Diecinueve de enero
Mat. 5:38-42
Todo lo que nos rodea nos incita a tener reacciones de fuerza. El trabajo, la conducción de los vehículos, los roces, todo, todo está montado de forma que cualquier chispa nos hace perder los estribos una vez sí y otra también. Se ha venido diciendo que la vida es una selva en la que sólo tienen cabida los ganadores y nos abrimos paso a codazos por no usar otra figura más fuerte. Pero no debiera de ser así. Es verdad que la filosofía mundana nos bombardea de forma constante diciendo a voz en grito que vale más quien acaba ganando o ya no importan los medios para conseguir el fin. Y esto no debiera ser así de ninguna manera. Jesús nos enseña cómo eliminar el resentimiento de nuestra vida, v. 39, cómo andar por este valle de lágrimas sin pisar a nadie, cómo transformar la agresividad en potencia positiva…
Él, Jesús, nos dejó miles de ejemplos, tantos que, si nos pusiéramos a describirlos, no cabrían en el mundo los libros que podrían escribirse, Juan 21:25. Cuando le decían que era amigo de pecadores y de prostitutas, no se inmutaba; al revés, daba una lección magistral a quien quisiera oírla. Y cuando le acusaban de trabajar en sábado, les demostraba que, o estaba haciendo un bien o cubriendo las elementales necesidades físicas, mentales o espirituales. Pero Jesús, cuando le mataban, perdonaba, cuando le injuriaban, sonreía… Este es el modelo a seguir, el listón a superar o a igualar. Claro que no podemos hacerlo solos; precisamente, otra cualidad del Maestro es ayudar a sus discípulos. Ni tampoco lo conseguiremos de golpe. El cristiano crece poco a poco, paso a paso, golpe a golpe, hasta que aprende bien a no reaccionar de la forma violenta a ningún insulto, a ninguna provocación, a ninguna tortura…
Sí, hemos de ser capaces de ir más allá de la razón, v. 40. No sólo hemos de ser capaces de resistir el hecho de que nos invadan el territorio, que nos pisen el callo, sino de abrir de par en par las puertas de nuestra corazón. Si siempre estuviésemos en guardia, viendo, catalogando y debatiendo los insultos o curándonos los pisotones, ya no tendríamos tiempo para nada, ni para amar ni para perdonar.
¿Estamos dispuestos a servir por imposición? v. 41. Casi todos nos revelamos cuando tenemos que hacer algo a la fuerza, por obligación; pues bien, Jesús quiere que seamos capaces no sólo de hacerlo con alegría, sino doblando el esfuerzo exigido. ¿Estamos dispuestos a dar más de lo que se espera de todos nosotros? v. 42. ¿Sí?, pues esa es la verdadera actitud a seguir. Debemos ser, pues, increíbles, buenos, diferentes, generosos, nuevos, sanos, limpios… Hemos de demostrar al mundo de lo que somos capaces… Así, ¿estamos dispuestos a dar la persona si se nos pide? ¿Sí?, pues ese es nuestro límite y aquello que se espera de nosotros. Sólo siendo diferentes tirando a bueno tendremos oportunidad de aprovechar nuestro testimonio al máximo y hacer que otros se acerquen a los pies de Jesús.