Éxo. 3:7-10; 19:3-8
Introducción:
En primer lugar debemos dejar bien sentado que Dios entiende los problemas del hombre hasta sus más íntimas consecuencias y actúa para aliviar todas las dificultades por las que pueda estar pasando sin olvidarnos de que Él, se da, se ofrece en cualquier circunstancia a hacer un pacto con este último condicionado tan sólo a la sana obediencia. Ha sido necesaria la inserción de esta premisa porque aún hay adultos que piensan que nadie cuida de ellos o cuando menos, que nadie se interesa por ellos. La verdad es que reconocemos que a veces la Iglesia y ciertos hermanos no tengan el deseo de ayudar a otros como deben. Sin embargo, esta lección nos enseña con claridad que Dios entiende y está listo para intervenir en el mundo en favor de cuantos hombres se entreguen a Él. Dios siempre está dispuesto, además, a librar a cualquiera de su pecado, su problema o cualquier otro tipo de dificultad. Pruebas de lo que estamos diciendo la constituyen sin duda muchos de los ejemplos anotados en la Biblia y en nuestra propia conciencia particular. Entre los primeros podríamos citar tras un largo etc. a Eliseo en el sitio de Samaria, 2 Rey. 6:24-7:20, Jeremías en la cisterna, Jer. 38:13, los tres amigos de Daniel en el horno ardiendo, Dan. 3, el mismo Daniel en el pozo de los leones Dan. 6, Pedro en la cárcel, Hech. 12:6-19, Pablo y Silas en la de Filipos, Hech. 16:11-40, y en el segundo, nuestra salvación por encima de cientos y cientos de ayudas que, precisamente, por ser particulares, no describimos por no cansarles.
Además, en la lección que nos ocupa y en la vida diaria, Dios usa a algunos para ministrar a otros. Condición esta última que tenemos muy olvidada por creer que Dios sólo puede escoger a prohombres para tamaños propósitos, cuando Él nos ha dejado dicho a través de cientos de ejemplos, palabras y actos, que sólo su ministerio es importante y que el hombre no es ni más ni menos que un embajador suyo y que por lo tanto, cualquiera de nosotros pudo, y de hecho podemos, haber sido o ser llamado para semejante menester. De todas formas creemos necesario sobresaltar el hecho de que todos y cada uno de estos llamados a ministrar en bien de los demás, no están hechos al azar, sino que son más bien el fruto de un plan divino perfecto que tiene como resultado la localización del individuo más apto y eficaz para llevarlo a cabo con éxito.
Por eso es tan importante conocer todos nuestros talentos y vocaciones porque, a veces, el objetivo remoto nos tapa el cercano, tergiversando así el propio mandato de Dios. Se cuenta de un joven cristiano que después de leer y saber que en ciertas partes del continente africano hay mucha necesidad de atención médica, le dijo a su pastor que él sería médico misionero en África. Su pastor oró por él y le felicitó, pero luego le dijo: “Oraré de nuevo para que tus deseos se cumplan, pero ahora, mira, ven conmigo, visitaremos un barrio de nuestra ciudad que no conoces.” Cuando fueron, el joven no podía creer lo que veía: La pobreza y la enfermedad eran terribles y su alma se llenó de compasión. Viendo su reacción, el pastor de dijo: “No hay mejor manera de prepararte para tierras lejanas que el sentir compasión y ayudar a los desdichados que viven cerca de tu casa.” El joven resolvió hacer algo desde aquel instante para aliviar la situación de los oprimidos de su ciudad.
Ahí está el meollo de la cuestión y puesto que la lección de hoy nos enseña que nuestro Dios obra en la historia del mundo, abundamos en la idea de que también usa seres humanos como instrumentos para llevar a cabo sus propósitos. Pero para que haya un enviado tiene que haber un motivo y el que hoy nos ocupa se trata nada menos de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia. Naturalmente, el gran mensaje del libro de Éxodo es que Dios libra a su pueblo de la costra de la esclavitud indicando con ello la gran semejanza que existe entre este libro y el Evangelio. En ambos casos vemos a nuestro Señor obrando por medio de hechos históricos para librar a los oprimidos y esclavizados. En ambos obra a través de un mediador quien es su instrumento en la tierra. En ambos establece un pacto con su pueblo para hacerles recordar por siempre que son sus hijos escogidos.
Por eso esta lección nos enseña la compasión que Dios tiene para con los que sufren esclavitud: ¡Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestro sufrimiento! El humo de nuestro llanto llega hasta su trono y le hace intervenir. Entonces vemos como Dios ha intervenido e interviene en la historia de una forma maravillosa, tanto es así que se pueden ver su salvación y su cambio de situación. Del mismo modo, el pueblo de Israel comprendió que Jehovah les había escuchado, salvado y tomado como pueblo. Así, el pacto de Sinaí sirvió para hacerles recordar su liberación y su conversión en un pueblo escogido, un reino de fieles sacerdotes y un ejército de atalayas.
Desarrollo:
Éxo. 3:7. De todos son conocidas las circunstancias en las que Dios dice estas palabras a Moisés en Horeb, por lo que no vamos a repetirlas, pero sí debemos decir que este v enseña una de las verdades más grandes de las Escrituras: Dios comprende nuestra situación y sabe de nuestros sufrimientos. Los verbos utilizados encierran la verdad de que Él se interesa personalmente en las angustias de su pueblo. No hay nada aquí que dé idea de “Ser Supremo”, ni de “Gran Creador”, ni de “Ser Inalcanzable”, sino más bien de “Padre Amoroso.” Sí, Dios es nuestro padre el cual ha visto nuestra aflicción, ha oído nuestro clamor y ha conocido nuestras angustias. La liberación que resulta de este extraño conocimiento no es algo de suerte o capricho, como ocurre cuando uno se libra de un accidente industrial o automovilístico por pura suerte. Al contrario, Dios interviene personalmente para salvar a su pueblo de su sufrimiento.
Éxo. 3:8. Es la primera vez que la Biblia menciona el hecho de que Dios puede intervenir en la historia humana para salvar. Lo curioso del caso es que el v se relaciona mucho con 2 Cor. 5:19, porque en ambos se mira, se contempla el mismo asunto: ¡Salvar al pueblo escogido! Dios se preocupa por nosotros y entra en el mundo de los hechos para aliviar nuestro sufrimiento porque es una verdad conocida que el mensaje de la Salvación bíblica, no habla de una idea acerca de Dios, ni siquiera de una creencia sobre Dios, sino que proclama que el propio Dios entra en persona en nuestras circunstancias para poder ayudarnos. En el ejemplo práctico que estamos estudiando, el Señor prometió dos cosas sobresalientes, pues iba a librar a los israelitas de la dura esclavitud y a ponerlos en “una tierra buena y ancha.” Para ellos, que no tenían patria, el hecho de serles prometido un hogar propio tendría la virtud de llenarles de gozo, del mismo modo que a nosotros nos llena de consuelo y alegría el pensar en nuestra propia “tierra prometida.”
Una palabra más sobre este mismo v.: Tierra que fluye leche y miel significa una tierra fértil que da abundantes cosechas con la idea implícita de poco o ningún trabajo. Los pueblos citados son otras tantas tribus que por aquel entonces habitaban las distintas regiones de Palestina.
Éxo. 3:9. Dios es muy consciente del sufrimiento de su pueblo. No está sordo a nuestros gemidos y responde en siempre al claro sincero del mismo. He visto la opresión, dice el v. La base del hecho más grande en el AT es la comprensión por Dios de un hecho social: ¡La opresión de un grupo por otro grupo! En la actualidad, muchos de los que dicen que el cristianismo no ofrece nada a la gente en su miseria y dolor no lo reconocen, pero Dios oye el clamor de la injusticia social que procede de cualquier parte del mundo. Y nosotros tenemos la convicción de que es así porque el hecho de ver el sufrimiento de los inocentes y acudir en su ayuda es la razón inherente a la naturaleza divina.
Esta es una de las doctrinas importantes del cristianismo: El Señor sabe lo que pasa en las vidas. Por lo tanto, no debemos decir nunca que nadie nos entiende, que nadie conoce o sabe los problemas que tenemos que soportar. Lo repetimos una vez más y lo repetiremos cuantas veces sean necesarias porque es muy importante que entendamos que el Señor Jesús conoce nuestros problemas, que comprende bien nuestras luchas, que entiende nuestros fracasos y que detecta nuestras decepciones de la vida diaria para que, de esta forma, ganemos la suficiente confianza para poder adorarle de forma continua. Leemos en Mat. 6:7, 8, que incluso antes de orar Él ya sabe de qué cosas tenemos necesidad. Nada le pasa desapercibido porque su más íntimo gozo lo constituye, precisamente, en dar bendiciones para sus hijos, Luc. 11:13.
Éxo. 3:10. Este v constituye lo que se ha dado en llamar el comienzo de la selección de Moisés para ser libertador del pueblo hebreo. Ya hemos dicho antes que para hacer grandes obras, Dios emplea instrumentos humanos. En la Biblia el concepto del llamamiento divino se repite una y otra vez. La lista de los llamados por nuestro Dios es muy larga; comienza por Abraham, continúa con Moisés, Samuel, David, Amós, Isaías, Jeremías, Pedro, Juan, Pablo y más. Sabemos que hoy día Dios llama a personas para servirle como instrumentos especiales que le hagan tareas varias o distintas y objetivos diferentes. Todos no somos líderes, pastores o evangelistas. Muchas veces Él llama a un fiel miembro de iglesia para ser maestro, diácono, visitador, portero o simplemente, preparador de los utensilios de la Cena, no importa qué actividad. Lo importante es conocer que Dios emplea agentes humanos para obras divinas y que cuando nos sentimos llamados, responder como otros ¡Señor, envíame a mí!
Para librar a su pueblo de Egipto, Dios escogió a Moisés para ser su agente. Ahora bien, ¿fue escogido al azar? No, pues era la persona más preparada para hacerlo a pesar de sus excusas iniciales. Sabía el idioma y las costumbres de los egipcios por haber sido criado como un príncipe de la casa real. Conocía el desierto de Sinaí por haber vivido muchos años allí después de haber huido de la capital egipcia. La montaña donde él recibiera el llamamiento era la misma dónde los israelitas iban a conseguir los Diez Mandamientos de Dios. Así, Moisés era el hombre ideal para librar a su pueblo. Pero erraríamos del todo nuestro papel si terminásemos aquí. ¿Qué lección podríamos sacar de tan sonado llamamiento? Pues sencillamente que si bien es cierto que Dios nos llama para desempeñar determinado papel, no es menos cierto que Él escoge a quien está preparado para tener éxito.
Éxo. 19:3. Después de un viaje largo y difícil, Moisés fue y dirigió a los hijos de Israel a la misma montaña donde él recibió su llamamiento para librarlos de la esclavitud de 420 años. Ahora sube a la cima para recibir las voces e instrucciones que Dios tenía que dar al pueblo acerca de la obediencia del mismo modo que él lo hizo acerca de la obra de su liberación.
Éxo. 19:4. Esta sección es un llamado a prepararse para un vital encuentro con Dios. Al propio tiempo es una clara invitación a aparecer delante de Él, para escucharle y establecer una nueva relación a través de un pacto. Así, estos vs. son un breve resumen de los caps. 19 al 24. En primer lugar Dios invita a los hebreos a pensar en su liberación y en las condiciones extraordinarias que concurrieron, por lo que pueden dar fe ya que ellos mismo han visto el poder del brazo del Señor. Luego, bien preparados van a dar fe de que el pacto divino no va a ser teórico, sino práctico y demostrable por hechos históricos. Si Dios ha sido capaz de sacarlos del atolladero que los ahogaba, era también capaz no sólo de darles una buena ley, sino de llevarles en paz hasta la frontera de la tierra prometida.
Éxo. 19:5. Puesto que Dios ha hecho todo para asegurar su salvación, impone la condición: ¡La obediencia! El mandamiento principal era y es obedecer su voz y su voluntad. También debían “guardar” el pacto en el sentido que Dios mandó a Adán y Eva “guardar” el jardín de Edén. Debían cuidarlo como una cosa sagrada. Ahora bien, ¿en qué consistía el pacto? Por parte de Dios, sus promesas. Por nuestra parte, obediencia, fe y lealtad. Así dice: Vosotros seréis mi especial tesoro. ¿Qué nos quiere decir? Desde luego, no que Dios piensa más en Israel que en otros pueblos, sino como Él explica más adelante, los elige para que comuniquen a otros su voluntad, gracia y salvación.
Éxo. 19:6. Este v es de suma importancia porque es el único lugar del AT dónde se enseña esta idea tan buena e importante. El sacerdote tenía dos misiones principales: Tenía que vivir una vida consagrada a Dios y tenía que ser mediador entre Dios y el hombre. Pero aún hay más, el deseo de Dios es que todo el pueblo cumpla esta misión por lo que tenía que ser una nación consagrada y atraer al mundo hacia el Señor. Por eso, por eso mismo, llamó al pueblo de Israel, no para que ellos tuviesen más bendiciones que los demás, sino para que fuesen canales de bendición para todos los pueblos de su entorno. Esta doctrina no nos es desconocida. Se halla también en el NT, en 1 Ped. 2:5, 9. Así que nosotros también tenemos una misión especial y debemos manifestarla a través de la consagración y evangelismo. No podemos olvidar que somos un reino de sacerdotes. Pero no unos pocos de nosotros, sino uno a uno, cada uno, por lo que debemos cumplir lo mandado.
Éxo. 19:7. En esta ocasión Moisés ejercía el oficio de profeta. Al bajar del monte explicó al pueblo todo lo que había oído de Dios. Del mismo modo, el hombre que tiene mensaje divino debe comunicarlo enseguida a los demás.
Éxo. 19:8. Este v es la profesión de fe de Israel. Acaban de comprender las cosas grandes y maravillosas que Dios ha hecho con ellos y sin discutir o poner condiciones, responden con una sola palabra de obediencia: ¡Haremos! Notemos que no hay otra respuesta posible porque nuestro Dios lo ha hecho todo. Sus mandamientos son justos y Él tiene todo el derecho de pedir obediencia porque acaba de salvar al pueblo de una esclavitud de cuatro siglos.
Conclusión:
Este es el secreto de una vida feliz y con propósito, pues si decimos bien fuerte: ¡Todo lo que ha dicho Jehovah, haremos!, tendremos la seguridad de que Dios nos va a cuidar pase lo que pase y guiar hacia un destino feliz: ¡La tierra prometida!, cuya capital es la Jerusalén celestial.
Amén.