DIOS UNIFICA A SU PUEBLO

 

Jos. 24:1-7, 14, 15, 24

 

  Introducción:

  Recientemente hemos leído en la prensa diaria que el nuevo gobierno de Portugal estudiaba la posibilidad de conceder la independencia a Angola y Mozambique porque la gran mayoría de aquellos pueblos la habían pedido hasta con sangre. Mas lo curioso del caso es que las noticias no nos han sorprendido nada porque este siglo se caracteriza por el trasiego, formación y nacimientos de nuevas formas independientes de gobiernos y, en consecuencia, nuevos países.

  Se buscan nuevos horizontes y se trata por todos los medios de descentralizar gobiernos e influencias a causa de la moda y la costumbre indicando deseos separatistas de unos pueblos que tienen las mismas raíces étnicas e históricas. Sin embargo, Dios trata y consigue unificar a su pueblo. Y lo hace de mil maneras. Para Él que lo puede todo, el plan no debe parecernos extraño, pero juzgado bajo nuestro prisma y bajo nuestras limitaciones, celos, envidias, rencillas y rencores, la cosa ya es mucho más extraordinaria. P. ej. la unidad básica de la Iglesia Evangélica es un milagro de la gracia de Dios. Es bueno y maravilloso ver a personas tan diferentes unidas gracias a Cristo. Algunos tienen mucho dinero, otros poco; algunos tienen estudios mientras que otros apenas si saben leer y escribir, algunos trabajan en la industria, otros en la agricultura; algunos hablan idiomas, otros no saben bien ni el suyo; algunos son negros, otros blancos, pero todos están unidos por su fe en Cristo y su deseo de servirle.

  La lección que hoy nos ocupa trata del llamamiento de Josué al pueblo de Israel en aquel memorable culto que confirmaba su pacto con Dios. Josué se limitó a plantear la cuestión que cada uno de nosotros tiene que enfrentarse: Distinguir entre los dioses falsos y el Señor verdadero. A nivel individual, cada ser tiene que escoger a quien servir para que después, como pueblo, determinar su trayectoria histórica en el bien entendido de que si no se escoge al Dios vivo y real, automáticamente uno se queda al servicio de cualquier dios falso. No hay otra opción, no hay otra posibilidad. O se entra en la estancia o se sale, ya que el dintel no puede cobijar a nadie. El pueblo de Israel, al tomar la decisión correcta, se preparó para dar testimonio de la existencia del Único a todos sus perdidos países vecinos.

  De la misma manera, hoy, todos aquellos de nosotros que escogimos un día servir al Cristo crucificado y que, por lo tanto, sabemos a quien servimos, estamos obligados a ayudar a otros a distinguir entre lo bueno y lo malo. En un mundo de tanta indecisión e incertidumbre hay necesidad de que cada persona, cada familia cristiana, diga con voz alta y clara: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah!

  Ahora vamos a estudiar una experiencia en la vida de la nación de Israel. Recordemos que los hebreos salieron de Egipto rumbo a la tierra prometida bajo la dirección de Moisés, pero a causa de su pecado tuvieron que pasar 40 años en el desierto antes de ocuparla. La acción de la lección de hoy la situamos en la misma frontera de Palestina. Aquellos numerosos descendientes de Abraham se hallan listos a entrar en la tierra santa con Josué como caudillo. Ha llegado el momento. Todo aquello que hasta entonces había sido sólo una promesa, estaba a punto de convertirse en una hermosa realidad. Desde el punto donde estaban se podían ver los valles y ríos, leche y miel, que pronto serían suyos. Van avanzando, cruzan milagrosamente el Jordán y poco a poco van adentrándose en aquel bello paisaje, venciendo pueblos y dificultades, viendo la mano de Jehovah en cada obstáculo superado. Un buen día se topan con Siquem, pero no había sido fruto de la casualidad. Josué los ha guiado hasta allí porque era un sitio ideal para tener la reunión de la asamblea nacional. Por otra parte, era un antiguo santuario conocido por Abraham, Isaac y Jacob, Gén. 12:6, 7; 33:18-20; 35:2-4, y además estaba en el mismísimo centro de la futura tribu de Manasés del sur y como consecuencia, en el centro aprox. del futuro país; sin olvidarnos tampoco del singular detalle por el cual, desde aquella ciudad, todas las tribus podían convergen fácilmente.

 

  Desarrollo:

  Jos. 24:1. El propósito de esta importante reunión era el de confirmar el pacto que Dios había hecho con el pueblo, por lo que esta reunión es muy parecida a aquella otra del Sinaí, cuyo inicio, desarrollo y conclusiones estudiamos el domingo anterior. Y tal y como Moisés llamó al pueblo a escuchar las condiciones del Pacto y después iniciar su disposición, Josué convocó a los representantes de todas las tribus en Siquem. El momento era solemne, y el caudillo quiso que escucharan de nuevo los hechos de Dios que habían resultado de forma más espectacular en su fuerte liberación de la esclavitud y como consecuencia, darles la oportunidad de escoger a que Dios iban a servir a partir de aquel momento de inicio de la mayoría de edad. Y tal como el pueblo hebreo había hecho 40 años antes se presentaron delante de Dios. Notemos que no se nos dice delante de Josué, como lo fue en efecto, sino delante de Dios, porque estaba perfectamente claro que aquél estaba al servicio de Éste.

  Esta vez el lugar es Siquem, no Sinaí y el caudillo es Josué, no Moisés, pero el propósito era igual, el mismo: ¡Escuchar los mandamientos de Dios y decidir si querían obedecerle o no! Pero aquí hay algo más: ¡No importa tanto el mensajero como el mensaje!

  Jos. 24:2. Josué empezó a relatar todo lo que Dios había hecho para llevarles allí en ese momento. Es curioso notar que en un aspecto importante de la fe del AT es que el Señor obra a través y por medios históricos. Todos los profetas y siervos de Dios no llamaron nunca al pueblo a creer en las doctrinas de Dios, sino en los hechos de Dios. Nunca se encontraron con el moderno problema de pensar si el Señor existía o no, al contrario, a través de la reciente historia podían ver las obras de Dios. Josué contó desde el principio los hechos gloriosos de salvación que el Señor había obrado a favor de los judíos, no tanto por el hecho de serlos como por el haber sido escogidos para el ministerio vivo y especial de ser portavoces.

  Vuestros padres habitaron… al otro lado del río… Esta es una expresión curiosa que se halla en muchas partes de la Biblia y significa obstáculo insalvable humanamente hablando en la época. ¿De qué río estaban hablando? Del Jordán, claro, pero también podría referirse al Éufrates, o sea Mesopotamia, puesto que Taré, padre de Abraham, era oriundo de allí. ¿Cuál es la circunstancia sobresaliente que Josué quería indicar con la frase “al otro lado del río?” Pues que tanto Taré como sus vecinos adoraban con seguridad a dioses falsos. Y Josué les recuerda el detalle para hacerles comprender cuán maravilloso resultaba el hecho de que Dios, el Dios verdadero, los hubiese escogido a pesar de sus antepasados idólatras.

  Jos. 24:2. Josué les recuerda de nuevo que siglos antes Dios había escogido a Abraham, lo había sacado del error y el paganismo y lo había traído a la misma tierra dónde estaban reunidos. El llamamiento de Abraham es uno de los momentos más altos en la historia del mundo. Jehovah Dios le instó a abandonar la seguridad de su familia, su patria y todas sus posibilidades de prosperar y le invitó a ir a un país no conocido prometiéndole a cambio, eso sí, grandes hechos y bendiciones, incluyendo la mejor: Gén. 12:1-3. Pero si la cita es para nosotros grandiosa, para aquellos seres tenía un valor incalculable. Eran descendientes directos y de sangre y además, estaban ante de la realidad palpable del inicio del cumplimiento de la promesa.

  Siguiendo con su exposición, Josué les hizo ver que la obra de Dios estaba abarcando el propio llamamiento de Abraham, el milagroso nacimiento de Isaac y su propia presencia en aquel lugar.

  Jos. 24:4. Para que no tuviesen ninguna duda acerca de la realidad de la promesa, Josué continúa diciendo que en las fortunas de los dos hijos de Isaac también se veía la obra y la mano del Señor. Es cierto que los edomitas se perdieron en la historia, pero lo hijos de Jacob, hijo directo y heredero de las promesas, fueron a Egipto en las circunstancias de todos sabidas y así Dios continuó su obra a través de ellos. Este v tuvo el propósito de explicar a los judíos jóvenes cómo y de qué manera sus antepasados llegaron a Egipto.

  Jos. 24:5. Con breves palabras Josué describió el hecho más grande de la historia de Israel: Cómo Dios tomó una multitud de esclavos y los libertó de forma milagrosa para formar un nuevo pueblo con la exclusiva misión de ser sus representantes ante el mundo. Aún debemos decir que este v abarca la persecución de los hebreos, el fiel llamamiento de Moisés, las diez plagas, la primera Pascua y la concreta salida de Egipto. Pero lo que es más notable es que con este yo envié a Moisés, instrumento humano, Dios sacó a su pueblo de la servidumbre a la libertad.

  Jos. 24:6. La Biblia no describe nunca el éxodo como una victoria del pueblo hebreo, siempre se relaciona con una obra maravillosa del Señor porque fue precisamente Dios quien “sacó” con su poder al pueblo de las manos de sus opresores. No obstante, históricamente hablando, los egipcios no querían perder esta fuente de mano de obra barata y siguieron a todos los hebreos con el propósito de lograr esclavizarlos de nuevo.

  Jos. 24:7. Los antepasados de aquellos judíos eran los testigos oculares del milagro de la liberación de Egipto y a través de aquellos cuarenta años guardaron el recuerdo vivo de cómo Dios les abrió paso por el mar Rojo y más tarde lo cerró encima del ejército egipcio, demostrando con ello que la nación no se estableció a causa del valor de su pueblo, sino por el poder del Señor. Siempre fue igual, el triunfo no era de los caudillos humanos, sino que Jehovah triunfaba sobre los ejércitos de todo el mundo. Por eso los hebreos no olvidaron nunca que si no hubiera sido por la gracia de Dios todos hubiesen perecido.

  Jos. 24:14. Después de contar uno por uno todos los milagros que Dios había hecho con ellos, Josué animó al pueblo a servirle con lealtad absoluta. El santo pacto con Israel tenía dos partes esenciales como sabemos: (a) El pueblo tenía que reconocer que Dios les había salvado del yugo de la esclavitud, y (b) ellos tenían que servirle incondicionalmente y obedecerle siempre, eso aunque pasase lo que pasase. Por eso este v es una llamada extraordinaria. Josué invitó al pueblo a servir a Jehovah con lealtad absoluta y al mismo tiempo él anunció un gran principio fundamental: Tenían que dejar de servir a los dioses paganos de sus lejanos padres para servir al Dios verdadero. Pero la real importancia de este v radica en el hecho de que encierra todavía este mismo principio válido para nuestras generaciones, cerca de 4.000 años más tarde. Tenemos que quitarnos de encima aquellos dioses falsos que pueden ser de dinero, egoísmo, materialismo, servilismo y servir únicamente al Dios verdadero. Y debemos hacerlo porque Él desea nuestra lealtad absoluta no aceptando una lealtad dividida. Es más. Josué hace hincapié en un gran principio que Moisés estableció en los discursos finales del libro de Deuteronomio. Es el principio que la obediencia a Dios trae bendición y prosperidad al pueblo, mientras la desobediencia resulta siempre en juicio y ruina. Y pone la alternativa delante del pueblo haciéndoles saber, una vez más, que podían escoger libremente a quien iban a servir y también, que las consecuencias de la desobediencia son inevitables.

  Jos. 24:15. Este v debe ocupar lugar entre los grandes discursos del mundo. Es uno de los desafíos más nobles lanzados por unos labios humanos. Josué el caudillo actual, manifestó su profundo respeto por la libertad de cada ser humano de decidir su curso determinado; que cada uno, en suma, puede decidir por sí mismo a quien va a servir. El hombre, tan sagaz para elaborar excusas ante cualquier nuevo aspecto de la vida, no puede eludir aquí la responsabilidad de escoger. Sabemos que la vida nos presenta muchas decisiones y a veces es difícil saber distinguir entre lo bueno y lo malo, pero la decisión se toma, debe tomarse, de todas formas porque el hecho de no escoger el camino mejor implica, significa, que hemos decidido seguir por el camino viejo con los errores y problemas de siempre.

  Pero debemos fijarnos en el detalle elocuente de que Josué dijo que ya no era cuestión de la nación, sino que cada persona tenía que escoger a partir de aquel santo momento el dios de su vida. Cierto que podían elegir los dioses paganos de sus antepasados, incluso los dioses de los cananeos en cuya tierra acababan de entrar; pero era mucho mejor el hecho de valorar sus varias oportunidades y su proyección de futuro como nación: “Sí, podían elegir al Dios verdadero y a fe que lo harían, porque Josué aún decía: ¡Yo y mi casa serviremos a Jehovah! Así que este líder no dejó al pueblo sin ninguna ayuda para tomar una decisión tan importante. No. Les dio el buen ejemplo de un gran caudillo. No se retiró aparte para ver si escogían bien o no, sino que habló alto y fuerte: “Yo ya he decidido.” Y vosotros podéis hacerlo ahora. En este v. se ve bien clara la importancia que tiene un ejemplo sincero y sin rodeos y si bien el buen siervo de Dios con su familia habían decidido servir al Dios de Abraham, ya no puede hacer nada más. Ahora, a partir de aquel momento, cada uno tenía que decidir quien iba a ser la cabeza invisible de cada núcleo familiar, de cada tribu y de toda la nación.

  Jos. 24:24. Animado por el noble ejemplo de Josué y su familia, el pueblo respondió de la única forma que lo hace siempre cuando le hablamos por boca y deseo del Señor: prometiendo su lealtad y obediencia a Dios. Porque, lo repetimos, el objeto de su obediencia, de su lealtad, no iba a ser un dirigente humano como Moisés o como Josué sino el Jehovah Dios eterno. Y aquellos judíos, como sus padres anteriormente, afirmaron su pacto en la ciudad de Siquem y teniendo como testigo a Josué pero teniendo el mismo propósito: ¡Manifestar su fija lealtad a Dios y prometer una obediencia para siempre!

  Pero sabiéndolos humanos, el buen Josué les hizo recordar la importancia de aquel acto, diciendo: He aquí esta piedra… será pues, testigo contra vosotros, Jos. 24:27.

 

  Conclusión:

  Aquí tenemos la personalidad extraordinaria de Josué como un ejemplo a quien deberíamos seguir en todo momento. No sólo sabía donde estaba el camino indicado, sino que se puso en la teórica encrucijada del mismo para hacer de poste indicador de la buena dirección. ¡Qué poca gloria guardan los hombres para los postes indicadores en las carreteras! A menudo aparecen ajados por el tiempo y descuidados, pero ¡qué haríamos sin ellos en caminos desconocidos! Pues eso debemos hacer nosotros. El creyente no es otra cosa que un mero poste indicador y cuando tratamos de buscar un oficio espiritual mejor, con más gloria, nos equivocamos porque no es nuestro sitio. El Señor nos ha escogido, como en su día escogió al pueblo de Israel, para serle embajadores, lumbreras, atalayas fieles y postes indicadores… para nada más. No olvidemos nuestro verdadero trabajo, como lo hizo en su día el pueblo de Israel, porque en cuanto lo hacemos creemos enseguida que Dios nos escogió por nosotros mismos y eso que entonces estábamos perdidos como lo estuvo en su día el pueblo de Israel.

  Hoy es un buen momento para tomar una decisión: ¡Escoger hoy a quien sirváis, que yo y mi casa serviremos a Dios!

  Amén.