Jonás 4
Introducción:
Es una realidad innegable que todos nosotros nos encontramos mejor entre los que conocemos, nuestros familiares, vecinos o amigos. Que en el trabajo, en el hogar y aun en las diversiones procuramos sentirnos cómodos rodeándonos de aquellas gentes o personas que confiamos por el sencillo hecho de que de ellas no esperamos ninguna traición, zancadilla ni trastada. Esto es lo natural. Por eso, a veces, pasamos por alto los más ricos o los más pobres, los de mejor o peor preparación, los de otra raza, etc. Sin embargo, es necesario reconocer que Dios ama a todos por igual y que nosotros, que hemos gustado el evangelio, hemos de compartirlo con otros, no debiendo importando su condición social, cultura, sexo ni raza. Pero se nos presentan dudas y hasta razonamientos que tienden a minar nuestros buenos deseos y nos hacen ver lo difícil que resulta comprender la responsabilidad que tenemos de comunicar el amor de Dios a otras personas que nos son ajenas. Vemos nuestros problemas tan grandes y nuestro crecimiento espiritual tan lento que, ¿cómo vamos a ayudar a los otros cuando nosotros mismos estamos necesitados de ayuda? Por otro lado es normal que las creencias de una persona parece que representan cuando menos su propiedad privada y que, por lo tanto, somos los primeros en respetar la libertad religiosa de cada cual. Así, tal y como queremos que la gente respete nuestro derecho a creer según nos dicte la conciencia, debemos respetar las doctrinas de otras personas.
El pequeño libro de Jonás es uno de los grandes documentos de la Biblia que nos muestra que ambas actitudes son falsas, o cuando menos, están basadas en falsas premisas. El Evangelio es la evidencia del amor de Dios para cada persona de este mundo, de modo que no podemos decidir si queremos comunicarlo o no, estamos bajo órdenes de llevar el mensaje por palabra y ejemplo a otras vidas y no podemos evitarlas. Hemos de predicar al Cristo crucificado. El cristiano, como el soldado, tiene un deber que cumplir que no siempre es de su gusto. Pero su código es la fiel obediencia al Señor y por él debe morir si es necesario. Dios se preocupa por todos los hombres, cierto. Este es el mensaje y nosotros… ¡los mensajeros!
Dejamos la lección del domingo anterior en aquellas palabras de esperanza dichas por el profeta Ezequiel en el sentido de que Dios iba a escoger cariñosamente a sus hijos uno a uno a pesar de que estuvieran esparcidos por los campos que representaban otros tantos países del medio y lejano oriente. Hoy tenemos como texto áureo la oración de otro gran hombre de Dios que clama en el mismo sentido: Diré al norte: ¡Entrégamelos! Y al sur: ¡No los retengas! Trae de lejos a mis hijos y a mis hijas de los confines de la tierra. A cada uno que es llamado según mi nombre y a quien he creado para mi gloria, yo lo formé, Isa. 43:6, 7a. Es ese grito del alma que pide la reunión, yo ya tan sólo del pueblo de Israel, sino del pueblo elegido por Dios, de todos nosotros, de todos los que nos han precedido y los que nos seguirán. Pero además, en ese cada uno que es llamado por mi nombre, hay algo más. Hay un fuerte deseo por aquellos que ya hemos predicado para que se vuelvan hacia su Señor, que todos los que han de ser llamados se den cuenta por fin del grito y que, en suma, todos y cada uno de los que hemos sido elegidos como mensajeros salvos, partamos hasta los confines de la tierra en ansia misionera sabiendo que cuando todos sus habitantes le hayan conocido, vendrá a buscarnos. Y como sabemos que cada nuevo convertido por nuestro esfuerzo testimonial es motivo de alegría y agradecimiento, no entendemos muy bien la actitud de Jonás, el cual, a través de Dios, consiguió conversiones masivas de ciudadanos asirios. Él sabía que si iba a predicar a Nínive, sus habitantes de convertirían, por eso no quería ir. Claro que no debiéramos ser muy severos con el profeta porque puestos en su caso no sabemos lo que hubiéramos hecho. Se ha dicho muchas veces que todos nosotros tenemos algo de Jonás y no sin razón. Pues si bien es verdad que hoy no hay una Nínive para predicar ni una España para huir, si existen ciudades, familias y amigos a quiénes deberíamos advertir lo quebradiza que es su seguridad actual y que debieran arrepentirse antes de que sea demasiado tarde. Claro que para eso debemos dejar la sombra de nuestra comodidad y eso… es harina de otro costal.
Como quiera que el libro de Jonás sólo tiene cuatro caps y creo que todos lo habrán leído, vamos a hacer un pequeño resumen: (a) Un profeta huyendo de su Dios, 1:1-17; (b) un salmo de buen agradecimiento de Jonás al ser librado del gran pez, 2:1-10; (c) un misionero rebelde, 3:1-10, y (d) Jonás trata de limitar la justa misericordia divina, 4:1-11.
Esta última parte es la más importante y la que ahora vamos a dedicar nuestra atención:
Desarrollo:
Jon. 4:1. Un espíritu egoísta y exclusivista parece que aflora en este v. Al ver el arrepentimiento de los habitantes de Nínive, Jonás supo que Dios no iba a destruir la ciudad como indicaba la parte negativa de su mensaje. Él odiaba a los asirios y quería la ruina de la ciudad. En parte, hablando como hombres, pensamos que tenía razón, los asirios eran guerreros muy crueles y habían invadido a Israel en muchas ocasiones. Destruyeron y quemaron la ciudad de Samaria con una matanza horrible de sus habitantes y más tarde ocuparon el resto de Canaán y aunque no tomaron la ciudad de Jerusalén, devastaron casi todos los pueblos de los alrededores. Y Jonás, como judío, no quería dar a este pueblo una oportunidad de arrepentirse, quería verles recibir el castigo y el juicio que tanto merecían. Esta fue la razón de su huida en el primer cap. Lo repetimos: No quería predicarles ya que sabía que en caso de arrepentimiento, Dios iba a perdonarles. Bien, pues esto que tanto temía, sucedió. El hecho que todos, desde el rey hasta el más humilde, se arrepintieran le hizo enojarse en lugar de alegrarse.
Jon. 4:2. Aquí se describe el enojo de Jonás. Conocía demasiado bien la naturaleza divina. Sabía que su Dios amaba a todos sin importar su raza, lengua, sexo o nacionalidad, pero él no estaba preparado para compartir un amor tan universal. Pero notemos que aun en su enojo Jonás no perdió su respeto por Dios, puesto que se le dirigió en oración. Ya hemos dicho que el profeta no huyó tanto porque tenía miedo del Señor o que pensaba que por medio de un viaje a España podía alejarse de su presencia. Sólo quería evitar que pasase lo que estaba pasando. Por otra parte sabemos que Jonás era más inteligente que lo que cabía esperar de sus maniobras. Sabía que Dios era su Creador y que lo era de la tierra y del mar, 1:9. Su viaje sólo era una manera muy pobre de renunciar a su posición de profeta. Salió del lugar donde Dios acostumbraba a hablarle y darles mensajes, para comenzar una nueva vida en otra parte en la que, por imposibilidad física de la distancia no tuviera que sentirse obligado a ser mensajero a los asirios. No, no tenía ningún problema en hablarles, lo que no quería es ser darles la oportunidad de ser salvos.
Otra cosa importante que se incluye en este v 2, es como ya habréis, la alusión a la naturaleza del Señor. Es la misma que se describe en la introducción del mensaje de Dios a Moisés, Éxo. 34:6-8, y que se repite en Sal. 86:5, 15 y Joel 2:13. Dios es justo y clemente, da buenas cosas a los justos y a los que no lo son, es piadoso, tiene compasión por toda la humanidad. Es tardo en enojarse, su ira no explota al descubrir un error en el hombre. Es de gran misericordia, su amor es el amor leal del pacto que nunca deja de ser. Es fiel en su amor y cumple sus compromisos. Jonás nos demuestra conocerlo perfectamente y piensa con razón de que se arrepentirá del mal en el momento justo en que los objetos de su ira le pidan perdón con sinceridad.
Aún podemos descubrir en este rico v la frase te arrepientes del mal, refiriéndose al Señor. No significa arrepentimiento en el sentido en lo hacen los hombres, es otra acepción del ve distinta. Significa tener profunda emoción, gemir, sentirse aliviado o ser misericordioso. Preguntamos, ¿por qué? Porque es la naturaleza de Dios mostrar misericordia al hombre. No quiere la muerte del pecador y diríamos que emite un gemido de gozo cuando no se ve forzado a aplicar su justicia en el pecador y puede actuar de acuerdo a su carácter. Este aspecto del arrepentimiento divino lo entendemos bien al estudiar Jer. 18:8, 11. El hombre tiene la responsabilidad de arrepentirse, (volver es el ve. que el he. usa para el arrepentimiento del hombre), para que Él pueda sentirse aliviado, arrepentido, al no tener que castigarlo, sino que puede bendecirlo de acuerdo con su verdadera naturaleza, Joel 2:13.
Jon. 4:3. Jonás deseaba la muerte para no ver la aplicación del amor de Dios sobre los asirios, sus encarnizados enemigos.
Jon. 4:4. ¡Qué extraño! ¿Dios tiene necesidad de justificar sus actos? No. Pero se interesa por todos y cada uno de sus hijos. Así que Jonás tiene un problema que el Señor no puede dejar sin solucionar. Fijémonos que la pregunta de Dios a Jonás sirve para llamar su atención sobre el punto originario de la razón de su enojo. ¿Haces bien en enojarte tanto? ¿Es correcta tu actitud? Si hubiera pensado un poco, hubiera visto que su enfado era absurdo e indigno de un profeta de Dios lleno de misericordia y amor hacia toda la humanidad, incluidos los gentiles. Lo curioso del caso es que esta conversación se produce en medio de la rara ciudad de Nínive que ya mostraba indicios de arrepentimiento. Y sin esperar al final del diálogo, nuestro hombre sale de la misma a la espera de los acontecimientos.
Jon. 4:5. Tratando de hilar más fino, vamos a pensar que Jonás se sentó a esperar por varios motivos, quizás el arrepentimiento de los asirios no era genuino y al final Dios iba a destruir aquella ciudad, o de alguna forma, éste se manifestase terminando su fiel lección inconclusa, incluso, que alguna embajada local saliese a reconocer sus servicios. En realidad no sabía lo que Dios haría, pero si pudiera influenciarle lo haría en el sentido de la solución final, es decir, destrucción total, tal y como hizo con Sodoma y Gomorra. ¡Qué actitud tan diferente la adoptada por Jonás en ese momento comparándola con la de Abraham en una situación bien similar! ¿Recordamos el regateo del patriarca tratando de salvar a las dos ciudades condenadas por sus pecados? Por fin, nuestro hombre pensó que lo mejor era hacerse una cabaña y esperar a ver en que acababa la cosa. Fuese lo que fuese sería digno de verse.
Jon. 4:6. El libro de Jonás ha sido llamado también “el Libro de las preparaciones de Dios.” (a) Preparó el gran viento que causó la tempestad en el mar; (b) preparó un gran pez que se tragara a Jonás, y (c) en este v preparó una calabacera para dar sombra al profeta mientras aguardaba. Notamos que Dios sabía del profeta caluroso y expectante y aun así se preocupó de su comodidad en tanto que la ciudad y su solución fue dejada en segundo lugar. Todo lo hizo Dios con la idea de enseñar al profeta rebelde, amén de que el Pastor no puede dejar extraviar a ninguna de sus ovejas. Es curioso observar que Jonás se alegró grandemente al tener sombra, pero se enojó al ver el arrepentimiento de los raros habitantes de Nínive. Debemos tener mucho cuidado en no dar más importancia a las cosas y a nuestra comodidad que a las personas que son nuestros prójimos. En otras palabras, hermanos componentes de la humanidad y de la Creación. Seguramente Jonás no entendió que esta era otra evidencia del poder del Señor, puesto que si pudo “librarle” de su malestar, y esto le dio mucha satisfacción, ¿no debía haberla hallado en el hecho de que Dios había librado a los de Nínive de su castigo? No, aquella noche sólo pensó en el frescor que encontraría al día siguiente a la sombra de la oportuna calabacera.
Jon. 4:7. Con el fin de mostrarle lo equivocada de su actitud, Dios hizo otra preparación y le quitó la sombra.
Jon. 4:8. Este recio viento solano es el simún árabe. Es un aire caliente y seco que hace subir la temperatura y aumenta toda la sequedad, entonces, el calor de la arena se hace insoportable para el cuerpo humano. Así que esta combinación de sol, viento y arena afectó mucho a Jonás. Enseguida volvió a su estado de desánimo manifestado en el v. 3. La diferencia estriba en que ahora se enoja por la pérdida de sus comodidades materiales.
Jon. 4:9. Aquí casi se repite la pregunta del v 4. Muchas veces Dios nos enseña no diciéndonos exactamente lo que debemos hacer, sino a través de una pregunta, una actitud, un mensaje o un acontecimiento, que nos hace pensar en los resultados de la propia actuación.
Jon. 4:10. Ahora vemos que Jonás no tenía derecho a quejarse, a lamentarse tanto. Él no plantó la calabacera ni tampoco la cuidó ni la cultivó, sin embargo, Dios sí creó a los de Nínive y los había cuidado hasta entonces. Era pues ridículo que Jonás se preocupase tanto por algo que no había hecho y pensara al mismo que el Señor no debería tener compasión por aquellos seres que habían sido creados a su imagen y semejanza. La otra enseñanza que podemos sacar de este v es que la planta era algo transitorio. Creció en una noche y desapareció en otra. Por otro lado, el hombre es la creación de Dios y va a tener años para obrar el bien o el mal en este mundo y después gozar o sufrir las consecuencias de su vida en aquella otra que será eterna. Esta lección es clara: ¡Debemos prestar más atención a las personas que a las cosas!
Jon. 4:11. Algunas personas al leer el libro de Jonás pro primera vez dicen que falta algo. Que este final está inconcluso, pero la lección es clara y contundente. Se ha presentado el enunciado, el planteamiento y la solución. El profeta egoísta, exclusivista y falto de visión se ve en contraste real con Dios quien ama a todas las personas sin distinción alguna.
Conclusión:
La lección de hoy es un claro aldabonazo a nuestra atención materialista. Preferimos, a veces, conseguir la adquisición de un televisor, p. ej. que nos esclavizará con su sombra pasajera, antes de dedicar nuestro tiempo y energía en propagar el Reino de los Cielos. En este tiempo de fracasos políticos y sociales, la lección de Jonás debería ser el carburante que nos lanzara hacia adelante en poso de la conquista del mundo.
Una palabra más: Cuando hablemos a alguien del Evangelio no debemos sentarnos en la escalera esperando los acontecimientos. ¡Corramos hacia el próximo objetivo! Sólo así conseguiremos acelerar, si cabe, la ansiada segunda venida de Cristo, la ansiada recompensa a la sombra de calabaceras eternas e incorruptas.
¡Qué Dios nos bendiga!