a su iglesia. Así como Él ha tomado la iniciativa para salvar, así su pueblo debe salir al exterior con compasión en busca de toda la gente y contagiarlas con lo mejor de su espíritu. De manera que nuestra ley de actividad evangelística es un reflejo de la naturaleza del Dios que adoramos.

  (2) El motivo de Dios para enviar a Jesucristo fue su amor por el hombre. Dios no es sólo un Dios que busca, también es un Señor que ama. Como la palabra amor ha llegado a ser tan mal usada en nuestros días se impone una nueva y clara definición: Cristo es nuestra definición de como Dios nos ama. No es sólo viendo la naturaleza como hubiésemos sacado la conclusión de que Dios es amor, porque al estudiar el mundo lo máximo que se nos podría ocurrir es que nuestro Dios era un Señor de poder y de fuerza, pero no iríamos jamás a verle con el pobre cuento de nuestros pecados. Esta es la misma teoría en que basábamos una de nuestras lecciones dominicales en la que decíamos que Dios no podría hablar al mundo por medio de la naturaleza sino quería asustar a los hombres, por eso elegía mensajeros humanos como Jeremías y tantos otros. Lo máximo que podríamos sacar de nuestra contemplación de la naturaleza es una posibilidad de la existencia de Dios, pero no la de un Dios perdonador. No podemos ver en la hermosura de una nube cualquiera más que una manifestación de la existencia y poder de Dios, pero eso no basta para poder oír los murmullos del Salvador al oído de cada uno de nosotros que estamos expectantes: Venir a mí todos los que estáis trabajados y cargados… Mat. 11:28. Sólo en la santa revelación de Cristo Jesús comprendemos que Dios es Amor. Precisamente fue porque el Señor nos amó tanto que envió a su Hijo a morir por nosotros. Así que el amor de Dios tiene por los pecadores es producto de su propia naturaleza: En 1 Jn. 4:8, 9, leemos: Dios es Amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros; en que Dios envió a su hijo Unigénito al mundo para que vivamos por él. Estas son las buenas nuevas. Esto quiere decir que nuestro Dios ama a los hombres tal y como son. Que es capaz de amar a alguien que ha sido rechazado por la sociedad y aún por sus familiares.

  (3). El Plan de Dios se centró en la Persona de Cristo. Hemos leído en 2 Cor. 5:21: Al que no conoció pecado, por nosotros el Señor le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos la justicia de Dios en él. Si nos paramos a pensar un momento en este v veremos que Jesús hizo más que revelarnos la naturaleza de su Padre. Sí, hizo algo más en nuestro favor porque en la Cruz realizó lo que se esperaba de Él y de cuyo cumplimiento depende la salvación de todos nosotros: ¡No fue una víctima! Cuando se trataba de explicar a sus discípulos la necesidad de su muerte, nos dijo: Nadie me quita la vida, sino que yo de mí mismo la pongo, Juan 10:18. Así es fácil pensar que judíos de entonces no le entendiesen. Habían estado esperando la llegada del Ungido, pero no un Mesías siervo de todos y que iba a sufrir por los pecados de todos.

  (4). El Señor ha dado a sus hijos el mensaje de reconciliación, el Evangelio. Dice el apóstol Pablo: Dios nos dio el ministerio de la reconciliación y nos encargó la palabra de reconciliación. Y en su carta de los Romanos, añade: Porque no me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree, Rom1:6. Así se entiende bien el que hubiera como una satisfacción en la Iglesia del primer siglo por predicar todo el evangelio destacando cuatro hechos bien significativos: (a) Predicaban la venida de Cristo anunciada en el Día del Señor, así que esto era una palabra de celebración. (b) Predicaban que la venida de Cristo era el cumplimiento de la profecía. (c) Así que dieron más importancia a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, demostrando que este era el centro del evangelio, y no otro, y (d), hacían un llamamiento urgente hacia el sincero arrepentimiento, única puerta capaz de abrir el corazón humano al Espíritu Santo.

  Este es a grandes rasgos el mensaje que Dios en Cristo les encomendó y tiene vigencia hasta nuestros días. Pero aún hay más: El Evangelio es una contradicción cuando es predicado por una gente asustada. Aquellos discípulos estaban siendo muertos y hasta perseguidos y aún así tenía la esperanza viva, intacta. No basta predicar buenas nuevas, debemos creérnoslas. Pablo nos lo dejó dicho: (1) El Señor nos reconcilió consigo mismo, y (2), nos dio el ministerio de la reconciliación. Primero, pues, viene la fiel experiencia personal y después el ministerio.

  Veamos ahora el Plan de los Siglos: 1 Ped. 1:18-21, 23. Con estos vs. aportamos nuevas ideas para entender lo que el Dios Padre estuvo haciendo a través de su Hijo. Sobre todas ellas sobresale la principal: Él (Jesús), a la verdad, fue destinado desde mucho antes de la fundación del mundo, pero ha sido manifestado en los últimos tiempos por causa de vosotros, 1 Ped. 1:20. La enseñanza es clara: La venida de Jesús ha sido el cumplimiento del Plan de Dios a través de los tiempos. Con lo que entramos de lleno en la rara doctrina de la predestinación. Podríamos preguntarnos como los ateos: El Creador, ¿a quién creó primero, al huevo o a la gallina? O como los calvinistas: Dios, ¿determinó primero, salvar o crear al hombre? El quid de la cuestión no está ni en lo primero ni en lo segundo. Nos basta saber que en el momento de pecar, a Adán le fue prometido un Salvador capaz de transformar su naturaleza y que, por lo tanto, la muerte de Cristo no fue un mero accidente histórico. Fue una parte del plan de Dios de los cielos que existió desde el mismo principio. Y que fue precisamente esa muerte la que hizo posible el nuevo acercamiento del hombre hacia Dios a quien no debía de haber abandonado jamás. Así que en la persona de Jesucristo convergen todos los ángulos tocantes a nuestra propia salvación. Dice Pedro al respecto: Él llevó todos nuestros pecados, 1 Ped. 2:24, pagó el precio por nuestros pecados, 2:19, y cubrió los pecados con su sangre, 1:2.

  La Meta de la reconciliación, Col. 1:15-23: Sí, muchas veces Dios había usado las situaciones difíciles de la Iglesia para dar forma a su Palabra, la Biblia: 1 y 2 Tes. aparecieron porque la Iglesia estaba triste y confundida a causa de la segunda venida del Salvador. 1 y 2 Cor. fueron escritas a una Iglesia que andaba dividida y no sabía cómo comportarse en su relación con todos los inconversos. Así, la mayor parte de Colosenses fue escrita para contrarrestar el gnosticismo, una herejía capaz de matar de raíz al mismo cristianismo. Por eso, Pablo arremete sin vacilar contra esa doctrina en los vs. que estamos leyendo y estudiando y borra su premisa principal: ¡El conocimiento! Una de sus ideas básicas es que la materia es mala. Tal enseñanza planteó grandes dudas en su día en torno a la Creación. Los gnósticos no podían concebir que un Dios bueno pudiese haber creado al mundo marcadamente malo. Así que distinguieron entre el Dios del AT y el N Otra de sus ideas equivocadas era la de la encarnación. Si la materia era mala, Cristo no podía llegar a ser hombre en el sentido físico de tener un cuerpo como el que todos conocemos. Así que, en lógica consecuencia, llegaban a negarle el tremendo valor que tiene en realidad la muerte y resurrección e, incluso, y puestos a decir, y a causa de que el cuerpo era malo, no tenían por qué preocuparse de la moralidad.

  El pasaje completo que ahora estudiamos es una contundente respuesta a la terrible herejía gnóstica: Os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte. La tentación del ser humano moderno no es esta fe, pero si es tan mortal y peligrosa como aquella. El hombre de hoy no duda de la existencia de la materia, ni del bien que existe en ella, ni del bien que se deriva de ella. El hombre de hoy es esencialmente científico y esta ciencia trata, tiene que ver, con la materia. La realidad que nos rodea por doquier la constituyen tubos de ensayo, peces, aves, átomos, computadoras, cápsulas espaciales y reglas de cálculo. Mientras que la tentación de los gnósticos era espiritualizar todo para dañar lo humano, el hombre de hoy humaniza todo de tal forma que ahoga el espíritu. Mientras que el gnóstico se molestó con la creación del hombre, el actual niega la nueva creación.

  Si el hombre moderno pudiera elegir, digerir lo que Pablo dice en Col. 1:19, 20, tendría la clave inicial al problema total de su vida. Porque el Dios que creó todo por medio de Jesús y para Jesús, le ha dado el poder cohesivo para mantener juntas todas las cosas creadas y a la vez hace de puente para la reconciliación entre el Padre y el hombre por lo que, a la vez, es el Único Mediador entre Dios y los hombres.

  Ese es nuestra campo de trabajo. A nosotros nos toca demostrar hasta que punto hemos sido readaptados en la nueva vida y no hay mejor demostración de que somos salvos que salir a la mies. Estamos en medio del campo. ¿Tenemos identificados a todos los amigos que van a ser nuestros inmediatos objetivos? ¿Hemos orado por ellos? ¿Les hemos hablado ya? Debemos pensar que si no lo hacemos nosotros, ¡nadie les va a hablar! ¡Sí, es nuestro trabajo! Nuestra Jerusalén perdida, nuestros diamantes y, muy posiblemente, nuestra gloria.

  ¡Ojalá que al menos uno de ellos conozcan a Cristo a través de nuestra predicación!

  ¡Amén!

LA PROFUNDIDAD DE NUESTRA CONDICIÓN PERDIDA

Gén. 3:6-8; 2:17; Rom. 1:18-3:23; Efe. 2:1-3, 11-13; Stg. 1:13-15

  Introducción:

  ¿Cuántos de los presentes somos salvos? Levantemos el brazo. Pues bien, uno de los más graves peligros con los que cada día hemos de luchar es el llamado conformismo. ¿Quién no recuerda la ferocidad del primer amor con Cristo? ¿Lo hemos olvidando?

  El estar sin hacer nada en la Iglesia nos hace olvidar la primera premisa en la que se basa toda la teoría cristiana: Hemos sido salvos del pecado por la gracia. Hubo una época en el mundo, por cierto no muy lejana, en la que la terrible poliomielitis hacía estragos. No había casi ninguna familia que no conociera en su carne o en la de sus amigos algún caso que viniese a sumar la preocupación de una cruel enfermedad a cuyas garras se sentían indefensos. Pero un buen día, el Dr. Salk descubrió la vacuna que le hizo famoso y poco a poco su aplicación en dosis masivas archivó la enfermedad como plaga. Dentro de poco tiempo habrá ya una generación que ni temerá a la polio y lo que más triste, ya nadie se acordará del nombre del doctor porque es muy difícil recordar cualquier remedio cuando el mal ha desaparecido.

 

  Desarrollo:

  Nosotros que sabemos de la existencia de un Padre, que ha descubierto la vacuna que nos inmuniza del mal y de la muerte, jamás podremos olvidar el sensible pinchazo de la jeringuilla, del primer amor, de las lágrimas derramadas en el día glorioso en el que confesándonos pecadores miramos la cruz cara a cara. Es muy necesario pues, de tanto en tanto, volver a escarbar en la profundidad de la fatal condición perdida del hombre: ¡Estar perdido es estar separado de Dios! Gén. 3:6-8.

  Antes de adentrarnos más en este precioso relato vital en la vida de Adán y Eva, debemos pararnos un momento y buscar una definición para la palabra “pecado”. La palabra es una fiel traducción de muchas otras hebreas y griegas. Veamos alguna de las ideas o acepciones más comunes: (1) Pecar es no dar en el blanco si pensamos en términos guerreros, o equivocar el camino si de viajar se trata. Así, en términos espirituales, pecado es fallar o no hacer algo bien en relación a Dios o al mismo hombre. (2) Pecar es, pues, rebelarse contra un superior o deslealtad a un acuerdo tomado. Sabemos que la vida en sí está basada en un pacto y el pecado es la violación de ese pacto, y (3), existe además la idea que roza la esencia en sí del pecado y que, sin duda, nos puede ayudar a definirlo. El pecado como tal cambia el estado y aún la naturaleza del hombre. Sí, cuando el hombre peca deja de ser inocente para convertirse en culpable. No hay vuelta de hoja. De blanco en negro. Aquí debe quedar claro que no sólo nos estamos refiriendo al sentido legal del pecado como podría ser si robamos o matamos, sino al espiritual: Cuando uno peca su alma es la que enferma.

  Y es pisando este terreno cuando debemos considerar la ética del pecado: (1). Así, para ser pecador es necesario ser persona responsable, sabiendo el bien y el mal. Los niños y los adultos que no tengan sus facultades mentales en buen estado, no pecan. ¿Por qué? ¡Porque no son responsables! (2) Y para existir el pecado ha sido preciso una revelación que nos indicara que lo era o no. En otras palabras, pecar no es sólo el desobedecer un deseo oculto o desconocido de Dios, sino uno que nos ha sido revelado, ampliamente revelado. De manera, que si ignorásemos que el no amar al prójimo es un pecado, no pecaríamos, puesto que el pecar es precisamente saber hacer el bien y no querer hacerlo. (3) La existencia de la desobediencia premeditada.

  El hombre tiene la voluntad de decidir como libre que es y por consiguiente si el hombre peca es a sabiendas que lo hace. Pero profundizando aún más, hilando más fino si cabe, veremos que la raíz del pecado es la incredulidad. En el relato del Génesis que hemos leído vemos que los protagonistas son Adán y Eva. Ambos fueron hechos a la imagen del Señor y, por lo tanto, responsables de su futuro. Lo tenían todo a su favor. Tenían un jardín bien regado y surtido, así que el alimento y la libertad les pertenecían. Tenían el/la compañero/a ideal y gozaban de la paz con Dios y consigo mismos. Pero el Señor les había puesto una restricción: ¡No comer del árbol de la ciencia del bien y del mal! ¿Por qué esta prohibición? Porque el día que comieres de él, ciertamente morirás, Gén. 2:17.

  Antes de pasar a desgranar la tentación en sí de Adán y Eva es bueno que nos fijemos en ciertas actitudes en torno al pecado que, por ser tan sutiles, muchas veces nos pasan desapercibidas. (1) Existe cierta tendencia a pensar que el pecado es necesario para el crecimiento moral y hasta indispensable para alcanzar la madurez del adulto. Es muy corriente oír decir: Sé que está mal lo que hago, pero, ¡qué aburrida sería la vida sin hacerlo! Sin embargo el pecado nunca ha traído consigo más que muerte y separación. El mismo Jesús nos dio el ejemplo, puesto que fue tentado al máximo y prefirió servir a Dios antes que al diablo y lo venció destrozando esta primera teoría. (2). Es otro enorme error nuestra tendencia de echar todas las culpas de nuestro pecado al autor de la prohibición, al Señor. ¿Se nos podría culpar a nosotros cuando usando nuestra propia experiencia aconsejando a nuestros hijos mayores ante cualquier actitud de su vida y se equivocan a pesar de todo? Sí, queremos lo bueno para ellos, del mismo modo que Dios quería lo mejor para su Adán: Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.

  La tentación de Adán y Eva fue personal y se hizo visible por medio de la serpiente y el diálogo que envuelve toda la escena es de un contenido tan actual que siempre que leemos este relato nos asombramos. Veamos:(1) Eva se dio cuenta enseguida de la prueba que le fue presentada. (2) La serpiente afirmó con toda seguridad: ¡No moriréis! (Eva se encuentra con el dilema eterno de enfrentar la palabra de Satán con la de Dios). (3) La serpiente descargó su golpe maestro donde sabía que haría daño. Donde sabía que existía la duda. Entró en su mente con la idea de que Dios no basaba la prohibición del amor al hombre, sino para evitar que éste se convirtiera en Dios mismo.

  Así que la puerta del pecado es la duda, ¡líbrenos de ella Dios! Notemos que es interesante ver que después de este punto en la tentación de Eva, la serpiente no agregó nada más. Sí, había dejado caer la gota justa que haría derramar el vaso de la primera mujer. Ahora bien, Eva había visto el árbol centenares de veces, que era bueno para comer, que era agradable a los ojos y a la mente y a la inteligencia y apto para alanzar la sabiduría; sí, lo había visto centenares de veces, lo que pasa es que ahora duda de la veracidad de las palabras de Dios:

  Y tomó de su fruto y comió y dio también a su marido. Pero del fruto sólo olieron a muerte: ¡Su muerte espiritual! Vieron con tristeza que el pecado jamás entrega lo que promete. Así que, por lo tanto, se acabó el huerto, la paz y la armonía. Fue su muerte espiritual. El Señor no había cambiado nada, y menos aun sus costumbres. Continuaba paseándose por el huerto. Era Adán quien no quería verlo. Era incapaz de mirarle cara a cara y se avergüenza sólo de oír sus pasos. El pecado siempre tiene el mismo gusto, entra por los ojos y por la lengua, entra por los ojos y por la boca, pero produce acidez a nuestro estómago. Es tan profundo el pozo por el que parece que caemos como alto teníamos nuestra estimación espiritual y relación con el Señor.

  La perdición es el resultado del pecado, Rom. 1:18-3:23. Los tres primeros capítulos de Romanos tratan del pecado, cuyo clímax tiene lugar en el v. 23 del cap. 3: Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. Ya hemos dicho antes que la base para que el pecado exista es que haya una persona responsable y esta característica la encontramos bien definida en el hombre actual, moderno. La segunda suposición exigía la veracidad de una revelación. Así que, aunque sabemos que el hombre moderno no se pasea por ningún huerto con la pesadilla de no comer de un árbol, Pablo afirma que no hay nadie a quien Dios no se le haya revelado de alguna manera, y aún hay más, dice que todos nosotros somos responsables ante de Él no importando cuál ha sido el medio por el cual se nos haya revelado.

  Una forma de revelación de Dios la constituye su obra a los ojos de un espectador sensible. Dice nuestro salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios. Mas, por otra parte, en segundo nivel, tenemos una revelación interior llamada conciencia y a la que el apóstol Pablo nos descubre a la perfección: Dando testimonio su conciencia, Rom. 2:15. Y aún hay otra tercera revelación: La Biblia, la Palabra escrita, Rom. 3:19. Y por último, el hombre moderno, puede encontrar el clímax de la revelación de Dios en Jesucristo.

  La perdición es la experiencia de cada hombre, Efe. 2:1-3, 11-13. El ser humano no sólo tiene una naturaleza caída, sino que vive en un mundo de hombres y mujeres caídos, pero su vivir y experiencia de pecado es personal así como su redención. La clave del pasaje la encontramos en Efe. 2:3. Un niño preguntó: ¿Por qué peca el ser humano? ¡Por qué es pecador!, fue la clara respuesta. ¿Quiere decir esto que el hombre ya nace con una cierta tendencia hacia el pecado? Sí. Lo cual no quiere decir que el ser humano es tan malo como puede llegar a serlo. Y claro, tampoco quiere decir que su naturaleza lo domine de tal forma que no tiene otra elección que pecar. Lo que si quiere decir es que el hombre abandonado a sí mismo está bajo el poder del pecado.

  El problema no es la cantidad de actos que cometamos. Es problema de nuestra naturaleza. Así, cuando Jesús habló con Nicodemo no le dio una lista de cosas malas que no debía hacer, sino que le habló de un nuevo ser, un nuevo nacimiento, Juan 3:1-3. Lo que el hombre necesita no es otro libro de reglas, sino un nuevo corazón.

  La fuente del pecado del hombre, Stg. 1:13-15. Ahora llegamos por fin al meollo, al centro, de la cuestión. En este formidable pasaje vemos que el Señor no es la fuente de la tentación del hombre ni de su pecado: Dios no puede ser tentado por el mal, él no tienta a nadie, v. 13. Luego, ¿dónde está la fuente? Está dentro de nosotros. Está en nuestra naturaleza. Mirar la clara ilustración que usa Santiago: Físicamente hablando somos como animales atrapados por una red, reducidos y puestos a buen recaudo por el pecado. No importa cuál sea la tendencia de su buena naturaleza y no importa lo corrupto del ambiente y lo fuerte que sea la fuerza del mal, una verdad permanente: ¡El hombre es libre y hasta responsable de sus propios pecados!

 

  Conclusión:

  Resumiendo podemos decir que el hombre es pecador por elección, por su elección. La naturaleza está ahí y la tentación también, pero es libre de decir sí o no. Esta es la experiencia común de la humanidad y es el principio de todos los problemas. Así, por el pecado podemos llegar a estar separados de Dios… ¡Esta es la profundidad de la condición perdida del Hombre!

  ¡Qué Dios nos bendiga!