Luc. 4:17-21; 5:18-25
Introducción:
Casi diariamente leemos en la prensa u oímos en la televisión o en la radio desgracias que resaltan todos los medios en su afán de sensacionalismo demostrando por un lado, la rapidez con que llegan al consumidor en la actualidad y por el otro la existencia de las mismas que en número cada vez mayor asolan el mundo: Hambre en la India, en Paquistán, ciclón en Australia, terremoto en Bali, sequía en el Sahara, matanzas en el Congo, golpe de estado en Chile o en la Arabia Saudita, secuestro de un avión de tal o cual línea o de una persona importante… No, no importa, siempre hay algo que llama nuestra atención y que nos dice y demuestra que hoy por hoy el mundo necesita a Cristo, a un Cristo de compasión. Esta semana un árabe cargado de bombas, que luego resultaron falsas, entró en la Casa Blanca amenazando con volarla aun a riesgo de su propia vida, demostrando con ello un desprecio hacia lo hasta ahora era sagrado: ¡La propia vida! El mundo necesita compasión y compasión a manos llenas. Decía nuestro Isaías: ¡Gritad de júbilo, oh cielos! ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en cántico, oh montes! Porque el Señor (del cielo) ha consolado a (todo) su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.
Últimamente se está oyendo hablar mucho sobre la verticalidad y la horizontabilidad del Evangelio, representado gráficamente en la Cruz. Sin duda lo primero se refiere a la relación del hombre con Dios y lo segundo, a la relación del hombre con el hombre. El verdadero creyente en Cristo necesita y debe ejercer ambas relaciones si quiere estar dentro del contexto real del Evangelio, ya que un cristianismo que sólo mirara a Dios, no es cristianismo, es misticismo hueco, y si sólo mirara al hombre, tampoco lo es, sino filantropía humana, nada más. La Palabra de Dios, nuestro baremo de conciencia, nos enseña a considerar al hombre en su totalidad, como un ser dotado de alma y cuerpo. Jesús, nuestro Jesús, vivió muy consciente de esta realidad y nunca la descuidó. Vivió en íntima relación con Dios, su Padre, pero también se incorporó a la sociedad de su tiempo en especial con los desvalidos y necesitados. Así que podemos decir sin temor a equivocarnos que Cristo fue fiel a Dios hasta lo máximo y que, también, fue tremendamente humano, tanto es así que el sufrimiento de los hombres fue su sufrimiento. Fue el compasivo por excelencia. El cristiano de hoy no puede ni debe ser distinto si no quiere verse apartado del verdadero rebaño o redil. No podemos echar en saco roto las palabras que nos gritan desde Mat. 25:43-45. No, no podemos eliminar la parábola del Buen Samaritano. Y no podemos hacerlo porque ya sentimos en carne propia su significado al haber estado tendidos entre el polvo del camino de Damasco y ser Él quien nos socorriera sin merecerlo.
Desarrollo:
Luc. 4:17. Se le entregó el rollo del profeta Isaías, y cuando lo abrió, encontró el lugar donde estaba escrito: Recordamos que los libros de los hebreos estaban escritos en largas bandas de pergamino, enrolladas alrededor de un cilindro. Por otra parte, sabemos que habían dos porciones de las Escrituras fijadas para cada día: la una sacada de la Ley y la otra de los profetas. Como se entregó a Jesús el rollo o libro del profeta Isaías, se podía pensar que el pasaje a leer era justo el indicado para ese día. Si es así, la gran profecía mesiánica, leída públicamente por Aquel en quien era cumplida, sería tanto más sorprendente. También se ha querido ver en ella una conclusión relativa a la fecha de la escena, basándose en el hecho de que hoy ese mismo pasaje es leído en las sinagogas en la fiesta de las expiaciones que se tiene o celebra en septiembre. Pero las palabras encontró el lugar, parecen indicar más bien que el pasaje se le presentó de forma providencial al Salvador al abrir el libro. ¿Cómo llegó a leerlo? Sabemos que en los cultos de la sinagoga no había predicador oficial alguno y que cualquier israelita adulto y capacitado podía ser invitado a hacerlo. En la ocasión que nos ocupa, Jesús fue el invitado a hacerlo aprovechando su presencia y la fama que tenía.
Luc. 4:18, 19. Una clara referencia a Isa. 4:18, 19, citada según la versión gr. de los Setenta siendo tomada la penúltima frase de Isa. 58:6. He aquí, ante todo, la traducción literal del he, tal cual lo leía Jesús en Nazaret y que debe servirnos de base del estudio: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor.
Es el Mesías el que habla y su obra de redención es descrita muy bien. Que la continuación de este cap de Isa anuncie, como se admite por lo general, el regreso de la cautividad y las santas bendiciones del Eterno, es posible. Pero el espíritu del profeta va más lejos, ve más alto. Contempla la presencia y la obra del gran Reparador de la Promesa de Israel. Cada palabra de su profecía lo testifica y tenemos por prueba la autoridad misma de Cristo denunciada en el v. 21 de este mismo cap. El Mesías declara ante todo del modo más solemne que el Espíritu del Señor está sobre Él, porque le ha ungido con ese mismo espíritu. A continuación expone las características de su Obra dividida en seis grandes apartados a cual más grande, de una significación profunda y conmovedora: (a) Anunciar buenas nuevas a los pobres, esta palabra tomada, repetimos, de la versión de los LXX, debe leerse y entenderse a la vez en su sentido literal y espiritual, Mat. 5:3; 11:5. Pero en he. el término traducido “pobre” también significa humilde, manso, afligido y miserable, Sal. 86:1. Así, esta buena nueva que les es anunciada es la ansiada restauración, la añorada consolación y las riquezas de la gracia. (b) Sanar a todos los quebrantados de corazón (la frase no aparece en las modernas versiones), Aquí se encuentra el ve “sanar”, en el lugar de la expresión he “vendar las llagas.” En sentido espiritual se lee y entiende así. Él va a restaurar a los de corazón doliente, roto y lacerado por el pecado, sanándolo de forma total aunque tenga aún las características anteriores. (c) Proclamar libertad a los cautivos, esta promesa se aplicaba en primer lugar a los judíos cautivos en Babilonia, pero también se refería a la libertad moral que da el Salvador, Juan 8:36, y que es la fuente de todas las libertades. (d) Y vista a los ciegos, estas palabras presentan una promesa muy hermosa que también se halla en otro lugar de los profetas, en concreto en Isa. 35:5, y que el Señor cumplió con creces, física y espiritualmente, entre los ciegos de la época. (e) Para poner el libertad a los oprimidos, a los que son pisados y quebrantados. Como ya hemos dicho, estas palabras son sacadas de memoria de Isa. 58:6 y quizá se hallaban ya en el relato o documento que Lucas usó para confeccionar su Evangelio y (f) por último, y para publicar el año agradable del Señor, se trata como sabéis, del año del Jubileo que ocurría cada cincuenta años, Lev. 25. Año que era de gracia y de gozo universal, en que cesaban todos los trabajos, los esclavos volvían a ser libres, las deudas perdonadas, los presos libertados y las tierras y campos volvían a sus dueños originales. Por todo ello, este año es una hermosa figura del reinado del Mesías por lo que se comprende toda la grandeza de las enseñanzas inspiradas por el profeta en el pueblo, cuyo significado simbólico ha sido plenamente realizado por nuestro Salvador. Queda por decir de este “año agradable” de gracia y de oportunidad acabará cuando Cristo vuelva por 2ª vez.
Luc. 4:20. Jesús probablemente no había leído sólo el pasaje de la profecía mencionado por Lucas, sino toda la sección en que se encuentra, o quizás todo el cap. Y había ya en su manera de leer algo que hacía penetrar la palabra divina en los corazones de los oyentes. De ahí el vivo interés con que todos esperaban su clara explicación y de ahí esos ojos de todos fijos en Él. La escena se nos presenta tan viva que por fuerza Lucas debe haberla tomado de un testigo ocular.
Luc. 4:21. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos. Se ha cumplido en el preciso momento en el que oyen aquella lectura, porque es el mismo Mesías quien habla en el libro de Isaías y en aquella sinagoga de Nazaret. Hay algo solemne en las palabras: Entonces comenzó a decirles. Esta frase no fue, en efecto, más que el comienzo del discurso. Lucas sólo indica el tema y no su desarrollo, pero lo indica con bastante claridad para que sepamos que Jesús se ocupó en probar su misión divina y sus características. Con ello derribaba todas las ideas carnales que los judíos se hacían del Mesías, puesto que se anunciaba como el Libertador de los pobres, los presos, los corazones quebrantados y depauperados. Por eso, en su orgullo, los despreciaron inmediatamente. ¿No es éste el hijo de José? Esta es la pregunta fatal que unifica a todos los perdidos del mundo actual. Pero no debe importarnos, con Cristo debemos ocuparnos con misericordia de todos ellos. Ver si no el ejemplo que Él nos da:
Luc. 5:18. He aquí, unos hombres traían sobre una camilla a un hombre que era paralítico, en esta ocasión, el Señor estaba enseñando en una de las ciudades de su querida Galilea, delante de eminentes personalidades procedentes de los diversos puntos del país, v 17, y dentro de una casa. Sorpresivamente la atención de la gente se dirige a un hecho insólito: Cuatro de los hombres conducían a un inválido sobre una camilla, Mar. 2:3, y luchaban por entrar en la casa. ¿Cómo lo sabemos? Porque procuraban llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús. Con una finalidad concreta: conseguir la sanidad para su amigo. Los cuatro nos dan una lección: No sólo tenían fe en Jesús, pues de lo contrario no hubieran acudido ante Él, sino también corazones compasivos y sensibles frente al dolor y la tragedia de sus semejantes.
Luc. 5:19. Al no encontrar cómo hacerlo a causa de la gente, subieron encima de la casa, había tanta gente que no pudieron entrar por la puerta de la casa. ¿Se amilanaron por eso? No, de ninguna manera, recurrieron a otro medio con tal de poner al enfermo delante del Señor. A veces, nosotros también hacemos una buena obra, como ayudar a un ciego a pasar la calle, pero cuando nos pide que le acompañemos una manzana más nos disculpamos simulando prisa. Nuestros hombres subieron a la azotea a pesar de que esto representaba una complicación, y junto con la camilla, le bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús. La acción no fue tan rápida como se tarda en contarla. En primer lugar subieron por la escalera lateral que había en casi todas las casas de entonces, pero arriba tuvieron que abrir una obertura suficiente grande para que dejase pasar camilla y todo, Mar. 2:4. Y eso requiere tiempo, entereza y decisión. No da idea de que querían acabar su buena obra.
Luc. 5:20. Al ver la fe de ellos, al parecer, no sólo de los cuatro sino también del enfermo. Una fe firme y llena de convicción que no cede ni claudica ante los obstáculos. Le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Curioso. El Señor prescinde de los que hasta entonces habían sido sus interlocutores y presta atención inmediata al pobre inválido que esperaba su sanidad y, ¿por qué no?, su perdón. Sí, podemos asegurarlo, en él no sólo había fe, sino arrepentimiento, porque Cristo sólo perdona los pecados a quien se arrepiente. Así, nuestro Señor penetró en el alma de nuestro enfermo y descubrió inmediatamente su clamor por perdón. La respuesta no se hizo esperar: ¡Tus pecados te son perdonados! Y había sido dicho que Jesús traería salvación a su pueblo por la remisión de pecados, 1:77, y esta es la primera realización pública de la profecía.
Luc. 5:21. Entonces los escribas, personas que conocían la Ley hasta el punto que en otro pasaje se le llama doctores de la Ley, 1:17, gozaban de gran estima entre le pueblo y por lo general, cuando les convenía, como en esta ocasión concreta, se unían a los fariseos, hombres profundamente religiosos, pero dominados por un fanatismo que los volvía huecos y vacíos. Estos, estos son los que comenzaron a razonar, diciendo: –¿Quién es éste, te habla blasfemias? No reconocen en Jesús a alguien capaz de perdonar pecados. De ahí esa aparente blasfemia o injuria hacia el Señor. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? En efecto, así es. Únicamente Dios es capaz de alejar de nosotros los pecados de manera que aparentemos no haber desobedecido jamás. Sí, sería blasfemias las palabras dichas al enfermo si éstas hubiesen venido de un hombre cualquiera, pero aquellos ciegos y taimados murmuradores ignoraban, a causa de la dureza de su corazón, que quien hablaba no era otro que el Hijo de Dios, es decir el Dios Encarnado.
Luc. 5:22. Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, porque del mismo modo que pudo penetrar en el alma del inválido, podía conocer el corazón y los pensamientos de los orgullosos y necios escribas y fariseos. Respondió y les dijo: ¿Qué razonáis en vuestros corazones? La pregunta no denota desconocimiento, sino reproche.
Luc. 5:23, leerlo. ¿Qué es más fácil? ¿Decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Indudablemente las dos cosas requieren la misma autoridad por parte de Dios.
Luc. 5:24. Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, es decir, para que veáis con vuestros propios ojos el poder el Hijo del Hombre. Este fue el título que se adjudicó Jesús, con el fin de hacer notar su misión mesiánica y su condición de hombre perfecto, pero sin excluir su realidad o naturaleza divina, por el contrario, ya que su humanidad perfecta es una demostración o una evidencia de su completa divinidad. Dijo al hombre: A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Es una lección práctica. Una evidencia que nadie podrá negar jamás.
Luc. 5:25. El perdón de sus pecados no pudo ser comprobado a simple vista por la muchedumbre, por ser un acto interno, en el corazón del pecador. Lo otro, lo que pasa a continuación, es bien visible. Aquí hay un triple milagro de Jesús: El mentado perdón de los pecados, el descubrir el falso pensamiento de los religiosos y el sanar físicamente al paralítico. Con lo que de paso demostró que podía curar la parálisis tanto del cuerpo como del alma. No sé si muchos de los presentes sintieron como el Señor tocaba su corazón, lo que sí sabemos es que el que había sido restaurado, se levantó, tomó su camilla y se fue a casa cantando y glorificando a Dios.
Conclusión:
Esta es la misericordia bien entendida. Recuerdo la anécdota del capellán que encontró a un soldado muriendo en el campo de batalla. Le preguntó si le gustaría oír algo de la Biblia, pero el soldado replicó: –Tengo mucha sed, preferiría un vasito de agua. El capellán se lo llevó con prisa y aún le preguntó qué deseaba. Con voz débil el soldado pidió algo para ponerse bajo su cabeza y el hombre de Dios se quitó el abrigo, lo enrolló y se lo pudo en su sitio. –Tengo frío –murmuró el militar y el capellán se quitó su chaqueta y lo tapó amorosamente. Entonces el soldado sonriendo de medio del dolor, dijo-: Muchas gracias, señor. Ahora, si hay algo en ese libro que haga a un hombres hacer lo que usted ha hecho por mí, léamelo, por favor.
Si hermanos, debemos orar por todos aquellos enfermos que conozcamos, pero nunca hemos de olvidar a los otros enfermos espirituales quienes a los ojos de Dios son tan o más importantes que los primeros. Hagamos nuestro aquel gran canto: ¡Gritad de júbilo, oh cielos¡ ¡Regocíjate, oh tierra! ¡Prorrumpid en un cántico, oh montes! Porque Jehovah ha consolado a su pueblo y de sus afligidos tendrá misericordia, Isa. 49:13.
Así sea.